Hijos del caos - Saga Gem Heart

Sueños y Sangre

Ady, terminó de vestirse, algo incómoda por aquella ropa. Sus brazos quedaban descubiertos, y sus escamas resaltaban más. Sus ojos se posaron en las heridas y moretones que ahora decoraban su piel.

De pronto, sintió todo el cansancio encima. Las ganas de dejarse caer ahí, de rendirse. Su cuerpo dolía y pedía simplemente olvidar todo y resignarse.

Haciendo caso omiso a esos pensamientos, tomó su vieja ropa y la hizo un ovillo para salir al encuentro con Raff. El chico, aún estaba vistiendo, atrás del cúmulo de ropa. Ady no lo apresuró, tiró el ovillo de ropa junto a todo el montón, suponía que no tenía mucha importancia de donde lo dejaba.

De pronto, el sonido veloz de unas patitas la puso en alerta. Detrás de los montones de ropa, vio aparecer un par de arañas negras, de largas patas peludas, que se dirigían a ella.

Ady odiaba las arañas, soltó un grito que, con esfuerzo pudo callar, mordiendo sus labios. Tenía miedo, pero también vergüenza de mostrarse así. Eso no evitó, que el muchacho pudiera oírla. Raff, salió detrás del montículo, alarmado, pensando que alguien los atacaba.

—¿Qué sucede? — preguntó el muchacho, mientras se calzaba la playera.

Iba a preguntar de nuevo, pero en ese instante, Ady se abalanzó detrás de él. La joven, sujeto al muchacho de su ropa y lo puso de escudo. Raff, sin entender mucho, observó alrededor hasta dar con aquellas rañas.

El chico, sintió su piel erizarse ante la imagen. Eran dos arañas del tamaño de un perro pekinés. Si bien él no las temía, jamás vio unas tan grandes.

— Bien, creo ya sé que pasa. Esas cosas son enormes

—No me digas, son horrendas y salieron de entre la ropa — La voz de Ady temblaba al igual que ella. Y aunque intentaba, cubrir su miedo, la forma en la que se escondía atrás de él, la delataba.

Las dos arañas, estaban paralizadas, por el grito de la joven. Pero, superada la impresión inicial, estas se movieron de nuevo. Se acercaron al ovillo de ropa que tiró Ady, y tomando las prendas, se marcharon nuevamente por el mismo camino.

—Son… creo que son una especie de ayudantes — concluyó Raff, al ver lo que hacían.

De pronto, dos arañas más pasaron por su lado, quitándole su vieja ropa y desapareciendo igual que las otras.

Ady, volvió a saltar cuando estas pasaron. Sus manos comenzaron a frotar sus brazos, mientras que su mirada recorría todo el lugar para asegurarse que no vuelvan. La joven en serio las odiaba, y eso venia desde su infancia, cuando en un paseo de la escuela, una tarántula le saltó a la cara.

Raff se acercó a ella, sabía lo que era el miedo. Pero lo de ella, parecía más una fobia.

—Respira, creo que solo vienen cuando hay ropa nueva — murmuró poniendo sus manos sobre las de ella—. Mejor vamos a buscar a Bald ¿Te parece?

—Estoy bien, solo me da cosa ver sus patas… — respondió, pero no se alejó del toque del chico. El calor de sus manos, la reconfortaban de alguna manera.

Ady respiró profundo, intentado olvidarse de todo eso. Aún sentía por su piel, un montón de pequeñas arañas invisibles caminando.

Pasado el mal rato, salieron de aquel salón siguiendo las indicaciones que la mujer les dio. Ese lugar era extraño, desde adentro lucía más enorme. En cierto punto, Raff estaba dudando de que estuvieran llegando a algún lugar, pues no veían ninguna puerta.

Ady abrió la boca como si hubiera leído sus pensamientos, pero el chico la hizo callar al instante. Fue algo leve, pero logró captar la voz del oso a lo lejos.

—Ya sé por dónde están — afirmó muy seguro el muchacho, y sin dudarlo, avanzó delante de la joven.

Ady no lograba oír nada, pero confiaba en él, ya en ocasiones anteriores, demostró tener un gran oído. Doblaron dos veces más, en ese laberinto de caracol, hasta que pudieron oír las voces con claridad. Estaban en lo que parecía una conversación seria, Ady lo dedujo por el tono de voz que mantenía el oso.

—¿Cómo fue que lo encontraste? Creí que él estaba muerto —decía la voz del oso.

—Yo creí lo mismo, pero resulta que pudo huir — de pronto la voz de Lenay se volvió un susurro — y creo que hay algo más que oculta porque tiene los ojos…

Lenay detuvo su frase, al instante que ambos aparecieron por la puerta de la cocina. La mujer se mordió los labios, como si hubiera recordado algo, y se levantó al instante.

—Miren que bien se ven. Ahora que están limpios seguro tienen hambre — decía la mujer con renovada sonrisa — ¿Les ofrezco algo? La comida de las boskairas no es la mejor, pero tengo una que otra reserva especial — guiñó el ojo a los dos chicos.

Raff y Ady, los miraron a los dos, notando sus extrañas actitudes. Era obvios, que llegaron en mal momento.

Bald, no dijo nada ante la obvia actuación de Lenay. Ady solo pasó por alto aquel comportamiento. Después de todo, no iba a entrometerse en algo que, de seguro solo le incumbía al guardián y a la mujer. Tomó asiento como le indicó la mujer, seguida por Raff. Lenay no tardó en servirles a ellos también una taza de té.

Baldwyn, sorbió lo que quedaba de su té y se puso de pie con cuidado de no tirar la mesa. Le pidió a la mujer que también le brinde algo de ropa, a lo que ella no se negó. Y sin necesidad de su compañía, el oso dejó la cocina para internarse en los pasillos del lugar.

Raff y Ady, mantenía sus cabezas gachas y la mirada perdida en la mesa. Lenay se mantenía cerca del fogón, ordenando cosas que no estaban desordenadas. La situación era incómoda. Ady levantaba la cabeza por momentos, pero la bajaba cuando sentía sus ojos topar con los de la mujer.

—¿Qué nos van a hacer? — Raff, rompió el silencio.

Su repentina voz, tomó tan de improviso a la mujer, que soltó una cuchara de madera dentro del fogón.

—Ay, que torpe… — exclamó. Con cuidado, metió la mano al fogón y sacó la cuchara sin voltear. Parecía extrañamente nerviosa cuando volvió a verlos, en especial a Ady.

—¿Será algo malo? — Insistió Raff de nuevo.




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