Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Reino de Khirintorin

Hablar de Khirintorín es empresa ardua, pues sus dimensiones se muestran vastas y las diversas historias, si bien inagotables, apenas bosquejan un fragmento del abanico de eventos de los que este reino ha sido testigo hasta el día presente. Sin embargo, en mi anhelo de brindarles guía en este vasto océano de narraciones, me dispongo a trazar un breve resumen, conciso en su esencia, de los fundamentos que habrán de forjar el marco sobre el cual se despliega el relato que les aguarda entre las siguientes páginas:

Su fundación

En tiempos remotos, en un pasado que se aleja en el horizonte de los años, aconteció que el ilustre monarca Tito, de linaje Nobilcor, el segundo en ostentar este nombre, siendo el vástago del gran Honorio Nobilcor, erigió los fundamentos de lo que en el porvenir sería aclamado como el Reino de Khirintorin. Un siglo entero había transcurrido desde que se erigiera el "Bastión Verdegrana", una fortaleza erigida con maestría en la cumbre de una gran meseta que, en las eras por venir, serviría como residencia al venerable rey Fausto Nobilcor, heredero del linaje real y actual soberano en esta narración.

Mas, ¿qué desencadenó la fundación de este reino? ¿Por qué Tito fue investido como monarca? ¿Acaso bastó con ser el vástago del ilustre Honorio?

Sucedió que, tras la contienda que labró la leyenda de Honorio, conocida y plasmada en los pergaminos como "El Yugo De Los Horkans", se sucedieron largos lustros de paz y felicidad para los Anthromen. Setenta y cinco años después del citado conflicto, vio la luz Tito Nobilcor, primogénito y único retoño de Honorio. Y así, este héroe abandonó este mundo quince años más tarde, en la plenitud de la vejez pero con distinción. Pues solicitó que lo sepultaran en los jardines traseros de su fortaleza, después de que su cuerpo fuese purificado y perfumado con fragantes flores. Su convicción era clara: no era más que un mero mortal que había cruzado este mundo, y debía, con su despedida, nutrir la tierra del continente que había llegado a amar con pasión.

Desde entonces, Tito dejó el bastión y comenzó a residir con la progenie de Lurith, forjando un vínculo singular con uno de los vástagos más jóvenes de este último, Lurieth, quien compartía su misma edad. Pasaron los años, y cuando Tito y Lurieth llegaron a la edad de veinte años, la desdicha volvió a acechar.

Los Horkan regresaron, y ¡oh, cuán gravoso fue para los Anthromen contemplar su resurgimiento! No obstante, no fue esta circunstancia lo que los abatió, pues siempre albergaron la sospecha de que aquellos no habían sido completamente derrotados. Lo que les asombró y inquietó de sobremanera fue la compañía que traían consigo, pues habían subyugado a unas juguetonas e inofensivas criaturas que solían habitar los frondosos y opulentos bosques. Habían sometido a los alegres Goblins, quienes se convirtieron en su incorporación más letal, además de ellos mismos.

Los goblins eran numerosos, aparecían en ingentes cantidades y acechaban a los hombres. Con el transcurso de los años, perdieron su júbilo y sus semblantes se distorsionaron hasta volverse grotescos y adquirir una apariencia enfermiza. Su naturaleza festiva fue corrompida debido a la esclavitud impuesta por los Horkan, transformándose en seres desagradables y malévolos. Abandonaron los bosques, pues los Horkan los obligaron a vivir en túneles remotamente subterráneos con el propósito de multiplicarse en gran número, y Anthromia se llenó de bases Hork-goblins por doquier. Los Anthromen se encontraron abrumados por estas fuerzas combinadas y padecieron años sumamente trágicos y desdichados, en los cuales la desesperanza se convirtió en compañera cotidiana.

En los campos de batalla, Tito, Lurieth y sus compañeros Anthromen se alzaron en un enfrentamiento feroz. Diez años crueles y sanguinarios transcurrieron, durante los cuales los prados verdes se empaparon con la carmesí esencia de la vida derramada. Los ríos y arroyos quedaron sepultados en el olvido, y los tupidos bosques se desvanecieron en la penumbra. En medio de este desolador panorama, los Anthromen experimentaban la amarga derrota. La mayoría de sus dominios habían sido arrebatados, y se vieron forzados a buscar refugio tras las majestuosas murallas del Bastión Verdegrana. De esta manera, tras el pasar de numerosos años, Tito volvería a posar sus pies en el lugar que durante largo tiempo fue su morada.

Allí se congregaron los hombres más destacados de Anthromia, entre ellos Junco de Bellavalis, cuya fuerza imponente era legendaria, y Bumbo de Agri Viridis, un hombre cuya valentía o temeridad eran motivo de constante debate. Junto a ellos se encontraba Victo de Olivarreal y veintiséis valerosos compañeros, quienes sellaron un pacto para dar origen a un nuevo reino. Al mando de esta empresa se alzó el guerrero más eminente entre ellos, quien además resultaba ser el hijo de la más ilustre figura de su historia. Así, Tito Nobilcor, vástago de Honorio Nobilcor, fue proclamado unánimemente como su rey. El reino que nació de este compromiso fue bautizado como Khirintorín, en memoria de Khirin, el primer niño que sucumbió en la sanguinaria guerra, y de Torín, su valiente padre.

Así, bajo el sacro juramento del que sería recordado como «El Gran Pacto En El Gran Bastión», con las siguientes palabras marcarían el inicio de una era distinguida:

«Bajo el sombrío velo de la luna ensangrentada, en este baluarte que desafía la embestida de la negrura, nosotros, los intrépidos Anthromen, emitimos un juramento solemne en memoria de los caídos en esta cruenta y despiadada guerra.

Por los prados verdes que se teñeron de carmesí con la sangre de nuestros compañeros, por los arroyos y ríos que murieron en silente lamento, y por los bosques que perecieron en el fragor de la contienda, juramos en nombre de aquellos que ya no tienen voz ni capacidad de lucha.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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