Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 15

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
30mo Día De Junio. 

En un crepúsculo presuroso y anhelante, Laureano descendió con ágil paso por los peldaños de la majestuosa escalinata real, como si cada escalón reconociera el firme propósito de su jornada. En ningún instante contempló el esplendor del dorado ocaso que abrazaba la ciudad, algo que solía hacer a diario:

Los ecos de sus pasos resonaron en los vetustos peldaños, mientras un velo de sombras se extendió sobre la tierra. Al entregar su apreciada armadura a sus hermanos de la guardia que custodiaban las puertas del alcázar, se halló ataviado con sus ropajes civiles, tejidos de lino y seda de tonalidades oscuras. No obstante, tales atuendos no fueron visibles a los ojos de los potenciales espectadores que pudiesen avistar a su amado comandante, pues él tomó su capa carmesí y ocultó así su semblante, transformándose en un desconocido más que deambulaba  por las calles de la urbe.

Enrumbo a la plazoleta y allí, sin penetrar, alzó los dedos índice y anular de su diestra a la boca, dejando escapar un agudo y grave silbido que turbó a los transeúntes, atrayendo así sus miradas de desdén.

Así, poco después, surcando los cielos como los vientos más vehementes, manifestose un halcón gris y bello. Laureano extendió su diestra mano y el ave, con destreza, altivez y gracia, se posó sobre su muñeca, clavando su mirada en los ojos del hombre y efectuando un sutil gesto afirmativo con su cabeza.

—Salve, mi amigo —murmuró Laureano, acariciando sus plumajes con ternura—. Busca a Marcus y llévale a la taberna. Allí aguardaré.

Sin dilación, el valeroso animal alzó su vuelo hacia el oriente de la ciudad real para buscar al respetado sargento supremo de la milicia.  Mientras Laureano se preparaba para proseguir su camino, un infante lo observó con tal insistencia que detuvo su andar.

El comandante se aproximó al chiquillo con mesurados pasos, y tras descubrir parcialmente su semblante, apartando ligeramente su capucha, mostró su identidad al niño.

—Comandante —susurró este, reverencialmente.

Laureano puso el dedo índice sobre sus labios, indicándole que guardara silencio. Acto seguido, acarició su cabello, provocando una sonrisa en el pequeño, y sin más tiempo que perder, reanudó su marcha.

Tras unos breves momentos y varios pasos seguros, alcanzó aquel rincón casi olvidado. Entre callejones empedrados y senderos impregnados por la sutil brisa, se topó nuevamente con aquella refinada y bella taberna que tanto estimaba. La fachada de madera oscura y pulimentada, las puertas de bronce reluciente y las veinte lámparas de aceite que pendían del techo, despidiendo su singular y rojiza luz, le dieron la bienvenida una vez más.

No hubo menester de detenerse a aguardar en ningún sitio, pues tras breves momentos, captó el sonido fuerte del batir de alas y el resonar imponente del chillido de su halcón, al que observó volando y asentándose en la cima del tejado de la taberna. Al dirigir su mirada a la diestra, avistó una figura colosal y fornida, de mayor estatura que la suya y envuelta en un vasto manto negro. Su semblante permanecía oculto, dejando al descubierto solo la rubia barba.

—Hace tiempo que no envías un halcón al cuartel —mencionó la figura con voz profunda.

—Hace tiempo que no debemos abordar asuntos tan graves —contestó Laureano, y enseguida, ambos ascendieron los pequeños escalones y manipularon el pesado aldabón de latón que permitía la entrada a la renombrada «Taberna de las Velas Rojas».



#3793 en Fantasía
#4715 en Otros
#517 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.