Hijos Del Fuego Eterno

CAPÍTULO 1 — La Noche en que el Fuego Despertó

El incendio que nadie vio venir

La noche empezó como cualquier otra en Pyrahel, aunque todos sabían que en ese pueblo nunca había “noches normales”. Las montañas circundantes, negras como carbón, solían retener el calor acumulado durante el día, creando una bruma rojiza que se colaba por las calles empedradas. Para los habitantes, ese resplandor tenue era parte del paisaje. Para los visitantes —que casi nunca había— era algo inquietante. Y para Aiden Varien, esa noche, era una advertencia silenciosa.

Aiden tenía dieciséis años y la inexplicable sensación de que algo estaba a punto de romperse dentro de él. Llevaba días sintiendo que su pecho ardía, no como fiebre, sino como un fuego contenido que pedía salir. A veces, cuando parpadeaba, veía destellos anaranjados que no venían de ninguna llama cercana. Y cuando tocaba las paredes de madera del viejo establo donde trabajaba por las tardes, la superficie vibraba bajo sus dedos, como si respondiera a un calor invisible.

Esa noche, sin embargo, era distinto.

Mucho más intenso.

Mucho más peligroso.

Porque el fuego, por primera vez en su vida, no estaba afuera.

Estaba en él.

—¿Lo sentís otra vez? —preguntó su mejor amiga, Lyra, que lo esperaba a la salida con las manos en los bolsillos y los ojos encendidos de curiosidad.

Aiden asintió sin mirarla. No podía. Temía que ella viera el reflejo rojizo que empezaba a crecer en sus pupilas.

—No sé qué me pasa —susurró—. A veces creo que… voy a explotar.

Lyra chasqueó la lengua con la impaciencia de siempre. Era valiente, impulsiva, con la mente más rápida y el espíritu más libre de todo el pueblo. Pero incluso ella tenía miedo esa noche. El aire estaba… raro. Más denso. Más eléctrico.

—No vas a explotar —dijo ella, aunque su tono no era tan seguro como otras veces—. A lo sumo, te desmayás. O sudás. O te convertís en una salamandra gigante y destruís todo. Pequeños detalles.

Él soltó una risa nerviosa, pero la preocupación volvió enseguida.

Porque algo vibró bajo sus pies.

Y esta vez ambos lo sintieron.

El suelo tembló como si un corazón gigantesco latiera bajo la tierra. Aiden retrocedió de inmediato; Lyra en cambio dio un paso hacia adelante, con los ojos brillando de emoción.

—No me digas que eso no fue raro.

No lo fue.

Y lo sería mucho más.

Aiden quiso contestar, pero la vibración se repitió, más fuerte, más cercana. Una ráfaga de aire caliente sopló desde el centro del pueblo, trayendo consigo un olor familiar y aterrador: humo.

Pero no humo común.

Era… dulce. Cálido. Energético.

Casi vivo.

—Aiden… —murmuró Lyra, porque lo vio antes que él.

Una luz roja empezó a crecer detrás de la colina, iluminando los techos como una luna de sangre.

Entonces, el fuego estalló.

Un rugido profundo retumbó en el valle, como si la montaña hubiera despertado de un sueño milenario. Llamas gigantes se elevaron hacia el cielo, formando columnas ardientes que se retorcían con la fuerza de un dragón. Pero no era lava. No era un incendio común.

Era fuego… puro.

Fuego que no quemaba los árboles.

Fuego que flotaba.

Fuego que parecía buscar algo.

Aiden sintió cómo un tirón invisible lo empujaba hacia el centro del pueblo. Como si ese fuego —ese fuego imposible— tuviera una conexión directa con su pecho.

—Aiden, ¡no! —gritó Lyra, tomándolo del brazo.

Pero él no podía detenerse.

El fuego lo llamaba.

Y él, sin entender por qué, respondía.

La voz dentro del fuego

Aiden corrió hacia la plaza central con Lyra a sus espaldas, mientras el cielo se teñía de colores imposibles. Naranjas brillantes. Rojos líquidos. Oro líquido que chorreaba como lluvia invertida. La gente gritaba, cerraba ventanas, arrastraba cubos de agua que no servían para nada frente a esas llamas sobrenaturales.

El fuego no avanzaba hacia las casas.

Avanzaba hacia él.

Cuando llegó al centro, vio el origen de todo: una grieta luminosa, abierta en medio de la calle, como si alguien hubiese rajado el suelo con una espada ardiente. De esa grieta, brotaban llamaradas que no quemaban la piedra, sino que la hacían flotar, elevando los pedazos del pavimento en un baile hipnótico.

Aiden dio un paso.

El fuego reaccionó.

Se elevó, giró, tomó forma…

Hasta convertirse en un círculo perfecto alrededor de él.

Lyra gritó su nombre, pero el sonido se ahogó cuando las llamas ascendieron como un muro viviente.

Aiden quedó encerrado.

Y, por primera vez, escuchó la voz.

No era una voz humana.

No era masculina ni femenina.

No venía de afuera.

Venía de dentro del fuego.

—Hijo del Fuego Eterno…

Aiden se paralizó.

Su pecho ardió.

Su respiración se volvió un jadeo.

—¿Quién… quién sos? —preguntó con un hilo de voz.

La llama frente a él se alargó, retorciéndose como un espíritu antiguo.

—Nos llamaste…

—Yo no llamé a nadie.

—Tu sangre sí.

Aiden sintió un golpe de calor en la espalda, como si una mano ardiente lo empujara.

—Tu linaje despierta.

El Fuego Eterno te reconoce.

Tu mundo… no volverá a ser el mismo.

Aiden tragó saliva.

El fuego respiró con él.

Se movió con él.

Vivía con él.

Y entonces, la voz susurró algo que lo dejó helado:

—Encontramos al primero.

La marca que no debía existir

Lyra, desesperada, intentaba cruzar la barrera de llamas, pero cada vez que tocaba el borde, una onda expansiva la arrojaba hacia atrás. Sus manos estaban sucias, sus rodillas raspadas, pero no iba a detenerse.

—¡Aiden, salí de ahí! ¡Me escuchás?!

Aiden sí la escuchaba, pero no podía moverse. Algo nuevo ardía en su piel. Algo que antes no estaba.

Se miró el antebrazo.

Y lo vio.

Una marca roja, brillante, parecida a un símbolo antiguo, dibujada con fuego líquido sobre su piel. La forma era imposible: un círculo incompleto atravesado por una línea ondulada, como una serpiente hecha de llamas.



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En el texto hay: novela juvenil, aventura, fantasía épica mágica

Editado: 02.12.2025

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