Esa tarde, la temperatura dentro de la ciudad era mayor a lo que Ady soportaba, en todo su tiempo en aquel mundo el calor no fue un problema, hasta ahora. Miraba a su alrededor en un afán de distraer su mente para evitar centrarse en el bochorno que la rodeaba en aquel mercadillo.
Era mitad de mes y fiel a su organización, Mina acudió al mercado para abastecer a la casa de granos, harinas, verduras y especias. En esta ocasión, la casa tenía más visitantes, además de los dueños usuales. Por ello, la compra debía ser en mayor proporción, por ello, se llevó con ella a Raff y Ady para que le ayudarán con la compra.
El cielo estaba despejado y el sol brillaba orgulloso. A pesar de que ya era de tarde, era evidente que faltaba mucho para el ocaso. La joven, quien llevaba una cesta en brazos donde llevaba la compra, intentaba abanicarse con la mano en un afán de aliviar el bochorno que incluso le estaba generando cierto mal humor.
— Yo creo que con esto es suficiente — afirmó Mina mientras deslizaba un par de especias en ramillete dentro de la cesta.
Ady no respondió, solo se limitó a sonreír lo mejor que pudo, mientras secaba el sudor de su frente con la manga de su vestido. Se preguntaba si es que quizá estaba a la mitad de un golpe de calor, sentía las piernas débiles.
— ¿Raff aún no regresa? — preguntó de nuevo la mujer, mientras se ponía de puntillas en un intento de ver por encima de la multitud.
Ady, con ventaja en ese aspecto, recorrió el mercado con la mirada de lado a lado. Encontrar a Raff no sería difícil, después de todo el muchacho ostentaba una altura nada reprochable.
No tardó mucho en dar con las características orejas lobunas del chico, que se aproximaba hacia donde ellas estaban.
— Ya está cerca — afirmó mientras se hacía a un lado para dejar pasar una carreta de frutas que se abría paso a empujones.
— Bien entonces creo que ya podemos volver a casa — murmuraba la mujer mientras daba un último vistazo a la cesta — hemos hecho una buena compra, y no gastamos demasiado, con lo difícil que se volvió últimamente mantener un hogar
El suspiro de la mujer dio por sentado el tema. Raff llegó justo a tiempo dejando ver la carne y la morcilla que colgaban ahora en su mano.
— Seguí tus indicaciones y estoy seguro que están frescos — afirmó el chico extendiendo la compra a la mujer para que lo revisara.
Mientras Mina hacía su inspección de calidad, Ady regresaba a su intento de abanicarse con la mano, algo que ya ni siquiera le aliviaba un poco. Distraída y tratando de no percibir el olor de la carne. Sintió un empujón en su costado que por poco la hace caer.
De no ser por la rápida intervención de Raff, quien sujetó a las dos mujeres, de seguro ambas habrían caído. Ady, volteo luego de reponerse de la impresión, y logró ver como cuatro muchachos pasaban a empujones entre la multitud, seguido de un grupo de soldados.
La calle se llenó de gritos y quejas no solo para los chicos, sino también para los guardias quienes sin cuidado alguno, empujaban a quien sea que se atravesara su camino.
— ¿Ladrones? - aventuró Ady
— No creo — respondió Mina quien con la cabeza en alto , cual avecilla, trataba de observar todo.
Y no era la única. Pronto la gente se aglomero al final de la calle, que daba acceso hacia la plazuela de la ciudad. Mina, no se quedó atrás. Antes que ambos jóvenes pudieran percatarse, la mujer ya se escabullía entre la gente en un afán de buscar un buen lugar para ver lo que sucedía.
Si bien fue complicado seguirle el paso, pudieron alcanzarla cuando se subió encima del pedestal de un poste cercano. Ady, se las arregló para abrirse paso hasta el costado de la mujer y Raff, en su tarea de cuidarlas iba detrás de ambas.
Desde aquel lugar era fácil ver todo, el público miraba en silencio como los soldados habían capturado a los cuatro muchachos.
Tres de ellos se encontraban en el suelo terroso de la plaza, tirados con el rostro aplastado contra la tierra y siendo atados de manos. Otro de los muchachos, de aspecto desgarbado y casi frágil, se encontraba tirado frente a quien parecía ser el líder de los soldados.
El hombre miraba con desprecio al chico que yacía bajo la presión de una de sus botas, luchando por levantarse, sin resultado alguno.
— Es momento, de que aprendan que el vandalismo es algo que es penado y más cuando ofenden a nuestro rey
Decía la voz rasposa del soldado, quien amenazante recorría con la mirada el rostro de todos los testigos, quienes en silencio solo podían observar. Ady veía el rostro del muchacho, rojo y cubierto de polvo, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
— Es el hijo de Hira — dijo de pronto en un susurro Mina
— ¿Lo conoces? — preguntó Raff al ser sorprendido por la expresión de la mujer.
Mina mantenía la mirada fija en el chico, sus manos cubrían sus labios que temblaban sin control. Asintió con la cabeza ante la pregunta de Raff.
—¿Es un vándalo? — preguntó Ady mientras veía como el soldado pateaba al muchacho en el costado sin piedad alguna.
— No, claro que no — la voz quebrada de Mina obligó a ambos chicos a levantar la mirada a la mujer — es un buen muchacho, solo que desde que pasó lo de su padre, se junta con esos muchachos para pintar o quemar los estandartes con el escudo del rey.
Vandalismo de jóvenes, pensó Raff. Un acto de rebeldía sutil que en un principio no daña a nadie pero para un lugar tan corrupto como ese, era la excusa perfecta para sobrepasarse sobre cualquiera.
— ¿Qué le pasó a su padre? — preguntó Raff temiendo oír la respuesta.
— Fue acusado por uno de los duques, de hacer mal un trabajo — relató la mujer — el era un herrero, y por eso fue mandado a las minas
La mención de las minas, regresó la memoria de Ady a las gélidas y áridas montañas que recorrieron en su camino a la ciudad. Recordaron el cuerpo inerte de aquella ninfa y las filas enormes de prisioneros encadenados que yacían trabajando incluso estando ya en los huesos.
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Editado: 17.04.2025