Primera Parte
La Que Vibra Alto
Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
24to Día De Junio.
Pasadas tres horas desde su huida del peligro en el viñedo, desconociendo todo lo sucedido allí, y tras recorrer varias leguas por el sendero real, nuestros queridos Augusto, Amadeo, Celestino y Lucía prosiguieron su camino de esta forma:
Con vigor sin par, el rítmico trozar de las monturas, cual trueno rugiente en la pradera, resonó por entre la hierba exuberante, llevando consigo a los únicos cuatro supervivientes de la horrorosa masacre que ennegreció aquella fatídica mañana del veinticuatro de junio. Augusto, Amadeo, Celestino y Lucía, abrazados con fuerza a las crines de sus nobles corceles, dejaron atrás las tierras que antaño pertenecieron al hogar del difunto Charles Piedra Caliza, y emprendieron su camino por el sendero real que los conduciría hacia la tierra prometida de Victoria Occasum.
Herbalea, en los confines de los ducados del sur, donde las fronteras australes limitan con las del norte, marcó el umbral de su audaz travesía. Deberían de atravesar tres extensos ducados: Agri Viridis, Bonun Ventis y Olivarreal. Conscientes de que el camino por delante sería largo y arduo, los intrépidos viajantes se aprestaron a enfrentar terrores conocidos y desconocidos por igual.
Con esta certeza arraigada en sus corazones, tanto Augusto como Amadeo se aferraron con firmeza al compromiso de galopar al ritmo impetuoso de los vientos eternos y enérgicos, sabiendo que no podían darse el lujo de disminuir la velocidad ni por un momento. Los implacables centauros hollaban la tierra con violencia y sus rugidos salvajes aún retumbaban en el horizonte, recordándoles al incansable enemigo que los perseguía sin tregua.
—¿Algo captáis con vuestros oídos? —indagó el canoso Augusto, atento a cualquier sonido—. Un escalofrío recorre mis ancianos huesos, y si algo no yerra en este mundo, son los huesos de un anciano.
—Nada aún —respondió Amadeo tras una breve observación—, pero creo que debemos confiar en algo más fiable que tus añejos huesos. No es que desconfíe de ellos, pero solo tú puedes sentirlos y somos cuatro en este viaje.
—Cuando llegues a mi edad, lo comprenderás muchacho. Hay tres cosas sabias en este mundo: la tierra, el viento y el tiempo. Si algo poseo, es tiempo vivido, entre la tierra y el viento. Por tanto, creo que entiendo cuando mis huesos me hablan. Sin embargo, de igual modo, no podemos permitirnos reducir el paso —advirtió el veterano—. Si estas criaturas se asemejan a las que mi memoria evoca, no renunciarán fácilmente a perseguirnos.
— ¿Qué fue ese estruendo, señor Augusto? —preguntó Celestino, manteniéndose firme, su rostro reflejando una mezcla de miedo y curiosidad.
—Eran centauros, chiquillo —expresó Augusto con seriedad—. Bestias insólitas, que amalgaman piernas de corcel con el cuerpo y semblante de un hombre. Si deseas verlos, te aseguro que no es algo que querrías, de hecho, si los vieras, desearías no haberlo hecho.
— ¿Y qué ha pasado con papá y mamá? —preguntó Lucía, luchando por mantener el equilibrio en su montura, tambaleándose en más de una ocasión debido a la vertiginosa velocidad.
—Este no es el momento para hacer preguntas, dulce Lucía —susurró Augusto con ternura—. En su debido momento encontraréis respuestas. Es mejor guardar silencio en tiempos tumultuosos para escuchar con claridad en tiempos serenos.
El mediodía estaba próximo, y como cada día veraniego en Khirintorín, el calor se alzaba alto, acompañado de una humedad densa, tornando el viaje más fatigoso. El sendero real, el cual famoso era por su anchura y color, se angostó hasta casi desvanecerse tras abandonar los amplios prados y así, alterar el telón hacia un escenario más agreste. Augusto suspiró con gran pesar, pues detestaba cabalgar bajo densos árboles, lo cual a Amadeo tampoco deleitaba.
—Vigilad atentamente—advirtió con severidad.
Si acaso algo podía afirmarse de Augusto, era su naturaleza precavida y abnegada. Ansiaba ejecutar cada tarea con el mayor esmero posible, sin dejar escapar ni el más mínimo detalle a su atenta mirada. Siempre encontraba un instante adicional para reflexionar sobre las circunstancias y, en la mayoría de los casos, se erigía como la voz de la cordura.
—No seas tan agobiante—respondió Amadeo.
Por su parte, Amadeo contrastaba notablemente con Augusto. Era impetuoso, como corresponde a todo joven: emocional y rebosante de energía. No se detenía a meditar las circunstancias, su modus operandi era la acción pura. "Acción" era la palabra que mejor lo definía; para él, actuar era la clave, no detenerse a pensar. Sin embargo, si algo compartía con el veterano Augusto, era su entrega total. Amadeo no guardaba nada, entregábase por completo, y su lealtad era incuestionable. Siempre se podía confiar en él, en todo momento y lugar.
Es por ello, que en este momento tan crucial, Charles depositó su confianza en ellos para la trascendental labor de resguardar a sus hijos. Que nada garantizaba el éxito, era un hecho conocido. Sin embargo, si existía la más mínima y tenue posibilidad de lograrlo, era estando ellos dos al mando. Pues no vacilarían en ofrecer más que sus propias vidas en pos de cumplir con su misión, pues como se decía en Khirintorín, «Ni el mas noble de los caballeros es mas fiel que un buen peón».
Y he de decir, que era un dicho bastante acertado.
Apenas adentráronse y recorrieron unos escasos pasos, al instante, entre los cuatro, discernieron el entorno. El frondoso bosque se componía principalmente de abedules, sus troncos erguidos se vestían de plata, mientras las hojas que los adornaban eran de un laurel puro. Era, sobre todo, un sitio enigmático (por no emplear otro término), donde la brisa acariciaba las ramas, estas pareciendo frágiles y robustas a la vez. El techo de hojarasca apenas dejaba pasar la luz del astro mayor, que se colaba tímidamente, tejiendo un tapiz de sombras danzantes sobre el suelo alfombrado de musgo. Enigmático lugar, sí, mas también parecía sereno.
Editado: 18.01.2024