Metió el bloqueador en su vieja bolsa de playa y tomó su sombrero de ala ancha. La voz de su madre la apremiaba. Nunca se quedó dormida sabiendo que al día siguiente haría algo emocionante. Ya no recordaba casi nada de lo sucedido el día anterior, su vida tenía el ritmo de siempre. Repasó mentalmente las cosas que llevaba para no olvidar nada.
—Audrey, ¿Bajas o te bajo a la fuerza? — La voz de Cher resonó por toda la casa.
Ady, bajó saltando de dos en dos los escalones y se lanzó a través del pórtico con cuidado de no golpearse los cuernos.
—Perdón es solo que no encontraba el bloqueador, ahora sí, vámonos.
Monik, disfrutaba de ver a su hija más alegre, pero, no dejaba de pensar en la noche anterior. Ady era constante con sus paseos y horas de llegada. Pero, esas vacaciones algo parecía estar alterando todo ello, sus paseos eran más largos, llegaba más pálida y taciturna.
No le pasaba desapercibido las notables ojeras que cargaba y del repentino distanciamiento con su mejor amiga. Algo ocupaba la mente de su hija, quizá un muchacho secreto o algo por el estilo.
Las nubes se replegaron del cielo dejando ver el suave celeste brillar con el sol. Era un buen clima como para un paseo. Monik condujo por casi una hora. Ir a la playa era siempre un dilema. Debían buscar algún lugar donde la presencia de bañistas fuera escaza o nula, así Ady podía estar más tranquila sin necesidad de estar ocultándose.
—¿Aún te duele la cabeza?
Los ojos de su madre se centraron por breves segundos en ella a través del retrovisor. Ady, asintió en respuesta. No creía poder mentir de tal manera a su madre mirándola a los ojos.
—Eso no es bueno — Comentó en un suspiro —, estamos cerca de llegar, así que señoritas estén listas.
El mar, era el amor secreto de Ady. Aunque motivaba su melancolía, también la llenaba de paz. Llegaron a un espacio recóndito de la costa, protegidas por unos acantilados que se erguían al cielo y las escondía de cualquier mirada curiosa. Rocas enormes se aglomeraban en la base de estas conformando una cama perfecta para quien sea que osara saltar.
Las tres mujeres se acomodaron en la arena. Sombrillas y toallas fueron plantadas, en la superficie grisácea que ya se calentaba. Sin perder el tiempo, Cher se despojó del vestido azulado que traía, quedándose solo en un bañador que hacía contraste con su cabello.
Ady, enfundada en su largo vestido gris, tejido por su madre, se sentó en la arena a contemplar el paisaje. Cher se bañaba a unos metros de la orilla, las olas la levantaban y devolvían a la costa una y otra vez.
La castaña, observaba aquel ritual de su amiga recordando aquella historia que hace mucho le contó. Cher tenía solo catorce años cuando el mar la llevó aguas adentro. De no ser por su padre, que era un ex marinero, ella se hubiera ahogado. Desde ese día, Cher iba al mar a realizar ese juego de entrada y salida del agua, una forma sutil de perderle el miedo.
—Deberías entrar un rato con ella, el agua no muerde — Su madre siempre bromista se dejó caer a su lado con los pies y las pantorrillas llenas de arena.
—Tú solo te mojas los pies y yo no digo nada.
—Muy lista señorita, pero sabes que no sé nadar y mi cuerpo ya no está como para esos trajes que usan las jóvenes.
La paz en la voz de su madre parecía algo que nunca fuera a cambiar, sus bromas y enojos siempre eran hechos en aquel tono que parecía una caricia dada con su voz. Miró una vez más a su amiga y se despojó del vestido quedando con su playera azul sin mangas y algún short que hizo cortando pantalón viejo.
—¿Dónde está tu bañador?
Escucho a su madre, ya a medio camino del agua, sabía que le reñiría por no usar el que le regaló en navidad.
—No lo encontré — Se excusó —, juro que lo usare en otra ocasión.
No pensaba usarlo, era muy descubierto para ella, pero prefirió decir esa pequeña mentira y correr al agua junto a la pelirroja que tenía ya el cabello como una melena.
Ady no solía comentar sobre sus inseguridades. Así que, nunca mencionaba su rechazo a los bañadores de todo tipo. Sentía que estos exponían sus “monstruosidades”, como solía decir ella, de forma muy evidente.
Pasaron el resto de la mañana y gran parte de la tarde jugando en el agua. El sol fue describiendo su camino hacia el horizonte y las brillantes escamas de Ady se tiñeron de naranja.
Miraban el mar ya con la ropa seca y mantas sobre sus hombros, la brisa fría las hacía temblar. Y ahí, frente al dorado de un sol tardío que se asemejaba a una antorcha, su mente volvió a viajar al mellom verdens. Miro a su madre de reojo, mientras esta posaba su cabeza sobre su hombro.
Amaba demasiado a esa mujer. Aquella visión de su perfil la llenó de melancolía. El viento repentino, que agitó las aguas, pareció también agitar a su madre quien poniéndose de pie se alejó hacia la orilla. Cher no se movió, al contrario, se acurrucó más a su lado.
—¿Puedo preguntarte algo?
Ady, insegura, dibujaba sus escamas sobre su piel, su amiga solo asintió. Al principio no estaba segura de lo que diría, pero necesitaba con urgencia una segunda opinión. O al menos decir su dilema en voz alta, de lo contrario sentía que podía explotar.
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Editado: 18.05.2025