Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Sobre Honorio «El Todopoderoso»

No podría dar inicio a esta narración ni a cualquier relato acontecido en estas tierras sin que en primer término se hable de Honorio, pues Honorio es... Magnífico, Eximio, y todas las palabras que puedan concebir por sí mismos, y en caso que su propio pensamiento sea profundo, y posean siquiera un mínimo conocimiento de lo que se requiere, se hallarán expresando aún un sinfín más de elogios y alabanzas hacia este singular individuo.

Os puedo relatar cuanto me dicta la historia antigua, y lo que me narra es que, según los registros guardados en los vastos archivos, entre rollos repletos de fábulas, leyendas, testimonios y vivencias, Honorio Nobilcor y sus valientes compañeros desembarcaron en esta tierra cerca del quincuagésimo año desde el inicio de la Creación.

Nacido en el vigésimo año, Honorio arribó a estas tierras orientales con su leal tripulación, zarpando desde las doradas playas de Anthorymie en busca de un nuevo comienzo. Guiados por una enigmática brújula llamada Mystiornav, un obsequio de Orione, desembarcaron en unas hermosas costas grises en el oriente, en un continente que parecía celosamente oculto. Honorio lo nombró Anthromia en honor a su pueblo, los Anthromen, los primeros hombres en habitar Aetheris, el mundo. Medían seis pies de altura, tenían una exuberante cabellera y pieles de diversas tonalidades, desde el alabastro hasta el ébano, aunque estos últimos eran cada vez menos comunes.

Honorio, entre los suyos, se alzaba en singular prominencia, ostentando la más altiva estatura entre ellos. Corría la voz que su origen se tejía en los misteriosos lazos de parentesco, siendo un hijo no reconocido de los Anthorym, aquellos seres que la mitología exaltaba como Los Divinos Hombres. Sus hombros enhiestos superaban las dos varas de altura, y una cascada de cabellos ígneos caía en bucles ardientes sobre su hombrera, encumbrando una hermosura de proporciones insólitas, semejante a la del primero de todos los Anthorym, el sublimado Aerion. No obstante, tales afirmaciones, envueltas en el manto de la duda, jamás hallaron confirmación fidedigna.

No menos inmerso en las especulaciones se hallaba Lurith, leal camarada y diestra mano de Honorio. En su semblante, también, parecía dibujarse el misterioso vínculo con aquellos seres de linaje superior.

No podía descartarse para nada la posibilidad de que, a lo largo de las eras, numerosos individuos se hubieran entremezclado con los Anthromen, desplegando así los rasgos más egregios que los distinguían de sus congéneres comunes: como la sobresaliente alzada y la innegable gracia que exudaban en su apariencia.

Sin intención de divagar y atendiendo a las palabras consagradas en los escritos, la comitiva de Honorio desembarcó en esas costas plomizas, que representaban el extremo más meridional de Anthromia. Acto seguido, marcharon con decidida determinación hacia el septentrión, y en el horizonte, a solo treinta kilómetros de las orillas, Honorio vislumbró una elevada meseta que se alzaba por encima de los llanos campos circundantes. Con resolución, optó por establecer su morada en la cúspide de aquel promontorio, mientras que su séquito escogió asentarse algunos pasos más adelante, en ese mismo paraje.

En el transcurso de los años, ascendió, sin voluntad propia, a la posición de guía y líder en aquel remoto enclave. Jamás anheló tal destino, pues su único deseo tras guiarlos a través de las turbulentas aguas y establecerse en el virginal continente, era recobrar su antigua vida de introspección y oscuridad, lejos de la fama que la misión imponía. Sin embargo, con humildad, aceptó la responsabilidad de liderar a sus compañeros, quienes ansiaban su guía.

Sabiduría, paciencia y cariño irradiaban de su mandato. Pero no solo eso, pues se advertía que, aunque se sumiera en la caza, la tala y las labores más fatigosas, la desdicha parecía esquivarlo como el rocío evanescente frente al sol matutino.

Llegó un tiempo en el que los Anthromen disfrutaban de una existencia apacible y dichosa. No obstante, a una década de su llegada a Anthromia, un acontecimiento inesperado los impulsó a la acción. La manifestación de criaturas cuya aparición no habían previsto jamás ocasionó un gran desconcierto, tanto en los confines de Anthromia como en los salones de los Deiminos, quienes contemplaron con asombro el insólito acto.
 
Eran seres de estampa aterradora, que superaban con creces a los hombres en talla y porte. Portaban piel rojiza, áspera como la corteza antigua, y cuernos retorcidos, enroscados en sus cráneos, cual coronas siniestras. Sus cuerpos, robustos y poderosos, emulaban a las bestias más feroces, y en sus fauces relucían colmillos grotescos, afilados como la misma sombra de la que surgieron. Ataviados con armas y armaduras de grandes dimensiones, emergieron de las sombras como heraldos de la oscuridad y se lanzaron en un asalto frenético contra los indefensos hombres. Así, los Horkans hicieron su inesperada aparición, marcando el inicio de un lúgubre y desdichado capítulo en la vasta crónica de Aetheris.

Después de tres décadas sangrientas, en las cuales terribles contiendas se desencadenaron, los Anthromen prevalecieron bajo la guía de Honorio, el cual lideró las huestes humanas en aquella encarnizada guerra.

Después de este logro supremo, el renombre de Honorio resonó como el de un héroe preeminente, guía benevolente, primero entre los mortales. Emergió el Bastión Verdegrana, y los hombres se multiplicaron en cantidad, forjando los pilares del futuro Reino de Khirintorin. Honorio, aquel de cabellera ignívoma y ojos que desafiaban los mismos cielos, dejó su impronta, como progenitor del rey Tito, quien entrelazó los linajes primigenios. Exhaló su último suspiro a la asombrosa edad de ciento sesenta años, revelando así para muchos la innegable verdad de su ascendencia Anthorym, aquellos seres que entregaban su último aliento después de, al menos, cinco centurias de existencia.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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