Hijos del caos - Saga Gem Heart

Opción muerte

Era un día caluroso, y el pequeño cuarto de baño funcionaba como un sauna. La pequeña ventana en una de las paredes, no hacía más que dejar pasar el sol y aumentar la temperatura.

—Sigo pensando que deberías pensarlo junto a él, es decir… ambos están involucrados…— Murmuraba la pelirroja mientras cargaba una cesta de ropa a la lavadora —. Joder con esto, tendré los brazos de un boxeador para el final de vacaciones.

Ady solo escuchaba su perorata, mientras metía la ropa en la vieja lavadora de la casa. Era día de lavandería. Y era más que evidente, el hecho de que dejaron la flojera ganar, y la ropa se fue acumulando.

—Pues si llegas a las ligas mayores prometo ser la que te alcanza el agua.

A pesar de su intento de bromear, Ady no podía quitarse las preguntas de su cabeza. Cher, llevaba dos días enteros, hablando de la responsabilidad moral y la ética de una persona. Aquello solo lograba aumentar su ansiedad.

En más de una ocasión, la idea de buscar a Raff pasó por su mente. Pero, sabía que, de hacerlo, solo ocasionaría que sus nervios explotaran o en todo caso volviera a golpearlo.

—Audrey Besle, no estoy bromeando. — Dando un pequeño salto e impulsada por sus brazos, la pequeña pelirroja se sentó sobre la lavadora —. Tienes el aspecto de un fantasma. Y que tu piel sea clara, no es excusa. Sé cómo eres cuando te preocupas por algo.

Eso era algo que no podía negar. Cher conocía bien sus reacciones, era la única con la paciencia de fijarse en cada pequeña expresión de las personas.

Tiró unas cuantas prendas más al interior de la máquina, se estaba irritando por no poder ignorar todo ese tema y seguir con su vida. Odiaba esa sensación en su pecho, ese hilo invisible que se ataba a ese supuesto pasado que comenzaba a tirar con fuerza.

—Bien, entonces iré a buscar a Raff — afirmó mirando con orgullo las cestas vacías—, aunque creo que a él le ilusiona mucho toda esta cosa de la misión y demás cuentos.

Una media voladora se le atoró en uno de sus cuernos, Cher la miraba amenazante con otras dos medias en la mano.

—¿Cómo que irás? ¡Dije que hables con él, no que me sigas excluyendo de tu vida!

Más medias volaron hacia ella, que, en lugar de lograr el efecto deseado por su amiga. Solo logró hacer caer de la risa a las dos. Pasado ese pequeño momento de relajo, dónde volvían a ser unas simples chicas en plena juventud, planearon mejor su aventura de ese día.

Ady temía llevar consigo a Cher, le era inevitable recordar su pequeña estrepitosa excursión al bosque dónde quedó colgando de cabeza. Quería protegerla, pero la pelirroja en cuestión no cooperaba con ella.

Conforme el día avanzaba, las nubes aglomeraban al borde del cielo. Para la hora de la comida, el brillo naranja se convirtió en uno gris, y los bordes negros de la tormenta comenzaban a teñir el techo de nubes.

Monik fue informada de las actividades que tenían planeadas ambas jóvenes, y dejó en claro que sin un abrigo para la lluvia ninguna dejaría la casa.

Salieron juntas, casi dos horas más tarde. Tardaron un buen rato, en buscar sus impermeables que yacían sepultados, debajo de montones de ropa al fondo del closet. La primera parada, era la casa de Raff.

A pesar de la insistencia de su madre en que se lleven el auto. Ady, se opuso aludiendo que gustaban de hacer un poco de ejercicio, algo que Monik no creyó. La castaña, no creía necesario presentarse a la casa de aquella familia, con el auto que atropello a su hijo días atrás. Con aquel argumento de por medio, Monik dejó de insistir, confiaba en Ady, pero no en el mundo.

La mujer, vio en las noticias de la mañana, el informe acerca de un ataque a unos jóvenes en un lejano bosque del país. Y aunque la ciudad esa estaba a miles de kilómetros de ellas, no podía evitar preocuparse.

Ady dejó a su madre en la puerta de la casa. Besó su frente, ignorando el mal presentimiento que cargaba, y del brazo de su amiga se marchó. Recorrieron en silencio gran parte del camino. Era un día de esos, de muerte lenta, tragos agrios y mentiras secas.

Pasaron el bosque por el que corrieron el primer día que vieron a Raff. Lucía tan extraño ver aquel lugar ahora. Cerca ya de la casa del joven, la lluvia se hizo presente. El viento no soplaba, pero el ruido de las gotas al chocar en sus impermeables, era hipnotizante.

Con los zapatos sucios y húmedos, llegaron a la casa del chico. Se podía observar la tenue luz dorada que salía de la ventana del salón, y el humo que subía de la chimenea delatando la presencia de sus dueños.

Fue necesario tocar dos veces la puerta para hacerse oír. Los pesados pasos que se oyeron al otro lado, fueron sustituidos, por la enorme figura de un hombre vestido con una camisa de cuadros y unos tejanos azules.

—Señoritas bienvenidas, pasen hace un horrible clima como para un paseo.

El hombre, con el humor ya conocido de ese día. Se hizo a un lado indicando a las jóvenes entrar. Limpiando sus pies en el felpudo de la puerta, ingresaron una tras otra, sintiendo el cambio drástico de calor entre la casa y el exterior.

—¿Quién era Kend? — La madre del joven se asomó detrás de la puerta de la cocina.

Al verlas, se acercó al instante, secando sus manos en su delantal




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