Hijos del caos - Saga Gem Heart

Desencuentro

Ady, tuvo una noche tranquila sin sueños o pesadillas, el frio del lugar y el aroma a bosque hacían maravillas en su descanso. Despertó temprano en la mañana, Cher seguía dormida acurrucada con un gran peluche, el cual reconoció de su quinto cumpleaños, entre sus brazos.

La sonrisa se extendió por su rostro, su amiga podría ser bastante madura y en ocasiones ruda, pero sabía que solo ella podía ver aquel lado tierno de niña pequeña que tenía. Levantándose en silencio, con cuidado de no despertarla, tomó su toalla y su ropa, saliendo en dirección al baño.

La casa estaba en silencio, a juzgar por la puerta cerrada de la otra habitación, su madre seguía dormida. Tomó una larga ducha de agua tibia, disfrutando de aquella sensación de soledad y quietud. Antes de salir de la ducha, dejó que un chorro de agua fría, recorra su piel despertándola por completo del letargo del sueño.

Aquel cambio de temperatura no solo tenía como objetivo despertarla, sino también, poder apreciar mejor un detalle de su cuerpo, que con el tiempo aprendió a amar. Si bien, muchas de sus características no eran de su agrado, como sus cuernos, algo que Ady amaba mucho, eran aquellas pequeñas escamas doradas a los costados de su cuerpo.

Hace algunos años descubrió que, al exponer su piel al agua fría, estas escamas dejaban su habitual tono rosáceo para cambiar a un brillante dorado con toques verdosos.

Terminando de poner todo en orden y secar bien el suelo, salió del baño ya vestida y con su cabello goteando sobre sus hombros. La puerta de la habitación de su madre estaba abierta y la luz del sol se filtraba por las ventanas. Los labios de la joven se curvaron levemente, cuando su madre despertaba, todo el mundo parecía despertar con ella, incluso el clima.

Regresó a su habitación con planes de despertar a su amiga, pero, al instante que cruzó el umbral de la puerta, unos brazos se enroscaron en su cuello empujándola contra la pared. Una gran mata roja de cabello, con aroma a frutilla, la abordó, cegándola por segundos.

—Feliz, feliz cumpleaños ahora si eres una anciana.

Sus brazos acogieron a su amiga que saltaba y amenazaba con hacerla caer. Eran esos arrebatos de emociones que convertían a esa pelirroja en la persona más expresiva por unos segundos.

La felicitación fue interrumpida por el llamado de su madre anunciando el desayuno. Ambas jóvenes bajaron corriendo, en caso de Cher, fue saltando. Monik, recibió a su hija en la escalera con los brazos abiertos, a pesar de ser notablemente más baja que ella, se las arregló para besar la mejilla de quien siempre sería su pequeña.

El desayuno estuvo lleno de las frutas favoritas de Ady, fresas y moras eran lo que más había, un plato lleno de galletas y un pequeño pastel donde una vela esperaba ser encendida.

—Debes pedir un deseo y soplar la vela

Indicó su madre como cada año mientras sujetaba una vieja cámara de fotos, Ady había dejado de creer en ello hace ya mucho tiempo, pero no se atrevía a confesarlo viendo a su madre tan feliz con aquella tradición.

Cerró los ojos con fuerza, sentía frente a su nariz el calor de la llama, esta vez ya no pidió que su padre volviera, lo pidió tantas veces de pequeña, que ya no importaba. Después de unos segundos, abrió los ojos y sopló. La llama anaranjada, tembló antes de desaparecer y ser reemplazada por una columna de humo la cual, por unos segundos, pareció formar un ojo, que desapareció con el viento.

Ady, quien pudo ver aquella extraña formación, fue sorprendida por su amiga cuando le embarró un poco de la crema del pastel en la nariz.

—Es buena suerte —dijo ella, mientras Monik servía a cada una un pedazo del pastel de moras.

A pesar del buen humor, el clima no estaba dispuesto a cooperar con ambas jóvenes, las cuales se vieron obligadas a quedarse en casa por la repentina lluvia de medio día.

Después del almuerzo y con un poco más de pastel, para acompañar su tarde, retornaron a la habitación. Ahí, volcaron su atención en el librero, de donde fueron sacando libro tras libro de los estantes, los miraban, hojeaban y volvían a guardar.

Ady recordaba cada libro leído, su gusto por las historias de aventuras la convertían en una ávida devoradora de libros. Cher por su parte era más de libros de misterio, así que, al encontrar tantos libros de fantasía entre las cosas de su amiga, la curiosidad la llevó a coger uno y sentarse a leer.

La castaña por su lado, se dedicó a limpiar cada libro antes de regresarlo a su lugar, tenía muchos recuerdos con cada uno de ellos, habían sido su refugio, su pañuelo de lágrimas y sus mejores amigos en los tiempos que su alma dolía.

Abstraída en sus recuerdos, no se percató cuando su amiga cayó dormida con el libro sobre el rostro. Al acabar de ordenar fue cuando notó el suave ronquido, tomando su celular sacó una foto antes de tomar una manta y cubrirla.

Miró la habitación en busca de algo más en lo que entretenerse, pero, sus ojos volvieron a posarse en el bosque que la observaba por su ventana, aún era temprano así que podría aprovechar en dar una vuelta por el lugar.

Decidida, tomó una casa azul desteñida con capucha, que cargaba desde su adolescencia, y se enfundó en sus viejas zapatillas. Miró su reflejo en el espejo, un par de pequeños cuernos caprinos, ocupaban parte de su imagen, suspirando tomó sus llaves de casa y salió de la habitación.




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