Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
30mo Día De Junio.
El umbral del castillo se revelaba con majestuosidad y fortaleza, digno de los nobles guerreros de antaño. Aunque no ostentaba la ostentación más grandiosa, esto no resultaba menester, pues, al fin y al cabo, era el castillo del rey:
Seis colosales columnas de granito, erguidas y robustas, con distinción sostenían los techos abovedados de madera de tejo, irradiando así una sensación de esplendor y solidez. El suelo, hecho de losas de piedra, apenas contrastaba con estas, creando un ambiente frío e imponente en su grisura. Era una planta más baja, y al final del corredor, se alzaba un nivel ligeramente superior, precedido por unos cincuenta tablones de madera de teca que actuaban a modo de escalinata. A los lados, en los rellanos de estos, braseros negros con llamas vivaces iluminaban la zona.
A los flancos de las portentosas puertas principales, se alzaban dos modestos bancos de nogal, cuyas superficies habían sido pacientemente pulidas hasta adquirir un brillo suave y envejecido. En ellos, un sencillo y cálido asiento aguardaba a aquellos viajeros que deseaban esperar o encontrar un breve reposo.
—Sentaos aquí, mis amigos —ordenó Fulgencio a Augusto y Celestino—. Permítanme abrir el diálogo con el rey, quien siempre parece encontrarse de mal genio. Si llegara a necesitarlos, les llamaré.
—Estoy de acuerdo —respondió Celestino al sentarse en el banco—. Se puede contemplar todo desde aquí.
—Es un momento de importancia, Celestino—observó Augusto—. ¿Por qué te muestras tan sereno?
—No veo razones para estar preocupado, Augusto. Nos encontramos en el castillo del rey; difícilmente podríamos estar en un lugar mejor.
—Cada vez me agrada más este muchacho—expresó Laureano—. Vamos, señor Fulgencio, el rey Fausto nos aguarda—y acto seguido, tanto el conde como el comandante avanzaron por el extenso pasillo que oficiaba como recibidor.
Una vez escalada la escalinata que conducía al piso superior, se toparon de frente con la majestuosa cámara del trono, y decir que era singular sería un eufemismo. Al adentrarse en la imponente estancia, los visitantes fueron recibidos por un suelo de caoba, pulido con esmero y resplandeciente, cuyos ecos resonaban poderosamente con cada paso. En el centro de la sala, en un pequeño espacio cuadrado de piedra, elevábase una gran hoguera alimentada por robustos troncos, iluminando en gran medida el recinto. A ambos lados, se erguían dos magníficas y exquisitas mesas rectangulares de arce, destinadas a albergar no menos de cuarenta comensales cada una, con la peculiaridad de que las sillas estaban dispuestas únicamente en el lado que permitía contemplar el fuego. Bajo los nobles estrados se desplegaban con gracia finas y extensas alfombras carmesí, adornadas con intrincados bordados dorados, infundiendo al ambiente un toque de refinada calidez.
A pocos pasos de las mesas, a cada flanco se erguían seis espléndidas columnas de robusto roble, soportando con gallardía el nivel superior, del cual pendían exquisitos arcos, no más que meros ornamentos, pero que añadían magnificencia al entorno. En las propias columnas se desplegaban grandes tapices de color verde oscuro con ribetes dorados, en cuyo centro ondeaba como estandarte un león fiero y maduro, símbolo de grandeza, el símbolo de la realeza.
Un juglar ataviado en ropajes de verde intenso entonaba desde el mismísimo fuego, la balada más célebre en la historia del reino, "La Divina Gracia del Líder", y así se dejaba oír:
En tiempos oscuros, cuando el caos amenazaba con devorar la tierra,
Un líder surgió con una llama en su mirada, su nombre era claro y sincero,
Guiando a su pueblo con mano firme y sabia, mostró un camino de luz,
La Divina Gracia del Líder, una epopeya que nunca se olvidaría.
Con valor y honor, inspiró a sus seguidores, su espíritu jamás quebró,
En cada batalla y desafío, en la paz y la guerra, él prevaleció,
Los vientos le susurraban secretos, las estrellas le marcaban el camino,
En sus manos, el destino del reino estaba tejido como un tapiz divino.
Sus palabras eran como melodías, su sabiduría, como un río sin fin,
En su corazón, un amor por su gente que nunca conocería el declive,
La justicia y la compasión, sus más leales aliados,
Forjaron un reino de prosperidad, en días de antaño recordados.
Los bardos entonan sus cantos, los trovadores cuentan su historia,
El Líder bendecido por la Divina Gracia, el guardián de la gloria,
Su legado perdura, como un faro en la tormenta, una luz que nunca se apaga,
En el corazón de la historia, su nombre resuena, su recuerdo no se desvanece.
Los oprimidos hallaron consuelo en su mano,
Y a los necesitados, les brindó amparo sano.
La Divina Gracia del Líder, en su mirada serena,
Guiaba a su reino hacia una era plena.
Sus súbditos le amaban con devoción,
Porque su corazón latía con compasión.
En cada gesto, en cada noble acción,
El Líder demostraba su rectitud y pasión.
Pero el tiempo, como río, fluye sin cesar,
Y el Líder, mortal, debió un día marchar.
Pero su legado, como estrella en el cielo,
Perdura en canciones, como este anhelo.
¡Oh, líder virtuoso! Tu legado trasciende el tiempo,
como un relato inmortalizado en el libro de la eternidad.
Eres faro y timón, brújula y viento en las velas de la humanidad,
La Divina Gracia del Líder, su canto escuchad,
Y por favor, Sus proezas y hazañas, nunca olvidad.
Editado: 18.01.2024