Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 16

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
30mo Día De Junio. 

En aquel recinto, envuelto por una semi oscuridad danzante que parecía tener voluntad propia, y acariciado por el ancestral perfume de la madera desgastada, Laureano y Marcus sumergiéronse en una velada de intrigas y estrategias que rivalizaba con las más memorables gestas de antaño:

La taberna, de humilde apariencia aunque con una rica historia que emanaba de cada esquina, semejaba ser el sitio predilecto para aquellos cuyos deseos y propósitos eludían las miradas inquisitivas. Las sombras, aliadas de quienes buscaban ocultamiento, se extendían con gracia por los muros, mientras las velas rojas centelleaban como luciérnagas bailarinas en la negrura.

El tabernero, el respetable Eríoc Hígado De Acero, con su cutis surcado, claro, terso y hondos ojos de tono café acorde al grato ambiente, los recibió con su renombrada y célebre bienvenida, conocida por todos en el reino:

— ¡Salve, nobles compañeros! ¡Aquí os halláis en el cobijo del gran Eríoc Hígado De Acero! ¿Preparados para refrescar vuestras gargantas con el mejor brebaje de estas tierras? Yo soy Eríoc, el que soporta más trago que un dragón hambriento. ¡Bienvenidos a este antro de regocijo y relatos! Si buscáis historias emocionantes o simplemente deseáis ahogar vuestras penas en una copa de cerveza, habéis arribado al sitio adecuado. Tomad asiento, pedid lo que deseéis beber y, si os place, narradme vuestras propias historias o rumores del poblado. Aquí, todo es válido mientras se bebe y se disfruta. ¡Por la buena vida y las aventuras que nos aguardan esta noche! ¡Salud, amigos!

Al transitar junto a la barra, Marcus y Laureano (con sus semblantes aún velados por sus capuchas) le otorgaron un firme apretón al tabernero, solicitaron dos jarras de cerveza negra y se aposentaron en la mesa más apartada del centro, casi adherida a la pared.

Un silencio tenso, de minutos que se contaban por puñados, colmó el ámbito entre ambos amigos. Al llegar las bebidas, Laureano se dispuso a examinar por última vez el entorno. Alrededor de ellos, la taberna bullente respiraba la vida común, pero ellos, con ojos vigilantes y semblantes velados, se empeñaron en resguardar en secreto la crucial conversación que estaban por entablar.

—Ya temía que no retornarían los días en los que el gran Laureano estaba tan vigilante a su entorno —expresó Marcus, alzando su cerveza— ¿Qué es aquello que te aflige, mi comandante?

Laureano finalmente exhaló un largo suspiro y dijo—Los centauros han vuelto, Marcus… más feroces que nunca. Si mis sospechas son ciertas, temo que han tomado el norte.

—¿Es acaso posible? —respondió el sargento— ¿Qué te lleva a creerlo?

—Es cierto, el conde Fulgencio nos notificó hoy al mediodía sobre el asalto a su condado. Y sabemos que su finca yace en Sidereum, por ende, al menos han cruzado Herbalea.

Marcus fijó la mirada en un punto fijo de la vetusta mesa, pero la respiración de Laureano no reflejaba la habitual serenidad; el comandante no solía dejar escapar ruido alguno, mas en aquel momento, su respiración, apenas perceptible, denotaba cierta agitación, como si ocultara un enojo o una tristeza.

—Me temo que esa no es la peor de las noticias que debes relatar —respondió Marcus.

—Charles… ha fallecido.

— ¿Piedra Caliza? 

—Sí… nuestro estimado amigo Charles, nada más y nada menos.

—¿Estás seguro de ello? —inquirió Marcus, sorprendido por la noticia. Se negaba a asimilarla.

—Envío a sus hijos al castillo del rey junto con dos leales empleados. Hoy se presentó un canoso peón llamado Augusto y un solo niño. Una de las monturas fue derribada por las bestias y su hija cayó en el "Bosque Murmureante" de Herbalea junto al sirviente que la protegía —explicó Laureano, tomando un sorbo de su cerveza oscura.

—Esto es grave, sumamente grave —dijo Marcus con voz severa—. Pero, ¿cómo sabemos si Charles fue asesinado o simplemente capturado?

—Por favor, Marcus. Conoces a los centauros tanto como yo, no hacen prisioneros.

—Mantengamos viva esa esperanza —manifestó—, al menos mientras podamos. ¿Recuerdas lo que decíamos de jóvenes? "Si hay un muerto, hay un cadáver". Mantengamos esa postura hasta que la realidad y nuestros ojos dicten lo contrario.

—Lo haremos si así lo deseas —concedió Laureano—, pero temo que mi presentimiento no augura nada favorable. ¿Recuerdas la gran contienda que libramos en aquellos tiempos? Aún arrastro algunas dolencias.

—Es algo imposible de olvidar —replicó Marcus, alzando su jarra y bebiendo con generosidad—. Pasamos una buena parte de nuestras vidas combatiendo contra esas bestias. Si mi memoria no me engaña, éramos apenas unos jóvenes de quince años cuando los cuernos de guerra resonaron por todo el reino.

—Nos llevó una década poner fin a aquella guerra, Marcus, y éramos jóvenes entonces. Tienen la ventaja sobre nosotros; son más grandes, más fuertes y más brutales. Esta no será una batalla breve, en absoluto.

—Casi perdemos a Fausto en aquellos días. Si hubiese perecido en los campos del oasis, el reino habría sucumbido poco después.

—Existe una alta probabilidad de perecer pronto —agregó Laureano con tono melancólico.

—No te veo en tu mejor semblante, comandante.

—Contamos ya con cincuenta años, Marcus, diez menos que el rey. No poseemos la vitalidad ni las fuerzas para pelear diez años más, no contra los centauros. A pesar del entrenamiento, nuestros cuerpos protestan cuando llevamos puestas las armaduras demasiado tiempo —explicó Laureano, mirando con seriedad a su camarada—. Tu hombro aún no se recupera y yo no puedo sostener un ritmo acelerado sin fatigarme.

—Hemos envejecido de manera poco grata, viejo amigo —rió Marcus—. Deberíamos comunicárselo a su majestad. Nos hemos ganado nuestro retiro, después de todo —dijo el sargento con ironía, provocando que Laureano tensara el semblante.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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