La mañana de por si inició agitada, Monik apuraba a las jóvenes que aún parecían estar en mitad del sueño, una pelirroja y semi vestida Cher yacía dormida sobre el plato de cereal mientras Ady vertía media cucharada de azúcar en su café.
A pesar de dormir temprano, sus aventuras del día anterior las dejo agotadas y con todos los músculos adoloridos. Una hora más tarde, ambas lograron despertar lo suficiente para terminar de vestirse y peinarse, unas medias lunas oscuras se marcaban bajo los ojos de las dos.
Una vez listas, como buenos soldados, se presentaron frente a Monik que ya tocaba por tercera vez la bocina del auto. Subieron en el asiento trasero, dispuestas a dormir un poco más, pero el viento que entraba por la ventana, terminó por espantar su sueño.
—Oculta esos cuernos Ady — murmuró su madre mirándola por el retrovisor.
Arrugando la nariz, Ady obedeció, no era cómodo estar siempre cubriéndose, el único día que podía andar libre de sus gorros o grandes boinas era en Halloween.
Ingresaron al pueblo justo cuando terminaba de asegurar la boina a su cabello con ayuda de unos pasadores. Para ser un pueblo pequeño, era increíble ver la cantidad de gente que se aglomeraba en las calles.
Después de un rato detenidas en un pequeño embotellamiento lograron abrirse paso hacia el mercadillo. “La arboleda”, era el nombre del mercadillo que se extendía a lo largo de casi diez cuadras enormes, era notable lo mucho que amaban a sus bosques ahí.
El ruido de las personas que compraban y se movían por el lugar era ensordecedor, niños que gritaban o lloraban incómodos de la multitud y otros pedían a gritos algo a sus padres los cuales se negaban a dárselos.
Pasaron un puesto de frutas donde unas moras parecían sonreírle a Ady. Pequeños puestos de joyerías y artesanías también formaban parte del lugar, venta de ropas, bocadillos y pequeñas armas decorativas.
El puesto de las armas obligó a detenerse a las tres, ya que Ady las arrastro hasta el lugar para poder ver lo que había. El viejo hombre que las vendía, tenía una barba irregular blanquecina con unos pocos tonos grisáceos esparcidos sin un patrón.
Una gran vitrina atrás de él, mostraba todo tipo de armas, desde dagas hasta catanas. Cada una tenía incrustaciones de joyas y complicados trabajos con metales que adornaban el mango e incluso las hojas.
Ady suponía que las joyas no eran verdaderas, pero admitía que el trabajo era muy fino. Le llamo la atención una pequeña daga cuyo mango plateado tenía una especie de enredadera metálica que daba la vuelta hasta el inicio de la hoja. El hombre viendo una compra potencial le mostró más diseños e incluso, halagó las manos de la joven, que, ante los ojos del hombre, estaban hechas para sujetar un arma como esa.
Ady miró a su madre, con ojitos suplicantes, quería comprarlo. Una ceja levantada y una mirada hacia los otros puestos fue la respuesta definitiva. Ady, reconociendo su derrota, agradeció al hombre prometiendo que volvería, aunque, en el fondo ambos sabían que era mentira.
Las tres mujeres continuaron su recorrido, deteniéndose cada poco para ver algún puesto interesante. Como aquel donde un hombre mostraba finas joyas que el mismo fabricaba ante la vista del cliente. Otro donde una mujer prometía leer las cartas con mucha precisión.
Entre distracciones, iban comprando, algunas frutas y verduras para la casa, productos de limpieza y conservas. De improviso, su madre se detuvo frente a unos vendedores de zapatos, los modelos eran bonitos, pero sencillamente no llamaban la atención de Ady. En cambio, se limitó a pasear la mirada por el lugar mientras dejaba que su amiga y su madre se hundieran en la vanidad del calzado.
Miraba todo de manera general, sin fijarse en detalles, pero eso no evitó, que pudiera notar un rostro ya conocido. Ahí, unos puestos más adelante, vio al chico del bosque, esta vez llevaba con un gorro verde oscuro que colgaba gracioso detrás de su nuca.
Parecía mirar distraído algo. Ady se puso de puntillas intentando ver que sujetaba, no fue necesario que se esforzara ya que el levanto el producto como si se lo ofreciera al sol. Era una soga blanca tipo de las que usan los escaladores, o eso creía la joven.
Pensó al instante en decírselo a Cher, pero los recuerdos de la tarde pasada la abordaron prefirió callar. Intentaba mantener los ojos lejos de él, pero por alguna razón que no sabía explicar, no quería que se le perdiera. Justo cuando el chico se alejaba del puesto, su madre tomo su mano para llamar su atención, sonriente le mostraba los botines que acababa de comprar.
—Creo ya tenemos todo lo que necesitamos o acaso hay algo más que quieran buscar
Preguntó, Cher sujetaba dos bolsas de zapatos en sus manos mientras negaba. Ady en cambio, asintió ganándose la atención de sus acompañantes.
—Quería buscar unos libros y… — Vio en la actitud de su madre, su disposición a acompañarla. Obviamente no planeaba seguir al chico en compañía de su madre y Cher —. La librería esta de aquí a unas cuadras, así que ustedes adelántense a la casa yo las veo luego
—Podemos acompañarte Ady no hay problema — Cher miraba interrogante a su amiga. La castaña sabía que el tono de su respuesta no sonaba real.
—No, en serio está algo lejos así que no se preocupen — Por la mirada de su madre, parecía que sospechaba algo. Quizá pensaba que compraría la daga —. Y no mamá, no volveré por esa bonita daga — Confirmó para calmarla, aun así, estaba impaciente, mientras ellas no se fueran corría el riesgo de perder de vista al chico.
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Editado: 18.05.2025