Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
Tarde del 24 de Junio.
Pocos momentos después de evadir el peligro que representaban los centauros que les perseguían, nuestros entrañables Amadeo y Lucía se vieron confrontados con un nuevo obstáculo: los goblins. Y así, la historia prosiguió:
Los cuerpos de los centauros, lacerados y apuñalados hasta la desfiguración, yacían como tristes despojos tras el implacable asedio ejecutado por la hueste numerosa de goblins, que desplegó su táctica más preciada, la emboscada. La sangre, cual macabra ofrenda, se desplegaba en el suelo, empañando aquel paisaje de sublime hermosura, mientras las diminutas criaturas reían con malévolo regocijo.
Amadeo y Lucía, observaron la escena con un renovado terror. En sus mentes, la esperanza apenas insinuaba una mejora en su infausta situación, aunque internamente agradecían el don de seguir vivos. Se incorporaron muy lentamente, pues estaban arrodillados, y cuando una de las diminutas bestias los observó, permanecieron inmóviles como estatuas.
El goblin de estirpe superior y mejor equipado parecía liderar. Vestía una armadura de cuero fuerte y empuñaba una larga daga y una cimitarra de hierro. Avanzó con la altivez de un pavo real hacia los cuerpos inmóviles de los centauros, mostrando una soberbia evidente, y luego los escudriñó detenidamente con mirada penetrante antes de pronunciar palabra alguna.
—Apenas era un mocoso la última vez que me topé con seres como estos —susurró con una voz profunda y grave—. Siguen siendo igual de torpes.
Se le aproximó uno de sus secuaces.
—Mi señor, ¿Cuál será el destino de estos dos? —inquirió, señalando tanto a Lucia como a Amadeo.
—Haremos lo que hemos venido a hacer —replicó el líder con firmeza—. Les arrebataremos cualquier tesoro que atesoren.
—Han oído al venerable Thrill —murmuró otro goblin con suma malicia—. Entreguen sus pertenencias y quizás conserven la vida.
—No llevamos nada de valor —replicó Amadeo, alzando las manos—. Las ropas que llevamos son lo más valioso que tenemos.
—Son solo patrañas —espetó el goblin inquisitivo con un desdén altivo y apuntó a ambos con su arma—. ¿No son parte de la familia que habita la granja al norte? Reconozco al rubio, señor. Lo he visto varias veces, lo suficiente como para saber que miente.
— ¿Y cómo diantres sabes eso? —preguntó Amadeo, irritado. El goblin guardó silencio—. Responde, maldito engendro. Ni tu jefe ni tus compañeros salvarán tu maldita vida si no lo haces.
La altivez, especialmente proveniente de un goblin, era algo que simplemente no soportaba. "Malditos saqueadores despreciables", resonaba en su mente mientras los observaba; los odiaba desde que era pequeño. Recordaba con claridad las cosas que habían desaparecido del viñedo, y al escuchar cómo el goblin lo reconocía, una ira creciente lo invadió. Por eso, agarró la cimitarra del goblin por la mitad con su mano derecha y, en un rápido movimiento, tomó al goblin del cuello con su mano izquierda, dejándolo sin aire, todos los goblins lo miraron sorprendidos, excepto el jefe, que mostró una leve sonrisa.
— ¡Responde! —exigió Amadeo con furia—. Han desaparecido barriles en la bodega, barriles de un vino muy caro. ¿Crees que me lleno las manos de callos para que un miserable como tú los robe? ¿Eh? ¡Seguro que fuiste tú! ¡Maldito!
— ¡Silencio! —intervino el supuesto Thrill, apuntando a Amadeo con su cimitarra—. Suelta a mi súbdito, si es que quieres seguir con vida.
Amadeo, con la respiración agitada, liberó el cuello del goblin dejándolo caer, y sus compañeros acudieron rápidamente en su auxilio. Lucia lo miraba sorprendida, nunca lo había visto tan enfadado.
—Muy bien, muy bien —dijo Thrill—, ahora dime, pues nunca me quedo con una duda. ¿Vienen o no vienen de esa granja?
—Es un viñedo... —aclaró Amadeo, recuperando la calma poco a poco— Hemos huido de allí —continuó—. Estos abominables seres asaltaron nuestra morada y la tierra tembló como en un terremoto; creemos ser los únicos supervivientes.
Thrill asintió con gesto de profundo entendimiento.
—Conociendo la índole de estas bestias, lamento informarte que, con toda probabilidad, han segado la vida de todos los que no lograron escapar —sentenció con frialdad.
— ¿Entonces, papá y mamá... están muertos? —preguntó Lucía, con voz temblorosa.
— ¡Cállate! —grito el jefe goblin apenas la oyó, clavando su cimitarra en el césped.
Thrill posó sus ojos sobre la niña con una intensidad y violencia notables, ya que el sonido de su voz le resultó desagradable; detestaba los sonidos estridentes, ¡Los aborrecía! Los goblins poseían una audición sensible y percibían los sonidos mucho más intensamente que los demás, por lo que los agudos les causaban molestia y malestar, especialmente si provenían de humanos. Durante unos momentos, mantuvo su mirada fija en Lucía, frunciendo el ceño y manifestando su disgusto, parpadeando repetidamente mientras sus rasgos se volvían más afilados. El resto de los goblins guardaron silencio y Amadeo, consternado, comenzó a preocuparse. Lucía, que aún no había cruzado miradas con el jefe tribal, lo observó como una presa sometida, un brillo hermoso surgió en sus ojos esmeralda, presagiando lágrimas. Sin embargo, algo chispeó en su memoria. Reconoció esos ojos, sí, los reconocía: eran los mismos ojos furiosos de color dorado que había visto cuando los centauros amenazaban a Amadeo. Eran los mismos ojos a los que, sin saberlo, había pedido ayuda, y de manera inesperada, esa ayuda había llegado. Eran esos mismos ojos.
Las miradas se sostuvieron durante unos instantes, breves pero interminables, y de manera inesperada, Thrill recuperó la compostura. Sus rasgos se suavizaron, guardó su cimitarra y su tono al hablar se volvió menos severo.
— ¿No le comunicaste nada? —inquirió.
Editado: 18.01.2024