Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 13

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
30mo Día De Junio. 

Al fin, llegaba el final de su extenso viaje, ¡sí, al fin! Tanto Augusto como Celestino estaban a punto de conferenciar con el rey:

— ¡Oh, Conde Fulgencio, noto que nuevamente te presentas en representación del Duque Horacio! Debo advertirte que mi paciencia tiene sus límites —declaró el rey Fausto con manifiesta impaciencia.

—Lamento si su comportamiento no satisface sus expectativas, su alteza. No obstante, hoy debemos abordar asuntos de mayor magnitud —respondió Fulgencio con cautela.

— ¿Osas sugerir, Conde Fulgencio, que mi convocatoria carece de importancia? 

—De ninguna manera, majestad. Cualquier asunto que requiera vuestra atención es de transcendental relevancia. Sin embargo, me temo que debemos posponer nuestra planeada conversación.

— ¿Y qué es tan urgente como para justificar tal interrupción? —preguntó el rey Fausto, con sarcasmo.

—Traigo noticias desalentadoras desde el ducado de Herbalea, mi señor, y lamentablemente, también de mi condado —respondió Fulgencio con seriedad.

— ¿Has oído esto, Laureano? ¿Cuál es tu opinión? ¿Debería prestarle atención o no? —preguntó Fausto, buscando la perspectiva de su comandante—Al fin y al cabo, esa es la responsabilidad del duque Horacio.

—Sería sensato escuchar lo que tiene que decir, mi señor —respondió el comandante Laureano con firmeza—siempre es sabio atender lo que los nobles señores tienen que comunicar.

—Siempre tan sensato, comandante. Está bien, Fulgencio, que sea breve —concedió Fausto, con gesto impaciente—y cuando digo breve, me refiero a muy breve.

—No les llevará mucho tiempo, su alteza. He traído a alguien que podrá narrar los hechos de manera más eficaz. ¡Augusto, adelante! —llamó Fulgencio.

En ese instante, el canoso peón que había permanecido sentado junto a las puertas de ébano se dirigió con paso mesurado hacia el extremo de la estancia, lo cual le tomó alrededor de un minuto, y acto seguido, adoptando una actitud formal, ajustó el cuello de su camisa y, una vez frente al rey, se arrodilló en señal de reverencia.

—Es un honor conocerlo, mi rey —dijo Augusto con excesiva deferencia.

—Eres sumamente cortés, Augusto. Por favor, levántate y relata esas funestas noticias que Fulgencio ha mencionado —respondió Fausto, tornando su tono más amigable.

—Con gusto, su majestad —replicó Augusto, enderezándose—Procedo del ducado de Herbalea. Trabajaba en los viñedos de mi patrón junto a sus vástagos. Íbamos a dar inicio a la cosecha anual cuando un infortunio sobrevino en la región. La tierra tembló como presagiando un mal augurio, y el estrépito de galopes violentos llenó el aire. Mi patrón reconoció al instante la amenaza y me envió, junto a mi buen amigo Amadeo, para informaros del retorno de los temibles centauros —relató Augusto, con calma pero con tensión evidente.

Fausto se mostró incrédulo y replicó—No puede ser cierto, Augusto. Personalmente lideré la campaña para exterminar a esas criaturas. No dejamos a ninguno con vida.

—Juro por todo lo sagrado que poseo que no miento, su majestad —insistió Augusto—Cuando íbamos a cruzar el Bosque Murmurante, dos de esas bestias nos persiguieron con violencia. Amadeo y la hija de mi patrón cayeron en el bosque por su causa.

Fausto, escéptico, parecía vislumbrar en Augusto a un embustero—Dime, Augusto, si en verdad los viste, ¿cómo son esos centauros?

—Son criaturas cuya estatura supera en mucho al hombre, alzándose con altivez, más de codo y medio por encima de nosotros. Su fortaleza rivaliza con la de una torre, con torsos humanos que llegan hasta la cintura, y cuatro patas de caballo, todas ellas grotescas. Sus pelajes varían en tonos terrosos, desde la penumbra hasta la luz. Maestros en el arte de la lanza, con una sola de ellas derribaron al corcel de Amadeo —relató Augusto, esforzándose por pintar una vívida imagen en la mente del rey.

—Fulgencio, ¿puedes confirmar lo dicho por este hombre? —preguntó Fausto, buscando corroboración.

—Es veraz, mi señor. Las bestias asolaron mi territorio antes de partir —aseguró Fulgencio, entre temor y alivio en su voz—cuatro de ellas nos persiguieron a mí, a Augusto y a nuestro joven acompañante. Fue Miguel, uno de mis guardias, quien las enfrentó, pero temo que se haya desatado un conflicto en las afueras del poblado.

— ¿Las viste personalmente?

—Sí, su alteza, mientras les lanzaba objetos desde las ventanas de la carreta —admitió Fulgencio—No son nada gratas a la vista.

— ¿Eres consciente de su peligro? ¿Por qué arriesgaste tu vida de esa manera? —preguntó Fausto, confundido—Podrían haberte herido con flechas o lanzas.

—Casi matan a mi joven amigo, mi señor —explicó Fulgencio—No podía permanecer impasible.

— ¿Y qué vínculo tan estrecho puede tener ese amigo para que un conde arriesgue así su vida? —cuestionó el rey.

—Era el protegido de Augusto e hijo de su patrón, su majestad —respondió Fulgencio.

— ¿Y? 

—Y tengo gran estima por su padre, por supuesto —añadió Fulgencio.

—Ah, ¿sí? ¿Y quién es ese patrón tuyo, Augusto? Me intriga conocerlo —inquirió Fausto con curiosidad—Para que un conde, que según puedo decir, es bastante egoísta, arriesgue su vida de tal manera, tu patrón debe ser de gran importancia.

—Permítame decir que Fulgencio no demostró ser para nada egoísta con nosotros —respondió Augusto en defensa de su amigo, a lo que Fausto asintió—Respecto a mi patrón, es nada más y nada menos que Charles Piedra Caliza, vuestra alteza —expuso Augusto, notando un cambio en la expresión del rey. Incluso el venerable Laureano, en su imperturbable actitud, abrió los ojos sorprendido y se movió ligeramente.
 
—¡Oh, Charles! ¡Claro que sí! Ahora entiendo las preocupaciones del conde —expresó el rey Fausto, mostrando un interés genuino— ¿Y dónde se halla? Deberían haber empezado por ahí. Hace tiempo que no lo veo.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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