Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
Tarde del 24 de Junio y Posterior noche.
Penetrando finalmente en la guarida de los goblins, escoltados e intimidados celosamente por Thrill, así prosiguió el viaje de Amadeo y Lucía:
Los túneles en los que se aventuraron eran estrechos y lóbregos, plagados de escombros y mugre. No eran más que un sendero excavado en medio de una modesta elevación de tierra boscosa, donde suelo, paredes y techo estaban hechos de tierra misma. Destrozadas cajas y barriles se amontonaban a los flancos, junto a espadas melladas y quebradas, mientras unos pocos huesos y calaveras yacían dispersos. Tenues antorchas alumbraban el sendero, apenas iluminando el trayecto, mientras desde lo alto descendían pegajosas, gruesas y largas telarañas. Más allá aún, se extendía el camino.
Avanzaron alrededor de veinte pasos, desembocando en una vasta cámara subterránea. ¡Oh, qué cámara, por los dioses! Caos, suciedad y desorden eran las únicas expresiones que lograban retratar la tétrica escena. Aquel recinto, espacioso y oculto bajo tierra, se desplegaba como un abismo oscuro de impureza y descomposición. El aire se impregnaba con el agudo olor del sudor, el temor y el sufrimiento. Las paredes mismas goteaban la sangre de innumerables prisioneros doblegados bajo el yugo de los goblins, mientras el suelo se volvía resbaladizo por los vestigios de torturas pasadas. Daba la impresión de ser un laberinto húmedo y traicionero, con pasajes sinuosos que conducían a una oscuridad más profunda. Las mazmorras, esculpidas de manera rústica en la fría piedra, exhalaban un tufillo a decadencia y descomposición, entremezclado con la suave luz de las antorchas, proyectando sombras lúgubres sobre las paredes. Los sonidos de roedores correteando y el constante rasguño de sus garras componían una música inquietante, capaz de estremecer incluso a los corazones más valientes.
—Esto es una mierda—murmuró Lucia, cuyo temor ya se había convertido en fastidio.
— ¡Lucia! —la amonestó Amadeo—no digas malas palabras.
—Pero lo es—contestó ella, con el ceño fruncido.
—Ciertamente lo es—afirmó Amadeo—pero evitemos perecer a causa de posibles ofensas.
—Ambos, silencio ya mismo—dictaminó Thrill, y continuaron su marcha.
Pese a todo, en medio del caos y la amenaza, una extraña belleza se insinuaba en la madriguera. Las intrincadas tallas que adornaban las paredes, la sorprendente destreza de su artesanía burda y los patrones enigmáticos que adornaban las vestimentas goblins, todo eso denotaba una cultura retorcida que, de alguna manera, infundía tanto miedo como asombro.
En la oscuridad del recinto, Lucia y Amadeo fijaron sus ojos en las variadas superficies que los rodeaban, descubriendo inscripciones misteriosas en una sustancia negra que se asemejaba a tinta o pintura que recitaban lo siguiente:
הדמעות של הקורבנות הן כמו היין המשובח ביותר,
וקינת האומללים היא המשתה האהוב עלינו,
אנחנו שותים מייאוש, אנחנו משתכרים מסבל,
כי במוות ובחוסר מזל אנו מוצאים את נשימתנו.
—No se ve para nada bonito—dijo Lucia, entre temerosa e intrigada.
—Oh no seas así de mala con nuestro arte—la interrumpió Thrill—es parte de una bella canción.
La realidad era que no era para nada una canción hermosa, sino todo lo contrario. De hecho, si Lucia y Amadeo hubieran sabido lo que significaban esas palabras, se habrían asustado aún más. Sin embargo, al desconocer su significado, continuaron su camino y observando a su alrededor.
Las palabras resultaban insuficientes para expresar la repulsión que embargaba tanto a Amadeo como a Lucía en aquel lugar. Todo cuanto contemplaban les resultaba desagradable, impuro e inadecuado. Les provocaba asco e indignación. ¿Cómo era posible vivir en semejante ambiente? Era una afrenta a la dignidad, y se sentían perturbados y, sobre todo, indignados por verse obligados a presenciar aquello. No obstante, eso era apenas una mínima porción de lo verdaderamente desagradable que aguardaba en aquella caverna. Avanzaron por la cámara hacia otra similar, y desde allí tomaron un pasadizo en la sección oriental, aún más angosto que la entrada, igualmente sucio y plagado de escombros, huesos y calaveras. Pero al llegar a la mitad, descubrieron que era el pasadizo donde los goblins celebraban sus repulsivas reuniones.
Muchos de ellos estaban sentados en barriles destrozados y algunas cajas, sosteniendo antorchas que complementaban las ya existentes, como si se burlaran constantemente. Sus estaturas diminutas y sus grotescas facciones que acompañaban a sus horrendos cuerpos ofrecían una imagen espantosa. Fue entonces cuando notaron que Thrill, entre todos, destacaba como el goblin más alto y fornido, su liderazgo se evidenciaba no solo por su estatura, sino también por su notable demencia.
Mientras se hallaban en su osada travesía sobre este habitado pasadizo hacia otra misera cámara adyacente, un duende anciano y mustio posó su mirada en la joven Lucía, extendiendo una sonrisa malévola de extremo a extremo, cuya maldad se palpaba como un nocivo miasma. El aire mismo se tornó espeso, preludio de una inminente aflicción mientras la niña temblaba de miedo, presa por completo en medio de estas abominables criaturas.
— ¡Mirad, mirad! ¡Contemplad lo que ante nosotros se despliega! —exclamó el goblin, frunciendo el entrecejo mientras contemplaba la escena con atención.
Con suma cautela, extendió su mano en dirección a la joven infanta, mas antes de que pudiera rozarla, su señor se lanzó con celeridad y precisión, asestando un golpe certero que le arrebató de cuajo la diestra.
— ¡No es para disfrute personal! —proclamó Thrill con autoridad, enfundando su cimitarra con un gesto que reflejaba tanto orgullo como desaprobación.
Los aullidos estertóreos de la criatura resonaron a través de los aciagos corredores, horadando los oídos y perturbando el ánimo de cuantos osaran escucharlos. Thrill, señor de los goblins, apenas frunció el ceño mientras sostenía la mano maltrecha de la criatura, como si fuese un tesoro antiquísimo de un tiempo olvidado.
Editado: 18.01.2024