"El nombre es el primer acto de libertad. También puede ser el último."
— Anónimo, grafiti borrado del Muro de Alexanderplatz
La sala era blanca, silenciosa y sin relojes. Solo un zumbido constante vibraba desde el techo, como si la tecnología estuviera vigilando incluso los pensamientos.
Nadia sostenía a su bebé con fuerza, arropado en una manta gris sin bordes, sin dibujos, sin historia. Habían esperado tres horas. Frente a ella, un funcionario con barba recortada y túnica beige tipeaba con dos dedos en una terminal oxidada. En la pared, colgaba una sola imagen: la bandera del Nuevo Orden Espiritual, una media luna sobre fondo negro, rodeada por la frase "Sumisión es Paz", escrita en ocho idiomas.
—Nombre del menor —dijo el funcionario sin levantar la vista.
—Emmanuel —respondió Nadia, con voz firme.
El hombre se detuvo. Parpadeó. Alzó los ojos por primera vez y la miró como si acabara de pronunciar una blasfemia.
—Nombre no válido. Artículo 17, Sección 3: Está prohibido registrar nombres de origen judeo-cristiano, europeo, latino, anglosajón o cualquiera que no figure en la Lista Aprobada de Nombres Sagrados.
¿Desea seleccionar un nombre alternativo?
—No. Su nombre es Emmanuel. Significa "Dios con nosotros".
El funcionario presionó una tecla. En la pantalla, un ícono rojo parpadeó. Abajo, un pequeño texto decía: "Derivación a Unidad de Reeducación de Nombres. Código: Desobediencia Materna - Nivel 2."
—Señora Koen —dijo con un suspiro, mirando ahora a la puerta—, si insiste, perderá la tutela. Tendremos que reubicar al menor. Usted aún tiene derecho a colaborar. El Comité de Nombres está siendo flexible con madres primerizas...
—¿Flexible? —interrumpió Nadia, temblando pero sin soltar a su hijo—. ¿Le van a borrar su nombre? ¿Cómo borraron nuestras calles, nuestros libros, nuestras canciones?
El silencio se volvió arma. El funcionario volvió a mirar su pantalla.
Afuera, se escuchó un clic metálico. La cerradura automática se activaba desde el centro.
Ella besó la frente del niño, sintiendo el temblor en su pecho. Y susurró, casi sin voz:
—Te llamas Emmanuel. Que nadie te convenza de lo contrario.
La puerta se abrió. Entraron dos figuras de negro. Sin palabras.
Y por un instante eterno, el nombre flotó en el aire como una bandera quemada.
Nadia no lloró.
Había aprendido a no hacerlo. Desde la abolición de las lágrimas públicas —"gesto innecesario de debilidad occidental", según el Manual de Conducta Familiar—, hasta el silenciamiento obligatorio en eventos oficiales, incluso el duelo debía ser contenido.
Los dos hombres de negro se acercaron. No vestían uniformes militares, sino túnicas limpias y guantes quirúrgicos, como si fueran a retirar un objeto contaminado y no un recién nacido.
Uno de ellos extendió los brazos.
—Será renombrado en la ceremonia de medianoche —dijo sin emoción—. Su nueva identidad será Abd al-Hadi, "el servidor del Guía".
Una suerte de misericordia, agregada al informe por iniciativa del Comité.
Nadia apretó los labios. No gritó. No suplicó. Solo acarició por última vez los párpados del niño.
—No lo van a quebrar —murmuró—. No a él. Su nombre va a sobrevivir, aunque nadie lo pronuncie. Aunque lo borren de todos los registros.
El segundo hombre ya había sacado el lector ocular. Lo acercó al rostro del bebé, que lloraba ahora por primera vez desde que habían entrado.
Un pitido verde. Confirmación biométrica. La identidad de Emmanuel, ahora Abd al-Hadi, quedaba grabada oficialmente en los archivos del Ministerio de Verdad Nominativa.
Luego, silencio. Otra vez.
Los pasos de los hombres se alejaron, y con ellos, el llanto. La puerta se cerró. Nadia se quedó sola en la habitación blanca, vacía, infinita.
Se sentó.
Y por primera vez en años, cerró los ojos y recordó la voz de su madre, muerta en 2026 en un campo de conversión cerca de Lyon, que le decía:
"Los nombres importan, hija. Porque son las palabras que Dios nos da antes del lenguaje."
En ese momento, Nadia decidió que no huiría.
No aún.
Primero tenía que hablar.
Tenía que contarle al mundo cómo empezó todo.
Desde el principio. Desde el primer error.
Desde el año en que Europa eligió callar.
Editado: 28.06.2025