Hijos del caos - Saga Gem Heart

El golpe que no debió ser

La pequeña piedrita salió rodando del jardín hasta detenerse en la mitad del camino igual que muchas otras que yacían desperdigadas ahí. Ady miraba aburrida el jardín en busca de una nueva piedrita que patear. Cher, estaba concentrada en su celular sin siquiera fijarse en la molestia de su amiga. Llevaban casi media hora esperando afuera de la casa de Raff. Habían salido temprano de casa para poder iniciar la búsqueda de la dichosa gema, pero habían encontrado un somnoliento Raff que con suerte recordaba su nombre. Después de afirmar que sus padres no estaban y prometer que no tardaría en salir, había vuelto a su casa dejando a las dos chicas afuera. Por suerte el día no estaba frío y el sol había salido desde temprano secando el rocío.

—Se quejan de que las mujeres nos demoramos, pero ellos se demoran más — bufó — esto es ilógico, ni yo me tardo tanto, y eso que tengo cuernos que ocultar.

No recibió respuesta alguna, la pelirroja seguía distraída tecleando insistentemente el móvil, su rostro era iluminado por la pantalla con una luz azulina. Ady la miró esperando que le responda, pero no pasó. Seguro habla con su novia, pensó. Ya hacía cuatro años que Ady había descubierto que su mejor amiga estaba saliendo a escondidas con la chica que trabajaba medio tiempo en la biblioteca de la escuela. Ambas eran de la misma edad y al parecer ya se conocían desde hace mucho, fue en ese momento donde Ady comprendió la razón para que su amiga siempre fuera a la biblioteca por casi tres horas diarias y a pesar de ello pasara los cursos casi a rastras. Los labios de la castaña se curvaron, le gustaba mucho la pareja que ambas hacían.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta se abrió lentamente y un adormilado Raff apareció en la puerta. Tallaba sus ojos mientras bostezaba sin molestarse en cubrir su boca. Sus manos comenzaron a buscar algo en los bolsillos de sus vaqueros, torpemente sacó de uno de ellos una llave y junto con esta dejó caer la gema que Baldwyn les había entregado. Cher, saltó de su posición asustada por el ruido que había producido la caída de esta. Para ser algo pequeño, había sonado como si se tratase de una roca de una magnitud mayor. Raff ni se percató de lo sucedido, se limitó a cerrar su puerta y guardar la llave de nuevo.

—Listo, yo estoy despierto o algo así ¿Para qué me sacan de madrugada?

Un nuevo bostezo acompañó sus palabras, Cher había recogido la gema con la misma ilusión que una niña al recibir su primera muñeca que hace piruetas.

—¡Oye! eso es mío — Raff se había percatado de la gema recién cuando la pelirroja lo sujetaba a la altura de su pecoso rostro para verla mejor — ¿Me lo das?

—Si, si, solo espera quiero verla — Ady se acercó a su amiga sin poder evitar reír al ver su ojo deforme a través del cristal violáceo — Ady te ves rara — Agregó la joven.

—Si lo sé, Cher ya dáselo — Su atención pasó a Raff — Eres un demoron, fue casi una hora de espera y no es de madrugada, van a ser las once de la mañana.

Raff recibió su gema de vuelta, la cual volvió a guardar en el bolsillo de su chaqueta negra. Se arregló el gorro gris tejido que traía en la cabeza, para asegurarse que este no se caería dejando ver sus orejas. Le había dado mucha flojera peinarse, así que aquel gorro arreglaba dos problemas de forma práctica

—Bueno general tranquilízate, ya estoy despierto, de hambre, pero despierto. Mejor deja de enojarte y dime ¿A dónde vamos?

Las dos jóvenes se miraron de reojo con una sonrisa cómplice en los labios. Todo hombre sabía que aquello no era buena señal y a pesar del sueño, Raff lo notó. Podrían tacharlo de exagerado, pero su percepción había sido acertada. Sus sospechas fueron aclaradas al instante en que llegó ante las puertas de la pequeña biblioteca del pueblo. La construcción no era muy grande, ni nueva; Tenía su fachada pintada de un blanco impecable, pero mirar sus costados era para ver toda una gama de pinturas y escrituras hechas por vándalos o presuntos artistas que consideraban necesario especificar que estuvieron ahí.

—¿Puedes apurarte? No tengo todo el día ¿sabes? —El pie de la joven castaña se agitaba inquieto golpeteando contra el piso. Estaba apoyada en un poste de luz a la espera de que el chico terminara de comer.

Tan solo al llegar al pueblo Raff las había obligado a ir primero por algo de comer, para evitar pérdidas de tiempo o más discusiones, Cher había apoyado aquella decisión la cual su amiga solo aceptó con un suspiro. El chico las llevó a una de las tantas cafeterías del pueblo, que a pesar de ser pequeño siempre tenía mucha gente rondando por sus calles. Después de acabar de desayunar, las dos amigas, tuvieron que sacar a rastras al chico quien parecía tomarse el tiempo de contar las migas del pan antes de morderlo. Era así como había terminado frente a la biblioteca, con un Raff aun comiendo su desayuno.

—Es malo comer rápido, además si lo hago no podré sentir el sabor, no eh pagado por un jugo para no sentir todas las frutas…

—¡Ya! ¿Es que ustedes dos no pueden dejar de discutir? — Cher se había acercado ya bastante aburrida de oír a su amiga solo gruñir cada que estaba cerca de aquel chico. Raff, en defensa de la acusación de la pelirroja, señaló a Ady quien poniendo los ojos en blanco solo se calló — En serio Ady, ya, solo respira. A este paso te harás más vieja que la señora Meg.

Los ojos amarillos no podían enojarse o mirar mal a esos ojos verdes que le recordaban al mar, quizá no lo admitía en voz alta, pero le daba la razón a su amiga. Relajó su postura y se arregló la gran boina tejida que traía para ocultar sus cuernos. Sin la tensión asesina entre Raff y Ady, el ambiente era más llevadero. Dentro de la biblioteca, que, para su sorpresa, era más grande de lo que parecía, el aroma a libro viejo y madera de pino era casi tan fuerte como encontrarse en algún bosque. Varios pasillos se extendían hasta perderse de vista, los libreros casi llegaban al techo y la tenue luz amarillenta teñía todo el lugar con un todo sepia. Los sillones de lectura estaban vacíos y no se escuchaba ni una mosca. Un hombre los miraba, quieto cual estatua, desde una mesa alta al costado de la entrada.




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