Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 6

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
27mo día de Junio 

Tras cruzar el Río de las mil voces en la noche del veintiséis, en las primeras horas previas al amanecer del vigésimo séptimo día de junio, el auriga Carlos, con destreza y gracia, condujo la carreta, asegurando la placidez del viaje para los tres caballeros a bordo. ¿Su destino? Por el momento, uno diferente al planeado:

Celestino, tras escuchar los murmullos del río, cayó en un apacible sueño y se acomodó a un lado, su semblante emulando la serenidad de un ángel, con piel lozana y atuendo pulcro. Por su parte, aunque Augusto y Fulgencio también ostentaban atavíos elegantes, sus semblanzas resultaban más grotescas y cómicas en comparación al bonancible infante. Un extenso trecho de campos verdes se extendía, con varios kilómetros de prado, y una brisa fresca soplando desde el oriente, indicando que llegarían a la capital del ducado de Agri Viridis antes de la noche, la renombrada Viridis Agri, hogar del aún más ilustre Duque Horacio Bold.

Podríamos, en este momento, detenernos por un espacio considerable a charlar acerca del egregio Duque Horacio, ya sea por su inusitada excentricidad, sus proezas sobresalientes o su magnífica alabarda, la cual, al hacer contacto con la piel, resplandecía con la intensidad de brasas ardientes. No obstante, reservemos estas narraciones para momentos posteriores.

Inicialmente, el viaje estaba planificado de forma que no se detendrían bajo ninguna circunstancia. Pero, sin embargo, mientras huían de los centauros, se vieron forzados a deshacerse de gran parte de sus provisiones, lo que hacía imperativa una parada. Carlos no tenía intención alguna de comunicarles esto de inmediato, pero lo haría en cuanto despertaran.

Mientras los corceles galopaban con brío, un tenue pero exquisito perfume de pan recién horneado embriagó sus sentidos, provocando en Carlos un suspiro profundo.—Aaah, nos aproximamos—musitó, y en verdad, tal como había anticipado, su destino se encontraba al alcance.

Viridis Agri, ciudad vetusta, inscrita en los anales de la historia del reino. Su renombre no reposaba solamente en su belleza ni en su mercado y opulentos emporios culinarios, sino en que, a lo largo de los últimos cien años, había sido cuna de diestros y, erróneamente, denominados "temerarios guerreros". Un título que les fue concedido por las osadas hazañas que estaban dispuestos a acometer en busca de la victoria.

Al llegar el cenit del día, la carreta cruzaba una de las cuatro colinas que precedían a la ciudad. Carlos optó por atravesarlas, pues circunvalarlas implicaría una mayor dilación. Al coronar la primera colina y disponerse a descender, un desacertado cálculo incitó a los corceles a precipitarse pendiente abajo con demasiado entusiasmo, lo que provocó que Celestino despertara notablemente agitado. La carreta pareció desbaratarse, más, al llegar al pie de la colina y tomar rumbo hacia la siguiente, recobró su equilibrio. Mientras tanto, Augusto y Fulgencio continuaban durmiendo plácidamente como fieras en su letargo.

Celestino asomó su cabecera por la portilla tras correr las cortinazas amarillas,  y el cálido sol dorado bañó su trigueño rostro, otorgándole un resplandor singular— ¡Carlos! ¿Por que tanto alboroto? 

Carlos se volvió hacia él con una expresión risueña y una sonrisa radiante que abarcaba sus labios de oreja a oreja— ¡Buenos días, mi joven amigo! Nos hallamos cruzando las cuatro colinas, por eso el viaje resulta algo accidentado. Me preguntaba cuándo despertarían.

A lo que el niño, aún adormilado y masajeando sus ojos, preguntó: — ¿Y cuándo nos detendremos para comer?

—Precisamente por eso esperaba que se despertaran; tendremos que hacer una parada en Viridis Agri, pues la huida de aquellas bestias nos llevó a arrojar casi todas las provisiones. Allí podremos reponer nuestros víveres.

— ¿Y tomaste esta decisión por ti solo? 

—Bueno… espero que le cuentes al señor Fulgencio que tú aprobaste la parada.

— ¿Cuándo llegaremos, entonces? 

— Llegaremos a la noche, quizás un tanto antes — contestó Carlos, con un sorbo de saliva que bajó por su garganta.

—Así que no comeremos hasta la noche—pensó Celestino de mala gana. Luego dirigió su mirada hacia el verde prado, el hermoso cielo azul y las ágiles liebres que correteaban por el vasto campo. Luego, apoyó su mano en su mejilla derecha y, tras una pausa meditativa, respondió—Así lo haré, pero solo si haces que este viaje sea más entretenido.

— ¿Te gustan las canciones? Porque conozco una de la ciudad a la que nos dirigimos.

Celestino sonrió sinceramente y respondió—Trato hecho.

Carlos rió—Prepárate para una gran balada, Celestino, pues Carlos el auriga te deleitará.


En las tierras de Viridis Agri, oh ciudad de esplendor, 
Donde el mercado bulle con colores y sabor. 
Frutas jugosas y hortalizas frescas, un festín para el paladar, 
Oh, Viridis Agri, tu comida es digna de alabar.

Los guerreros valientes, con corazones de acero, 
En combates temerarios, demuestran su aguante sincero. 
Sus hazañas desafían la razón, son locura y pasión, 
En Viridis Agri, sus gestas son canción.

Oh, Viridis Agri, ciudad de rubí, 
Donde el mercado y los guerreros se entrelazan aquí. 
En tu fortín de brillante color, 
Nuestra canción te rinde honor y fervor.

En el mercado, los vendedores vociferan su canción, 
Sus productos deslumbran, provocan admiración. 
El aroma de especias y flores llena el aire, 
En Viridis Agri, la vida es un deleite sin par.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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