Hijos Del Acuerdo

AMIGOS Y RIVALES

El verano en la ciudad era cálido y lleno de risas, y los gemelos Ángel y Angélica pasaban sus días entre canciones, juegos y secretos que solo ellos compartían. Aunque su talento musical los hacía especiales, también los aislaba un poco de otros niños, quienes los miraban con mezcla de admiración y envidia.

Fue en uno de esos días que conocieron a otros dos hermanos: Julio y Julia, mellizos como ellos. La primera impresión fue curiosa y cautelosa; ambos pares de gemelos se estudiaban, midiendo quién sería más rápido, más ágil o más talentoso en cualquier cosa que probaran.

—¡Vamos, a ver quién llega primero al árbol! —desafió Ángel, señalando un viejo roble en el patio del parque.

Julia sonrió y asintió, segura de sí misma:

—No te confíes, que esta vez no vas a ganar.

El juego comenzó entre carreras y risas, y pronto se dieron cuenta de que tenían mucho en común: energía, curiosidad y, sobre todo, la sensación de que nada normal los definía completamente. Entre desafíos y travesuras, nació una amistad compleja, teñida de competencia y camaradería.

Mientras tanto, Doña Elvira observaba desde lejos, sintiendo orgullo y miedo a la vez. Sabía que la llegada de otros niños talentosos podía traer alegría, pero también complicaciones: sus hijos eran especiales por un motivo que nadie debía descubrir, y cada amistad, cada vínculo, podía ser una puerta hacia algo que preferiría mantener oculto.

Aun así, los días transcurrían con música y juegos, y los cuatro niños comenzaron a formar un lazo que los acompañaría hasta la adolescencia. Entre melodías improvisadas, pequeñas rivalidades y secretos compartidos, aprendieron a apoyarse, competir y, sobre todo, a entender que su talento era un regalo… y que quizá también era una carga.

Sin saberlo, cada risa, cada canción, cada juego acercaba a los gemelos a un destino que ni la música ni la amistad podrían evitar: el pacto seguía presente, silencioso, esperando el momento de reclamar lo que era suyo.

A medida que crecían, la música se convirtió en su mundo. Cada día, Ángel y Angélica practicaban juntos, compitiendo en pequeñas melodías, inventando canciones, soñando con escenarios y luces brillantes que parecían llamarlos desde lejos.

Y aunque su infancia estaba llena de risas y canciones, la sombra del pacto estaba siempre presente, como un murmullo que solo ellos no podían escuchar. Un día, quizá, esa sombra se mostraría en toda su fuerza, recordándoles que todo don tiene un precio y que los sueños más grandes pueden terminar en tragedia.




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