La pequeña leona temblaba en el frio suelo de mármol. Selwyn la miraba furioso a solo unos pasos. Los platos de comida yacían tirados en el suelo. El rey tenia la espada desenvainada apuntando a la frágil criatura quien se escondía tras su larga melena.
Traía la ropa de la servidumbre del castillo y cadenas que envolvían sus tobillos, era aun muy joven pero ya temía por su vida. Los soldados a cargo de la protección del rey pronto entraron a la habitación observando la escena.
— ¡Intentan matar a su Rey! ¡Sus vidas están en mis manos!
Gritó nuevamente el Rey mientras pateaba la bandeja de plata. La joven volvió a encogerse mientras trataba de huir lejos de aquel loco Rey. Otro grupo de sirvientes, también con cadenas en los tobillos, pasaron con la cabeza gacha a limpiar el desastre y levantar a la joven.
El general Bryoner había llegado a la escena, conocía bien la paranoia del Rey con los objetos de plata. Ya hace muchos años desde que Etlandor cayó, los objetos de plata habían sido eliminados. Bryoner no sabía exactamente la razón, pero no pensaba discutir.
— Detengan a todos los de la cocina y encarcélenlos luego haré las investigaciones.
Uno de sus subordinados asintió ante sus órdenes y se retiró. Selwyn, agitado y notablemente afectado por la presencia del metal, se dejó caer de nuevo en el mullido sillón de la habitación. La oficina del rey era enorme, con un ventanal que iba del suelo a techo donde se podía ver la ciudad completa.
Los sirvientes retiraron las bandejas y ayudaron a la joven leona quien llorosa se retiró junto con los demás de regreso a las cocinas. Bryoner ordenó dejar dos guardias en la puerta, el debía informar muchas cosas al Rey.
— Majestad, vengo con el reporte sobre las islas Yeochia.
Con una rodilla hincada y una mano en el pecho, el gran general habló. El rey, ya superado un poco de su histeria, centró los ojos en uno de sus subordinados mas leales.
— Adelante, estoy esperando buenas noticias.
— Señor, la comitiva enviada fue de cinco navíos de los cuales solo regresaron dos, según el capitán del navío y la misión, las islas no dejan que ningún barco se aproxime a los muelles del lugar sin permiso de los habitantes.
El ceño del rey se frunció mas, deformando casi por completo su rostro. No era las noticias que esperaba. Llevaba años buscando un objeto y cuando finalmente sabia donde encontrarlo, resulta que la ineptitud de su gente lo alejaba de cumplirlo.
— ¿Acaso no tenemos navegantes experimentados?
— Si su majestad, pero esta isla no es un lugar de fácil acceso, me reportan que grandes olas aparecieron de un momento a otro y llevaron las naves al fondo.
Selwyn, quien mantenía la espada en su mano, movió la hoja contra el cuello de Bryoner. El general ni siquiera se inmuto. Sintiendo el filo de la espada casi cortar su piel, se mantuvo firme. El rey no tenia mucha paciencia para aceptar derrotas o negativas. Y Bryoner siempre era el mejor en conseguir dichas peticiones.
— Entonces accedan por aire, no necesito que vengan a llorar pidiendo perdón a su rey. Necesito resultados.
— Si su majestad, ordenare que una nueva flota vaya acompañada de un pelotón aéreo.
— Iras tú personalmente - sentenció el rey alejando la espada – Necesito que consigas lo que busco y no me importa si debes de quemar toda la isla. Debes traerlo ante mi y pronto.
Bryoner asintió una vez mas, poniéndose de pie y haciendo una reverencia salió de la oficina. Organizaría esa misma noche una nueva flota, la sonrisa del cruel general se hacia presente en su rostro de solo imaginar el olor de la sangre. Los guardias que lo vieron salir temblaron ante la sonrisa sedienta de sangre con la que se marchaba el general. Seguro que pronto tendrían las noticias de un nuevo pueblo caído ante el Rey Selwyn.
***
Vivian había tenido una mejora notable de su herida, la fiebre de la mujer había desaparecido gracias a las medicinas y corte ya casi había cerrado. Monik estaba agradecida con aquel soldado que esas tres ultimas semanas les había dejado medicinas cada tres día. La mujer aún no sabia quien era y tampoco entendía por qué los ayudaba. El soldado nunca decía mas de dos palabras y tampoco dejaba ver su rostro. Pero en definitiva había salvado la vida de Vivian.
— No olvides que debemos deshacernos de las envolturas — murmuró Monik a la mujer que terminaba de curar, con los últimos sobrantes de crema, su herida.
— Lo sé, gracias esta vez yo me encargaré de hacerlo.
Todo ese tiempo Monik había sido su enfermera y apoyo, además de que ella tuvo que hacer el sacrificio de comerse aquellas ramas amargosas para evitar que los soldados descubran que alguien les ayudaba.
— ¿Crees que nos traiga mas? — añadió la mujer.
Monik se preguntaba si aquel soldado vendría nuevamente esa noche para dejarles el paquete habitual. Aunque con la herida curada de Vivian, suponía que era mejor decirle que ya no era necesario que se arriesgue.
— Espero que no — murmuró Monik — ya estas curada y la verdad no sé como soportaría la carga mental si supiera que lo descubrieron y mataron a causa nuestra.
Vivian asintió. Había mantenido su actitud positiva por mucho tiempo. A esas alturas ya ni siquiera podía hacerlo. Solo pensaba en su hijo, en su esposo que no sabia como estaba pues solo podía oírlo por unos minutos cada noche.
Sentía que estaba viviendo un infierno, que estaba encerrada en alguna habitación del averno y pagando hasta los pecados de sus ancestros. La mujer cubrió su herida y se dispuso a comer las hojas. El sabor era terrible, pero al menos servía para llevar algo al estómago.
Los soldados ahora les traían comida cada cuatro días y agua una vez cada siete días, suponía que ya no les interesaba mantenerlos con vida así que esperaban matarlos lentamente. Junto a Monik habían decidido racionar lo poco que les daban para el menos engañar al estomago cada día. A pesar de ello, el dolor por falta de comida seguía aun sin importar cuanto quisieran acostumbrarse.
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Editado: 31.12.2024