Los años pasaron rápido, y Ángel y Angélica crecieron como prodigios de la música. Cada acorde que tocaban, cada nota que cantaban, parecía contener un poder que cautivaba a todos los que los escuchaban. Julio y Julia los acompañaban, creando un pequeño grupo inseparable que llenaba escenarios locales con su talento y energía.
Doña Elvira los veía con orgullo y temor. Sabía que cada aplauso, cada ovación, acercaba a sus hijos a un destino que ella no podía cambiar, pero no podía detenerlos. Su amor y su admiración por ellos eran más fuertes que cualquier miedo.
—Nunca dejen de soñar —les decía mientras los abrazaba—, pero recuerden que el mundo puede ser tan cruel como hermoso.
El primer gran concierto llegó sin aviso. Los cuatro se encontraban nerviosos tras bambalinas, sintiendo cómo el público esperaba con ansias. Ángel ajustaba su guitarra mientras Angélica repasaba mentalmente la letra de la canción que los había hecho conocidos en la radio local.
Cuando subieron al escenario, todo lo demás desapareció. La música fluyó como un río indomable, y el público respondió con gritos y aplausos ensordecedores. Fue la primera vez que los gemelos sintieron la fama de cerca, y también la primera vez que notaron algo extraño: un escalofrío recorrió su espalda, y una sombra parecía observarlos desde algún lugar invisible.
Con cada éxito, llegó la atención de productores y medios. Entrevistas, sesiones de fotos, viajes: todo era un torbellino que los llevaba hacia un mundo que antes solo habían soñado. Pero junto con la fama, surgieron los primeros conflictos: rivalidades entre grupos musicales, críticas despiadadas y la presión de ser siempre los mejores.
A pesar de todo, los gemelos y sus amigos se mantenían unidos, y la música seguía siendo su refugio. Doña Elvira, por su parte, observaba con una mezcla de orgullo y temor cada paso de sus hijos. En las noches silenciosas, mientras ellos dormían, recordaba el pacto que había hecho años atrás y sentía cómo la sombra de lo inevitable seguía presente, aguardando su momento.
Porque incluso los sueños más grandes, pensaba ella, pueden tener un precio que uno no está listo para enfrentar.