Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 26

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
9no Día De Julio. 

Quizás no haya muchas palabras con las que pueda comenzar este capítulo, pero si hay alguna buena manera de presentarlo, podríamos decir que se trató de un duelo:

En las murallas pétreas de la acogedora cámara, alzadas con el arte de los antiguos maestros, reposaba en silencio el lamento desgarrador que brotaba de Celestino. Yacía él en su lecho, abrazándose con afán como si anhelara retener su propia existencia, meciéndose con cadencia, evocando el ir y venir de un navío sin rumbo en medio de la tormenta. Sus labios entumecidos susurraban un constante "¿Por qué?", cargado de desesperanza y pena. Más, en la estancia funesta, solo reinaba el silencio sepulcral. Ningún consuelo ni explicación satisfactoria podían ser ofrecidos en aquellos momentos aciagos. Su mente, en busca de alivio, se remontaba a los recuerdos que habían dado forma a su vida en esos breves años vividos.

Su memoria se asía a fragmentos de su pasado, desplegándolos ante sus ojos como escenas vivas y palpables. Rememoró una noche en particular, cuando el insomnio lo había atrapado en sus redes, y su padre Charles, con voz grave y serena, lo había convidado a un paseo bajo el manto estrellado que iluminaba los campos del viñedo. Los susurros del viento entre las hojas de las vides y el brillo místico de la luna, que parecía acariciar la tierra con suavidad, lo habían colmado de una calma que ahora se le antojaba lejana y esquiva.

También surgió en su mente la figura amorosa de su madre Celia, cuyo despertar mañanero era una dulce y constante melodía. Recordó los suaves toques en su hombro, los cabellos perfumados que rozaban su mejilla, y los ojos rebosantes de ternura que lo recibían al abrir los párpados. Cada aurora, los desayunos en familia se transformaban en un banquete de risas, palabras entrelazadas y sabores que acariciaban el paladar con una delicadeza única. Las cenas, al caer el sol, se convertían en un ritual donde las leyendas de criaturas mágicas cobraban vida, envolviendo a todos en un aura de asombro y fascinación.

Los sabores de las uvas, cultivadas con excesivo mimo, danzaban en su boca y evocaban el abrazo cálido de la tierra que los nutría. En esos momentos compartidos alrededor de la mesa familiar, cada bocado era un instante de unión y gratitud, un testimonio tangible de un pasado lleno de amor y dicha, que se desplegaba como una tesela preciosa en el mosaico de sus memorias más entrañables.

Pero ahora, todos esos recuerdos se alzaban como un torbellino imparable, asaltando la mente y el corazón de Celestino sin piedad ni tregua. Eran como las aguas turbulentas de un río desbordado, arrastrándolo hacia una vorágine de tristeza y desesperación, sin ofrecerle un salvavidas que le permitiera escapar de su propio naufragio. Así se hallaba él, como una hoja a la deriva en el vasto océano del pesar, sin amparo ni consuelo en la vastedad de su dolor, mientras los remolinos del pasado lo engullían en su abrazo implacable, llevándolo hacia abismos profundos y sombríos que desafiaban toda fe.

En la soledad de aquel cuarto, Celestino se aferraba a esos recuerdos como si fueran tesoros frágiles y preciosos, buscando en ellos un refugio, aunque efímero, de la cruda realidad que lo había golpeado con saña. Los muros antiguos, con su presencia silente, presenciaban su suplicio y parecían susurrar palabras de consuelo en un lenguaje arcaico que solo el viento y las piedras comprendían. Pero en ese instante, en medio de su desolación, ninguna palabra o abrazo podía aliviar la carga de su corazón roto.

Sus padres yacían muertos, y ya no tenía a su hermana Lucia para compartir su compañía, quedándose solo, resguardado en aquel imponente e inaccesible castillo. ¿De qué le servía? ¿Qué le quedaba? Solo Augusto permanecía como vínculo con aquellos a quienes anhelaba retornar.

Si de el dependiera, continuaría lamentándose sin cesar, si no fuera por la doncella Atardecer que se asomó a la puerta y lo llamó con su dulce voz.

—Celestino... tu baño esta listo—fueron las palabras de la muchacha que lo sacaron de sus pensamientos. 

Celestino la contempló, la observó, la analizó. ¿Por qué habría él de acudir a bañarse en tan inoportuno instante? Hallábase en pleno duelo, ansiaba derramar lágrimas, deseaba reposar en su lecho durante el resto del día hasta que el dolor cesara de hostigarlo. Sus ojos se posaron en su figura, observando cada detalle con atención y detenimiento. El semblante de la joven, con una tez tan similar a la suya, le intrigó de sobremanera. Era como si ambos compartieran un vínculo invisible, una conexión inexplicable que los unía en ese momento de desdicha.

La damisela, ajenada de los pensamientos de Celestino, irradiaba un semblante risueño. No era una sonrisa forzada ni premeditada, sino más bien una expresión espontánea y sincera. Más, aquel gesto aparentemente sencillo, tuvo un efecto prodigioso en el corazón del niño. Cual dulce aliento del viento que acaricia los campos, esa sonrisa le insufló un bálsamo para su alma afligida, transmitiéndole una sensación de serenidad y calma que parecía contradecir todo lo que sufría en su interior.

Alentado por la apacible presencia de la doncella, Celestino sintió cómo el desconsuelo y la pena se alejaban momentáneamente de él. A pesar de su inquebrantable anhelo de reposar en su lecho, envuelto en las sábanas y las sombras de la habitación, fue seducido por la promesa de un alivio pasajero, como si las aguas de la bañera pudieran purificar su sufrimiento y reconfortar su espíritu atribulado. 

Con una vacilante determinación, sus pies se desprendieron de la cama y lo llevaron hacia el baño, como peregrinos que emprenden un viaje de arduo andar. El camino que recorrió fue como una travesía en sí misma, una senda marcada por sus propias tribulaciones y las incertidumbres del porvenir. Cada paso que dio resonó en su ser, como si sus pies se hundieran en los recovecos de la desesperanza y la esperanza al mismo tiempo, como si sus huellas fueran estelas dejadas en un lienzo etéreo que narraba la odisea de su alma atormentada.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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