Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 20

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
5to Día De Julio. 

El contingente primordial de tres mil hombres bajo el mando del honrado sargento Marcus se hallaba arribando al ducado regido por el Duque Horacio, donde Celestino y Augusto se toparon por vez primera con su leal amigo Fulgencio, en aquel capítulo pretérito:

Cuatro jornadas íntegras demandaron su arribo, pues su número era considerable, y en cada etapa de su travesía, establecían campamentos en las cercanías de las principales urbes. Esto lo hacían con la noble intención de evitar perturbar a los amables habitantes con el estruendo de su bien forjado armamento, que consistía en una variada gama de espadas y resplandecientes corseletes.

—Glorioso Agri Viridis, aquí nos encontramos—expresó Marcus, mientras con gallardía comandaba la hueste—tierra de Bumbo, tierra de Horacio, el granero del reino.

— ¿Ha vivido aquí algunas hazañas, sargento? —inquirió uno de los soldados.

— ¿Acaso las he vivido? ¡He sido partícipe! ¡Es en este ducado donde ocurrió la famosa Defensa De Las Carretas! Malas nuevas habían llegado de nuestros exploradores, ¡Una horda de al menos quinientos centauros se había organizado desde distintos puntos y buscarían rodear la ciudad de Viridis Agri e ingresar por sus cuatro puentes! Entonces, el duque Horacio me ordenó alinear al menos cuatrocientas carretas que pudiesen circundar completamente la capital. Acto seguido, nos resguardamos en el interior de la urbe y levantamos los puentes. Los centauros avanzaban con feroz ímpetu, como borrachos sin su licor, galopando a la velocidad de los vientos furiosos, y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los arqueros recibieron la orden de prender fuego a las carretas. ¡Un muro de fuego se alzó hasta los cielos! ¡El humo embargó el ambiente! Muchas de esas bestias ardieron y avanzaron cegadas hasta caer en los fosos, otras se retorcieron hasta la muerte, y las supervivientes fueron abatidas por los arqueros. ¡Huyeron aterradas! ¡Pero el duque, con su renombrada danza «La Abrasadora» y sus guerreros, los persiguieron a escasos kilómetros de allí! ¡Yo mismo estuve presente! ¡Horacio abatió al menos treinta de los cien que quedaban! ¡Sin duda, uno de los guerreros más virtuosos que he tenido el honor de presenciar! ¡Ágil y temerario! ¡El legado que Bumbo dejó!

— ¡Anhelo fervientemente participar en una gesta así algún día! —respondió el soldado, con emoción.

—Anhela no hacerlo, joven—replicó Marcus—esas hazañas acarrean peligro, y el más temible de todos es la muerte. No deseo más muertes para mis hombres, pero si la oportunidad se presenta y participas en una, espero que sea mítica y legendaria.

Tras el relato, todos continuaron su senda con firmes pasos de sus corceles mientras tarareaban y entonaban:

«Hacia peligros voy, hacia peligros voy, 
Quizás mi vida acabe hoy, mas igual voy, 
Hacia peligros voy, hacia peligros voy, 
Sírvanme un buen licor, pues a peligros voy».

En el terruño de Agri Viridis desplegábase una tierra bendita por la naturaleza, un vergel donde los anhelos y los ensueños hallaban su morada. Un vasto horizonte que se extendía más allá de las miradas, con amplios prados que se entrelazaban en una sinfonía de matices color salvia. Desde apacibles praderas que acariciaban con delicadeza el suelo hasta hierbas exuberantes y erguidas que se alzaban con eminencia, el espectáculo de la naturaleza en su máximo esplendor se develaba ante los afortunados ojos que lo contemplaban, tornando el viaje sosegado, aunque la meta en sí pudiera no serlo.

Las colinas, gráciles ondulaciones en un mar verde, se alzaban y declinaban con gracia y serenidad, otorgando al paisaje una apariencia ondulante y bonancible. El cántico de los ríos y arroyos serpenteantes se enlazaba con el de los ruiseñores, jilgueros y calandrias, y su dulce murmullo portaba consigo la promesa de vida y fertilidad a medida que fluían a través del panorama.

El ducado a su vez se veía salpicado de pequeños bosques y arboledas de acebos, abetos, abedules, pinos, sauces y álamos que se erguían como sagrados refugios naturales, amparando a una miríada de criaturas. Las sombras danzaban entre los árboles mientras los rayos del sol se filtraban a través de las copas, creando un juego de luces y siluetas que otorgaba al horizonte una belleza efímera y hermosa. 

Los ríos zigzagueaban a través del ducado cual arterias vitales nutriendo y sosteniendo aquella fértil tierra. Sus cristalinas aguas discurrían con encanto y vitalidad, regando los campos de cebollas, habas, lentejas, guisantes, cebadas y remolachas, que se extendían a lo largo y ancho del territorio. Estas cosechas eran auténticos tesoros agrícolas, que florecían y prosperaban gracias a la generosidad de las aguas, ofreciendo así una profusa cosecha que abastecía las necesidades alimenticias del reino.

Aunque Agri Viridis desempeñaba una función de vital importancia como proveedor sustancial de alimentos, las aldeas que la componían no se engalanaban con el suntuoso esplendor de las ciudades más opulentas. Un conjunto de más de cincuenta villorrios constituía la espina dorsal de Khirintorin, entregados por entero a la noble labor de la labranza. Sus modestas moradas, edificadas con materiales humildes como el barro, la paja y la piedra, se entrelazaban modestamente con el entorno, revelando una sencillez encantadora para algunos y un presunto desamparo y atraso para otros.

En todo momento, Marcus mantuvo sus ojos bien abiertos, habiendo cruzado ya cuarenta y nueve aldeas en tan solo dos días, sin hallar rastro alguno del enemigo. Las cosechas permanecían saludables y las moradas lucían impecables.

— ¡Es imperativo no ceder a distracciones! ¡Aún nos aguarda la aldea de Sidereum! ¡Quién sabe si llegamos en el momento propicio! —exclamó el sargento.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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