—¿Huelo hortensias?
La voz de Vyvian, resonó desde el segundo piso, a la vez el sonido de unos pasos pequeños pero veloces se oyeron golpetear en las escaleras.
Raff la esperaba en la sala, acomodando un ramo de sus flores favoritas en uno de los floreros. Sabía que su madre amaba las plantas, en especial aquellas.
— ¡Oh Raff! … hijo, son preciosas muchas gracias.
La mujer abrazó al joven, tratando de no topar su ropa con las manos, pues estaban llenas de polvo. El muchacho, respondió el abrazo de la pequeña mujer, mientras terminaba de colocar una última flor.
Los ojos de su madre brillaban ante las coloridas flores. Esa chispa de ilusión, siempre presente en ella, era una de las cosas que más le gustaban de su madre. A pesar de su edad, aquella mujer nunca perdía la capacidad de ilusionarse.
—Sabía que te gustarían, después de todo mi madre lo vale ¿Verdad? — le arregló un mechón rebelde, mientras olfateaba el aire — Por cierto ¿Qué hay de cenar? Huele bien
El joven, se escapó de los brazos de la mujer para dirigirse a la cocina. Su madre lo seguía instando en que no se atreviera a tocar la comida.
Raff, el autoproclamado, probador real de la casa, hizo caso omiso de su madre. Desde pequeño, tenía la manía de hurgar en las ollas antes de la comida. Pero cuando cumplió once, encontró la forma de argumentar y defender su acto.
Ese año en clase, llevaron todo un semestre sobre historia Romana. Donde, tocaron el tema de Marco Antonio, y como este contaba siempre con un “catador de alimentos”. Fue así, como conoció la existencia de los catadores, quienes eran los encargados de probar la comida antes que el rey para asegurarse que no estuviera envenenada.
Con ese conocimiento en mano, el pequeño Raff, que ya era un pillo, se otorgó el mismo aquel título en la casa.
— ¡No metas la mano, muchacho sucio! Ni siquiera te las lavaste y estas irrumpiendo en mi cocina.
Mientras el joven y su madre peleaban por la posesión del cucharón, la puerta de casa se abrió anunciando la llegada de su padre. El paso cansino del hombre era característico, además de que tenía un extraño ritual al llegar a casa.
Cada que regresaba, agitaba la llave tres veces, como si así anunciara su llegada. Además, golpeaba cinco veces los pies en el felpudo antes de entrar. Esa noche no fue la excepción.
—Viv, cariño no te imaginas el escándalo que hay en la vecina. — Exclamó el hombre cerrando la puerta — Acabo de pasar por ahí, y la señora Enya, está culpando a la mascota del vecino. Ese que tiene el perro feo arrugado, de malograr su jardín.
Madre e hijo salían de la cocina para recibir al padre, y más que nada, interesados en el chisme que traía. El hombre dejó las bolsas de compras en la mesa mientras continuaba su relato.
—Enya siempre está enojada con ese pobre hombre solo porque todos sus perros se le escaparon. — respondió la mayor —. Es que parece que, solo los gatos soportan a la mujer.
Ante las afirmaciones de su esposa, la risa del hombre no se hizo esperar. Nadie sabía porque Vyvian y Enya tenían una relación, casi declarada, de enemigas. Era una guerra curiosa que ambas tenían y sin dudas muy divertida de ver en momentos.
—Bueno, dejando de lado el gusto de mascotas de la señora — Continuó el hombre, conteniendo la risa —, está que culpa al vecino de haberle arrancado las hortensias del jardín.
Raff, no necesitaba muchas pistas para imaginarse la historia de su padre. No era un chico que causara muchos problemas, pero, si era algo rebelde. Mientras volvía a su casa vio aquellas flores en el jardín de la vecina, así que, pensando en su madre, arrancó algunas y acomodó la tierra para no dejarla muy deshecha.
Claro está que, la mujer contaba de un desastre de magnitudes bíblicas. Él supo que lo regañarían en cuanto la mirada de su madre giró hacia su posición.
— ¡RAFF CONAN BYRNE!
Su madre, le dio todo un sermón sobre su actitud, añadiendo cada que podía, que ella no estaba criando un delincuente. Su padre, quien trataba de lucir serio, se le hacía graciosa la historia de que su hijo fue el causante de aquel problema.
Así que, el regaño fue para ambos, uno por no educar a su hijo valores y el otro por revoltoso. Enojada y casi echando humo, la madre se fue a la cocina a terminar la cena.
Raff le ofreció devolverle las flores a la vecina, pero ahí si su madre se negó. Estaba ofendida por la travesura de su hijo, pero no pensaba dejar ir su regalo tan fácil.
Esa noche fue muy fría. La chimenea costó mucho mantener encendida, y el pequeño frasco de sal, se cayó más de una vez en la mesa. La familia Byrne no era supersticiosa, así que, pasó todo ello por alto.
Al terminar la cena, su padre, se extendió contando cómo fue su día en el trabajo. Uno que otro chisme, de algún viejo amigo o ex compañero de clase, los problemas habituales de una oficina.
A Vyvian, se le pasó el enojo y disfrutaba de sus flores, que no dejaba de ver, mientras oía las historias de su esposo. Era una noche típica en casa, solo los tres, como siempre había sido.
—No olvides que mañana es el cumpleaños de tu tía, Raff. Llámala. — Murmuró su padre, mientras el muchacho se levantaba ya con dirección a su habitación — Sé que no te gusta hablar con la gente por celular y menos en fechas así. Pero hazlo por ella, en serio te quiere mucho.
#19053 en Fantasía
#7137 en Personajes sobrenaturales
guerra, dimensiones magicas y paralelas, magia renacimiento poder
Editado: 18.05.2025