Hijos de Cielo y Luz

Capítulo 10: Mudang Soo

El fuerte olor del incienso dentro de la casa de Nari la recibió. Parecía emanar de las paredes y le hacía cosquillas en la nariz, causándole un estornudo.

—¡Appa, ya llegué! ¡Yoonah viene conmigo!

Nari cerró la puerta detrás de ella y se quitó los zapatos, la castaña la imitó. También había música flotando por la habitación, llegaba a sus oídos y la relajaba al instante. Nari volvió a gritar, llamando a su padre. La música disminuyó y una voz en la lejanía le respondió.

—¿Eres tú, Nari? — la afable voz de Choi hizo que Nari sonriera inmediatamente. La pelinegra lanzó su bolsa y su abrigo al sofá de la sala y la tomó del brazo, guiándola hacia alguna parte de la casa.

—Vamos, debe estar en la cocina —le indicó.

La llevó a través de la sala y entraron por un gran arco que unía ambas habitaciones. El señor Min estaba esperándolas en medio de esta, con las manos enguantadas y manchadas de pasta rojiza al igual que el delantal que llevaba puesto. Movió su nariz chata para acomodarse los anteojos que descansaban en ella y sonrió ampliamente al verlas a ambas.

—¡Yoonah! ¡Tanto tiempo sin verte! —expresó alegre mientras levantaba más los brazos.

—Hola señor Choi, es un gusto verlo de nuevo — saludó ella, inclinándose levemente.

—¿Cómo estás? Lamento mucho lo de Haneul, cariño.

—Estoy bien, señor Choi, dentro de lo que cabe —le respondió. Tenía las manos frente a su vientre y jugaba con sus dedos sin parar.

—Me alegro, mi niña, me alegro.

El silencio cayó sobre ellos y Yoonah buscó a su amiga con la mirada, encontrándola cerca del lavaplatos, comiéndose un poco de lo que estaba preparando su padre. La pelinegra notó que su amiga la veía y elevó una ceja inquisitiva. Yoonah abrió los ojos, pidiéndole auxilio con la mirada.

La muchacha asintió y se acercó a su padre, dándole un abrazo de lado y un beso en la frente.

—¿Cómo estuvo tu día, appa?

—Muy bueno, hija. Tu madre tuvo muchos clientes hoy y yo estoy terminando de preparar la cena, como puedes ver...— Choi le limpió un poco de kimchi que le había quedado en la comisura de los labios—...y probar también —señaló risueño.

La pelinegra se sonrojó y pasó el dorso de su mano por sus labios, deshaciéndose de los restos de comida.

—Lo siento.

—Ah, no te preocupes, ippeuni*, hay suficiente para que comas, debes estar hambrienta —la consoló dándole palmaditas en el brazo que lo envolvía. Se volteó hacia ella y la miró con los ojos entrecerrados a causa de su sonrisa—. ¿Te quedarás a cenar Yoonah?

La castaña abrió y cerró la boca, sin saber qué decir.

—Oh, no lo sé señor Choi...— balbuceó.

—No te preocupes por la cena, appa. Yoonah vino a ver a mamá, de seguro se irá pronto —salió Nari a su rescate.

—Está bien, hija —miró el reloj encima del refrigerador y se desenvolvió del abrazo de su hija—. Pero si van a ver a tu madre deberían acercarse ya, la última clienta debe estar por salir.

Nari asintió y le dio otro beso en la frente.

—Está bien, nos vemos en un rato ¿sí? Guárdame la cena —le pidió, guiñándole un ojo. 

Nari pasó junta a ella, deteniéndose en medio del pasillo, esperándola.

—Hasta luego señor Min —se despidió con un movimiento de su mano, obteniendo lo mismo de parte del amable señor. Siguió a Nari por un largo corredor y, cuando se alejaron lo suficiente para no ser escuchadas, Yoonah se acercó a su amiga y la miró con los ojos brillantes—. Se me había olvidado lo amable que es tu papá conmigo.

—Siempre está preguntando por ti, a veces creo que eres su hija favorita —dijo ella, volteando los ojos juguetonamente.

—Sí, claro —le respondió con una risa irónica. Nari cruzó a la derecha, saliendo al patio trasero de la casa. Ahí donde estaban el olor a incienso se intensificó, provocándole otro estornudo—. Nunca había visto esta parte de tu casa —apuntó.

—Casi nadie pasa por aquí, solo nosotros. Los clientes entran por la verja de al lado.

Notó un cobertizo de tamaño medio no muy lejos de donde estaban. Las luces estaban encendidas, cálidas, amarillentas, pero no se podía ver a través de las ventanas.

—¿Es ahí donde trabaja tu mamá? —inquirió, señalándolo.

—Sí, cuando abra la puerta sabremos que podemos entrar.

La castaña asintió y la siguió hasta un par de sillas que estaban apoyadas en uno de los laterales del cobertizo. Estaba justo debajo de una de las ventanas y de vez en cuando llegaba a ella el murmullo de un par de voces femeninas y el sonido particular de muchos cascabeles sonando a la vez.

Un nerviosismo repentino se apoderó de ella. sentía el estómago apretado y movía su pierna de arriba abajo sin parar. Sabía que Nari la estaba viendo, analizando sus movimientos y cada una de sus expresiones. Sacó el teléfono de su bolsillo y miró la hora; de seguro Haneul se empezaba a preocupar. Frunció el ceño ¿Y desde cuando le importaba que Haneul se preocupara?

No se esperaba estar en la casa de Nari ese día, de hecho, no esperaba decirle a Nari nada en absoluto. Pero tal vez era lo mejor, con la ayuda de la señora Min tendría respuestas y quizás le haría algún tipo de ritual chamánico que se llevaría a Haneul de ese mundo y cuando regresara a casa el castaño ya no estaría.

Miró de nuevo la hora en su celular y mordisqueó la uña de su dedo pulgar.

El chirrido de una vieja puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos y tanto ella como Nari giraron sus cabezas, viendo cómo por la puerta del cobertizo salían dos mujeres. Una de ellas llevaba un hanbok* con estampado de flores de muchos tonos de rosa, y la otra mujer, regordeta y con cabello corto rizado, vestía ropa de invierno común y corriente. Como estaban de espaldas, asumió que la primera era la madre de Nari y la segunda era la clienta.

Al percatarse de sus presencias, la señora Min se dio la vuelta y las miró sonriente.




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