Hijos Del Acuerdo

EL VUELO FINAL

El aeropuerto estaba lleno de murmullos y maletas rodando, pero para Ángel y Angélica, todo parecía un telón de fondo de otra vida. Sus guitarras, micrófonos y partituras eran más familiares que el bullicio de los viajeros. Julio y Julia los acompañaban, cargando mochilas, riendo y bromeando, intentando calmar los nervios que empezaban a crecer.

—No puedo creer que ya estamos haciendo esto a nivel internacional —dijo Angélica, ajustando su bufanda—. Parece que fue ayer cuando practicábamos en la sala de tu casa, Ángel.

—Sí… y míranos ahora —respondió él, sonriendo—. ¿Quién hubiera dicho que aquellos conciertos en el parque terminarían así?

Los cuatro amigos caminaron hacia la puerta de embarque, ajenos a las miradas curiosas de otros pasajeros que los reconocían de fotos y videos virales. La emoción estaba en el aire, mezclada con un leve cansancio de los viajes interminables.

Al abordar, Ángel y Angélica se acomodaron en sus asientos junto a Julio y Julia. Miraron por la ventana cómo la ciudad se alejaba y el sol caía detrás de los edificios, tiñendo el cielo de tonos naranja y violeta.

—Siempre quise ver la ciudad desde arriba —dijo Julio, apoyando la frente en el vidrio.

—Es hermoso —susurró Julia, tomándole la mano—. Pero me da un poco de miedo volar.

El vuelo comenzó con normalidad. Conversaciones, anuncios del piloto, y la rutina mecánica de las azafatas. Los gemelos sacaron sus cuadernos y empezaron a componer nuevas canciones, improvisando melodías que llenaban el silencio del avión.

Pero a medida que avanzaban los minutos, pequeñas señales empezaron a pasar desapercibidas por los pasajeros, un ruido extraño en el motor, una turbulencia que no correspondía a las nubes, un cambio brusco de velocidad que hizo que los objetos se movieran en los compartimientos superiores.

Ángel río para calmar la tensión:
—Tranquila, Angélica, seguro es solo un poquito de turbulencia. Nada que no podamos soportar.

—Sí… —respondió ella, sin convencerse del todo—. Pero siento algo raro…

Julio y Julia intercambiaron miradas, tratando de tranquilizarse. Nadie podía imaginar lo que estaba por suceder. El vuelo continuó, las nubes pasaban como algodón y el sol se ocultaba lentamente, mientras la música improvisada de los gemelos llenaba el pequeño espacio entre ellos y los pasajeros.

Un minuto, un segundo, y todo cambió. Un estruendo repentino hizo que los asientos vibraran y las luces parpadearan. La risa se transformó en gritos, y el cielo que parecía tan pacífico se convirtió en una tormenta de caos. Los gemelos se aferraron el uno al otro, mientras Julio y Julia intentaban mantener la calma, pero los sonidos y los movimientos del avión eran demasiado fuertes para ignorarlos.

El tiempo parecía desacelerarse. Pensamientos fugaces pasaron por la mente de cada uno, recuerdos de infancia, ensayos, conciertos, risas compartidas. Ninguno sabía que cada momento vivido estaba llegando a su final, ni que todo aquello que habían construido se desvanecería en instantes.

Y en medio del caos, mientras el avión se estremecía y las luces parpadeaban, el mundo de Ángel y Angélica se apagó, dejando atrás melodías que nunca se olvidarían y la huella imborrable de una vida demasiado breve para tanto talento.




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