Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Prologo 2/2: Una Lúgubre Cosecha

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
24to Día De Junio. 

Con un temor glacial recorriendo su interior, Charles entornó sus ojos y dejó entreabiertos los labios, mientras contemplaba el paisaje que se extendía ante él. Sobre todo, anhelaba desvelar el origen del misterioso estruendo que había irrumpido bruscamente en la paz y la serenidad de su entorno. A medida que los segundos se escurrían, el sonido de pasos apresurados se tornó cada vez más intenso y sus reverberaciones atronadoras retumbaron al ruido de mil tambores. Con un ominoso ineludible, el polvo en la lejanía se alzó en nubes lúgubres sobre los prados, anunciando la proximidad de algo genuinamente terrible. Y entonces, de repente y sin previo aviso, un relincho agudo y ensordecedor rasgó el aire, sorprendiendo a cada uno de los espectadores, desde los niños hasta a la estoica institutriz, Beatriz. Charles llevó ambas manos a su cabeza en un estado de aturdimiento e incredulidad, luchando por asimilar lo que acontecía ante sus propios ojos. En aquel instante de absoluta comprensión, supo que sus más oscuros temores habían cobrado vida, y que la apacible quietud que había sido su fiel compañera a lo largo de tantos años, estaba a punto de desmoronarse a su alrededor. En su sendero, solo podía sentir el abrazo inexorable, cruel e implacable de un destino que ya no podía evitar.
 
— ¡Augusto, necesito que te reúnas con Amadeo y lleves los niños a la capital! —clamó con autoridad y urgencia— ¡Es una orden! ¡Comunica al rey Fausto que su buen amigo Charles Piedra Caliza le informa del regreso de los centauros!

Celia, con el corazón acelerado por los gritos de su esposo, se acercó a él con dificultad. La angustia se reflejaba en su rostro mientras preguntaba: —¿Qué está pasando, Charles? ¿Qué es ese ruido?

—Centauros, querida—respondió en un tono cargado de nostalgia—Los recuerdo como si fuera ayer.

Los pensamientos de él remontáronse a un pasado remoto, evocando recordaciones que semejaban estar a la vuelta de la esquina. Memorias de alaridos, lamentos, campos teñidos en rojo y familias destrozadas por la pena y la aflicción, una era sombría, una era tétrica, una era infame.

— ¡Será mejor que partas con los niños! —gritó Charles a Celia— ¡nada hermoso aguarda aquí!

— ¡No me iré en tanto tú te quedes! —respondió Celia, todavía atemorizada— ¿Me oyes? ¡No me iré! 

Una enérgica resolución, Charles deseó contradecirla, mas el tiempo ya no era generoso. En ese instante, las determinaciones imperaban y el liderazgo lo llamaba.

En los instantes subsiguientes al estallido de tensión, una agitación frenética se apoderó de la escena. Una inquietante sensación de peligro se esparció por el aire, y en medio del caos, Charles, como líder de la familia, se movió con la astucia de un zorro, buscando hacer frente a la situación que se cernía sobre ellos. Con voz firme y grave, ordenó a su esposa y a la institutriz Beatriz que se ocultaran en la casa, mientras que el joven Amadeo, partió a toda velocidad hacia la viña central para encontrarse con Augusto y, posteriormente, dirigirse hacia Victoria Occasum, la capital del reino de Khirintorín.

En medio de la confusión, los pequeños Celestino y Lucia gritaron angustiados, llamando a su padre. Con lágrimas en los ojos, él les respondió con un grito colmado de amor antes de que ambos pequeños se desvanecieran de su vista. No deseó contemplarlos por mucho más tiempo, pues tal vez fuese la postrera vez que los divisara, y no anhelaba recordarlos envueltos en el velo de las lágrimas.

La espera, tensa y cargada de ansiedad, pareció alargarse hasta lo eterno, y finalmente, los demás labradores se reunieron con Charles en los confines norte del viñedo. El temor se reflejaba en cada uno de sus rostros, más también la firme voluntad de salvaguardar lo que les pertenecía. 

Augusto y Amadeo, con los niños en brazos y las sogas de los caballos en mano, emprendieron una apresurada marcha hacia el sur de la casa, mientras la oscuridad amenazante se cernía sobre ellos como una implacable sombra.

—Tranquila, Lucía —musitó Amadeo mientras en su veloz carrera hacia el camino real, su corto cabello rubio se alborotaba al compás de la brisa, y sus ojos azules escudriñaban atentos el entorno—. Canela está preparado para este cometido —añadió, refiriéndose a su amado corcel.

—Tenemos una larga travesía por delante—expresó Augusto mientras acomodaba al joven Celestino en la grupa de un caballo negro—. Amadeo, como puedes notar, los años me han alcanzado y mi visión ya no es la que una vez fue —agregó—. Deposito mi confianza en ti, joven. No me defraudes.

Amadeo, al escuchar las palabras de Augusto, desvió su mirada hacia el anciano. Contempló aquel cabello blanco y desordenado, semejante a una nube plateada que danzaba con el viento, y su barba añeja y respetable. La esbeltez de su figura no lograba ocultar los fuertes hombros y la espalda erguida, que irradiaban una admirable tenacidad.

—Tranquilo Augusto, saldremos de esta—replicó Amadeo antes de encaramarse junto a Lucía en la grupa de Canela y emprender el extenso viaje hacia el sendero.

En un cercano paraje, a corto trecho de allí, se desplegaba un hermoso sendero que atravesaba un vasto y exuberante boscaje, para más tarde, tras un largo periplo, encaminarse hacia la capital, donde se alzaba majestuoso el castillo del rey Fausto Nobilcor. El terreno del cual partían los viajeros se encontraba en la zona centro-austral del ducado de Herbalea, implicando dejar tras de sí el cálido hogar y, tras algunas paradas intermedias, si el favor de Honorio les era propicio, anhelaban alcanzar su destino final tras seis arduos días de peregrinación.

En un parpadeo breve y veloz, las criaturas surgieron en el umbral norte de la viña, encontrándose frente a Charles y sus hombres, quienes, reunidos todos juntos a cierta distancia de las tapias, les vedaban el camino a pesar del miedo. Un caudal de pavor invadió al vinatero al contemplarlas, arrojándolo de inmediato a aquellos días remotos en que las avistó por primera vez, hace ya treinta y cinco largos años.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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