Hijos del caos - Saga Gem Heart

Dentro del bosque

Grande fue la sorpresa de los médicos cuando recibieron en brazos al bebé que llenaría los titulares por toda una semana. Todo el equipo médico quedó en silencio cuando vieron aquel extraño bebé, cuyas piernas se encontraban cubiertas por manchas parcialmente oscuras como un leopardo. Conforme lo examinaban, encontraban más detalles sorprendentes, como las pequeñas orejas puntiagudas o la presencia de vello ligeramente más oscuro en la parte baja de su columna.

Los padres del pequeño fueron los más asombrados cuando se le entregó a su hijo. Miraban al niño con temor y curiosidad, a pesar de ello, no dudaron el cuidar a su primogénito. El hospital, pronto se llenó de reporteros y cámaras que buscaban poder capturar una foto de aquel extraño bebé.

Los padres, sabían que su niño no podría crecer tranquilo si se quedaban en aquella ciudad. Por ello, en cuanto los médicos dieron el alta, la pareja se marchó. Los padres dejaron su ciudad natal junto a su pequeño, dejaron atrás su trabajo, familia y hogar, solo para protegerlo.

Con el tiempo, todos olvidaron aquel extraño nacimiento, la prensa dejo de hablar y el suceso se convirtió en una anécdota del hospital. Pero, ese no fue el único extraño suceso aquel día.

Ese mismo día, a miles de kilómetros, una pequeña bebé prematura, nacía con una extraña afección en la piel, la cual parecía estar cubierta de escamas. Además, en su rostro se podía observar extraños rasgos que no parecían humanos. La forma de sus ojos e incluso su parcial coloración, les recordaba a los médicos, a un cachorro de lobo.

Al vivir en una ciudad tan pequeña y llena de supersticiones, el nacimiento de la niña, fue un motivo para que la población predijera la llegada del fin de los tiempos. La madre, sin hacer caso a los prejuicios, e ignorando los dedos acusadores, acunó a su pequeña primogénita.

El padre, por otra parte, se negó a cuidarla, alegaba que aquella bebé era una maldición. Así, después de unas discusiones, abandonó a la madre. Los médicos, eran una historia distinta, más que atemorizados, estaban curiosos. Deseaban poder realizar exámenes a la pequeña para poder analizar sus genes y el origen de sus extraños rasgos.

Las negativas de la madre no se hicieron esperar, pero aquello, solo ocasionó la molestia del cuerpo médico quienes argumentaban que la niña no sobreviviría más de dos meses. Por todas esas razones, la joven madre decidió escapar con su niña de tan solo días de nacida. Aprovechando la oscuridad de la noche, tomó a su bebé, y se marchó del hospital.

Si bien era cierto que ella no tenía más familiares o amigos que pudieran brindarle una mano, decidió sacrificar todos sus ahorros para salir de aquella ciudad y buscar un lugar seguro para que ambas pudieran vivir. Fue un camino largo, pero finalmente se estableció en una ciudad pequeña situada entre valles. Ahí, su nena crecería bien sin importar como luciera, lejos de ojos curiosos y prejuicios.

19 años después

La brisa fría del amanecer se colaba por la sutil abertura de su ventana. La joven tenía la mirada perdida en el cielo, se podía ver la confusión y el miedo en sus ojos. Algunas pestañas, aún albergaban pequeñas lágrimas que se habían encajado entre ellas como un suave rocío. El cielo grisáceo y lleno de nubes le devolvía la mirada, sus manos se aferraban a las sábanas con fuerza, mientras recordaba una y otra vez aquel sueño.

“Veía un joven corriendo a su lado, este cargaba una espada. A pesar de su esfuerzo por ver todo su rostro, le era difícil. Los gritos y golpes se escuchaban a sus espaldas, sentía el miedo en su interior extenderse como el fuego. Oía la voz de una joven gritar, pero no sabía si era ella o es que alguien más estaba cerca. De la nada, la escena cambiaba y solo se sentía caer envuelta en agua y burbujas, hasta que una luz ambarina la obligaba a despertar.”

Un grillo se asomó por la ventana sacándola de su estupor, talló sus ojos mientras se desperezaba y salía de la cama. Sus movimientos lentos y torpes, denotaban que no había dormido bien.

Aún adormilada, se dirigió al baño acompañada por el dulce aroma a galletas que impregnaba la casa. La desventaja de estar desconectada del mundo y no realizar actividades normales de una joven de su edad, tenía como consecuencia que no recordara con exactitud la fecha que era.

Lavó su rostro y humedeció su cabello esperando que el agua fría borrara un poco el recuerdo del mal sueño. Al mirar al espejo, su pálido reflejo le devolvía la mirada, las sombras bajo sus ojos resaltaban en su piel. Sus labios se curvaron burlones ante su aspecto, parecía un fantasma.

Después de aquella pequeña rutina mañanera, bajó corriendo las escaleras de su pequeño hogar. Sus pies, a pesar de su altura, no hacían ruido, eran como si estuvieran diseñados para ser silenciosos y de pasos delicados como los de una bailarina, aunque odiara bailar.

Al llegar al primer piso, irrumpió en la cocina, y abrazó a su mamá por la espalda mientras estiraba la mano hacia el frutero tomando una roja manzana. Su cabello aun húmedo mojaba sus hombros.

—¿Hiciste galletas? — Preguntó mientras frotaba la manzana en su ropa y le daba una mordida— Espero que algunas de esas sean de moras.

Su madre, sonrió mientras sacaba las galletas del horno, ya hace mucho se había acostumbrado a esos ojos dorados observándola. Le gustaban el color y todo lo que expresaban. La mujer vio a su hija olfatear el aire como si fuera un perro y esbozar una sonrisa mientras un colmillo se asomaba sutil entre sus labios.




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