—Ya levántense, es hora de marcharnos — la repentina voz, sobresaltó a los dos jóvenes—, debemos recorrer un largo trecho hasta el mellom verdens de los Kirfot. Son los únicos que nos pueden mandar al otro lado.
La fuerte voz de mando de Skaev, terminó por despertar a los dos chicos. Ady, tenía el cuerpo adolorido por el suelo terroso, además de que tenía el cuello parcialmente inmovilizado.
Se notaba que nunca durmió fuera de una cama. Pero no se quejó, se levantó ocultando un bostezo. El gran abrigo de piel de oveja, se deslizó de sus hombros cuando se incorporó.
Skaev, quien pasaba por su lado, recogió el abrigo sin mediar palabra, y continúo guardando las sobras de carne en su bolsa. Ady no recordaba que él le hubiera dado su abrigo. Pero, era obvio que, aquello la mantuvo caliente el resto de la noche.
Raff, a un lado acomodaba sus vendajes. El dolor era evidente en el rostro del muchacho. Mordiendo sus labios, cubrió el vendaje con su ropa y se puso de pie. Seguro, si su madre viera que no curó ni atendió aquella herida, estaría gritándole mientras lo arrastraba al hospital.
Lástima que su madre no estaba. El chico, confiaba ciegamente en su sistema inmune, para contrarrestar cualquier infección que pudiera surgir de aquel corte.
—Volveré a preguntar ¿Qué son los Kirfot y donde demonios es eso? — Preguntó Raff, por segunda vez.
Pero, un estresado Skaev, lo ignoraba, mientras hacía recuento de provisiones. Y un apurado Baldwyn, solo le respondía con un vago “si”, mientras eliminaba las pruebas de que estuvieron ahí.
Ninguno de los dos chicos entendía el objetivo de esconder sus huellas. Los soldados de Coresis, que querían matarlos, ya estaban del otro lado del portal. ¿Quién más podrían buscarlos?
—Son…no sé la verdad como definirlos, porque no sabemos lo que son precisamente — respondió Baldwyn, por fin. Dando un último pisotón a los restos de la fogata —Ni siquiera en Etrabur saben lo que son, pero existen. Suponemos que algún dios, o energía de alguno, terminó por crearlos. Ya cuando los vean entenderán.
Después de unos minutos, estaban listos a marchar. El lugar, no parecía haber tenido ninguna visita, a menos que alguien se dedicara a buscar a fondo, seguro no podrían saber de la presencia de ellos ahí.
Así, emprendieron su camino de nuevo. Se dirigían ahora hacia el Oeste, montaña abajo.
—¿Alguien nos sigue? — Ady preguntó luego de un rato, al notar que, Baldwyn y Skaev mantenían un andar vigilante.
Skaev, tenía sus orejas atentas, y casi girando como radares ante el más mínimo ruido. Baldwyn, traía las garras a plena vista, como si fuese a atacar en cualquier momento
—Porque la actitud que tienen me está poniendo nerviosa — Admitió.
El bosque era tupido, y las raíces de los árboles, por momentos, ralentizaban su andar. La pregunta de la joven, solo dio espacio para que pudieran detenerse un momento. Llevaban poco más de una hora de caminata, pero no se sentía pesado, ya que todo el camino era de bajada.
—La verdad es que… miren, es complicado — Skaev trataba de explicarse —. Nuestro mundo es complicado. Hay muchas tribus y pueblos que querían mucho a la reina, incluso en esta dimensión. Muchos otros rebeldes y criaturas ajenas a nuestro reino, solo buscaban problemas o riqueza.
No sonaba a algo muy distinto de los humanos. Buscar riqueza y poder, parecía ser algo en común, en cualquier dimensión. Lo suficientemente tentadoras, como para sacar lo peor de alguien.
—Las gemas que tenemos, suelen ser muy valiosas — Interrumpió Baldwyn—, antes había incluso grupos de asesinos, que mataban a nuestra gente solo para quitarles su gema y venderlas. Mujeres, niños, hombres. —enumeró con los dedos— No hacían distinción. Era un mal constante.
Ady los escuchaba con atención, recién ante la mención de niños, en un hecho tan horrible como el asesinato. Se dio cuenta que, no estaba viendo a Baldwyn o Skaev, como seres que tenían familia. Y que evidentemente, como cualquier otra criatura, tenía infantes.
—Además, somos cuatro soldados de élite juntos, y todos conocen la leyenda de la gema perdida. —añadió Skaev, como si fuese algo obvio—. Somos un punto móvil muy evidente, y cualquiera sabría que cuatro soldados juntos, cargan algo importante.
—¿O sea que además del rey loco ese, otras criaturas también quieren obtener la gema de la reina? – preguntó Raff, con una ceja arqueada.
—Si. Piénsalo, todos quieren poder y riquezas — respondió el viejo lobo—, y el poder que muchas criaturas tienen, es limitado. En cambio, el de una diosa es algo muy tentador. — La sonrisa de Skaev no transmitía alegría, solo recalcaban la triste realidad de la naturaleza de los vivos.
—Es tranquilizador, por mucho, saber que no solo nos quiere matar un rey, sino quien sabe cuántos más — Afirmó el chico, con una leve risa.
Ady supo que esa risa era más de aceptación, que de algo cómico. Porque a esas alturas, era agotador saber que casi tenían una lista de quienes querían matarlos, por una gema.
Después de aquella breve charla, retomaron el camino. Según Baldwyn, solo faltaba una media hora de caminata. Se suponía que, primero, llegarían con los Hydros.
Skaev, describió dichas criaturas, como seres que nacieron en el agua. Y reinaban, en todas las zonas donde un cuerpo de agua estuviera presente. Criaturas medio humanas y medio pez, que tenían una sociedad muy prospera, pero también muy confrontativa.
Para Raff y Ady, los Hydros no eran otra cosa más que las mitológicas sirenas. Los dos compartieron una mirada cómplice, sabiendo que ellos las llamarían sirenas, en secreto.
El sol, ni siquiera pasaba la altura de las montañas, cuando llegaron a un enorme lago en medio del bosque. Los altos árboles, se alzaban hacia el cielo, como muros de un castillo.
El agua cristalina, reflejaba celeste claro del cielo, que iba tomando color conforme amanecía. Era una imagen de postal. En algunas porciones, aún oscuras del bosque, se ponía ver pequeños grupos de luciérnagas que ya se ocultaban ante la llegada del día.
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Editado: 18.05.2025