Grande fue la sorpresa de los médicos cuando recibieron en brazos al bebé que llenaría los titulares por toda una semana. Todo el equipo médico quedó en silencio cuando vieron aquella extraña criatura cuyas piernas se encontraban cubiertas por manchas parcialmente oscuras como un leopardo, conforme lo examinaban encontraron más detalles sorprendentes, como las pequeñas orejas puntiaguadas o la presencia de vello ligeramente mas oscuro la parte baja de su columna.
Los padres del pequeño fueron los más asombrados cuando se les entregó a su hijo, miraban al niño con temor y curiosidad, a pesar de ello, no dudaron el cuidar a su primogénito. Sabían que su niño no podría crecer tranquilo si se quedaban en aquella ciudad, por ello, lo primero fue sacar al niño de la ciudad donde nadie supiera de él para que pueda llevar una vida normal, los padres dejaron Londres junto al pequeño y con el tiempo todos olvidaron aquel extraño nacimiento. Ese no fue el único extraño suceso aquel año, en Italia ese mismo día una pequeña niña prematura nacía con una extraña afección en la piel que le daban la apariencia de tener escamas, los notables rasgos lobunos en los ojos de la pequeña fueron motivos para que la población predijera la llegada del fin de los tiempos. La madre, sin hacer caso a los prejuicios, acunó a su pequeña primogénita; el padre por otra parte se negó a cuidarla y después de unas discusiones abandonó a la madre con la bebé que el consideraba era un monstruo. Los médicos planeaban hacer exámenes a la pequeña para poder entender la genética de la recién nacida, las negativas de la madre ante ello causaron la molestia de los médicos, fue así que la joven decidió escapar con su niña de tan solo días de nacida. La llevó fuera de Italia, lejos de ojos curiosos y de prejuicios, su nena crecería bien sin importar como luciera.
***
Habían pasado ya diecinueve años desde aquella extraña mañana, la brisa fría del amanecer se colaba por la sutil abertura de su ventana. La joven tenía la mirada perdida en el cielo, se podía ver la confusión y el miedo en sus ojos, algunas pestañas aún tenían restos de lágrimas que se habían encajado entre ellas como un suave rocío. El cielo grisáceo y lleno de nubes le devolvía la mirada, sus manos se aferraban a las sabanas con fuerza mientras en su mente repetía una y otra vez aquel sueño.
Veía al joven de ojos extraños corriendo a su lado, cargaba una espada, a pesar de su esfuerzo por ver todo su rostro, le era difícil. Los gritos y golpes se escuchaban a sus espaldas, sentía el miedo en su interior, oía la voz de una joven gritar, no sabía si era ella o alguien más, entonces solo se sentía caer y una luz ambar la obligaba a despertar.
Un grillo se asomó por la ventana haciéndola despertar de su estupor, talló sus ojos mientras se desperezaba, los movimientos lentos y torpes por su habitación denotaban que no había dormido bien. Se dirigió al baño acompañada por el dulce aroma a galletas que impregnaba la casa. La desventaja de no ir a la escuela como una joven normal, tenía como consecuencia que no recordara con exactitud la fecha que era. Lavó su rostro y humedeció su cabello esperando que el agua fría borrara un poco el recuerdo del mal sueño. Su reflejo le devolvió la mirada, sus labios se curvaron burlones ante su aspecto. Bajó corriendo las escaleras, sus pies no hacían ruido, eran como si estuvieran diseñados para ser silenciosos y de pasos delicados como los de una bailarina, aunque odiara bailar. Abrazó a su mamá por la espalda mientras estiraba la mano hacia el frutero tomando una roja manzana. Su cabello aun húmedo mojaba sus hombros.
— ¿Hiciste galletas? – Preguntó mientras frotaba la fruta en su sudadera y le daba una mordida – espero que algunas de esas sean de mora
Su madre sonrió a su hija mientras sacaba las galletas del horno, ya hace mucho se había acostumbrado a los ojos lobunos observándola, le gustaban el color y todo lo que expresaban, la mujer vio a la joven olfatear el aire similar a un perro y esbozar una sonrisa mientras un colmillo se asomaba sutil entre sus labios.
— ¿Lista para nuestra aventura? – El rostro de la joven pareció congelarse en el acto, no recordaba ninguna aventura mencionada, o si se debía a alguna importante ocasión. Dirigió los ojos a su madre quien con una tierna mirada asentía tomando sus manos – Audrey, mi nada pequeña Audrey
Cerró los ojos ante la mención de su nombre, una suave risa salió de sus labios en señal de rendición, sabía que su madre ya se había percatado de su olvido, conocía muy bien sus expresiones.
—Tú debes ser la única joven que se puede olvidar de su propio cumpleaños
Tenía razón, faltaba un día para que cumpliera diecinueve años, asintió mientras su madre la abrazaba, a pesar de que tuviera una horrible pesadilla, el abrazo de aquella pequeña mujer la reconfortaba de maneras inimaginables. Luego de un desayuno rápido, donde las galletas parecieron faltar, ambas mujeres se pusieron en marcha, hicieron las maletas y empacaron una caja especial donde iban los libros que Audrey planeaba leer, cargaron todo al viejo auto que en algún tiempo fue azul y ahora exhibía sus manchas rojo óxido con orgullo. Una vez estuvieron listas a partir, llegó la segunda sorpresa. Al salir de casa la brisa matutina terminó de enfriar sus manos obligándola a esconderse dentro de su sudadera.
—¡ADY! – la voz casi militar de su amiga la hizo saltar, sus ojos la buscaron por la calle. Metros más abajo, cerca de un parque, vio un pequeño punto violeta y rojo que corría hacia su casa agitando lo que parecía ser una boa de plumas, el sonido de las rueditas de su maleta era estrepitoso en aquella vacía calle.
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Editado: 07.09.2024