Casa, Fe y Silencio

"Lo que más temía no era que mis hijos aprendieran otra lengua.
Lo que me destrozaba era que no supieran quiénes fuimos."
— Fragmento anónimo, escrito en una hoja escondida dentro de un viejo libro de historia europea

Lyon, 11 de marzo de 2029 – Barrio Familiar Unificado (BFU-73)

A las 6:00 a. m., los altavoces integrados en las viviendas emitieron el adhan. Un cántico digital grabado con voz modulada que resonaba en toda la cuadra. No podía apagarse. Ni silenciarse. Era parte del paquete de vivienda subvencionada, obligatorio para todas las familias que desearan mantener el nivel 2 de privilegios urbanos.

En la cocina, Martin Rousseau, un francés de 42 años, ingeniero en automatización, servía el desayuno mientras evitaba que su hija más pequeña viera las fotos escondidas en su viejo reloj digital: una imagen de la Torre Eiffel con su abuela —una fotografía ahora clasificada como "vestigio nostálgico de identidad tóxica".

—Zahra, lavate las manos antes de comer —dijo con tono suave.

Zahra tenía 6 años. Hija de Martin y de Amina, su esposa, una suiza que se convirtió al islam en 2025 por conveniencia —o supervivencia. Antes se llamaba Eliane, pero ese nombre fue derivado al registro histórico cerrado. Ahora solo existía en el recuerdo no verbal de su esposo.

—Papá, en la escuela me dijeron que si alguien me pregunta por Jesús, tengo que decir que es un profeta, no el hijo de Dios —dijo Zahra, masticando pan de dátiles.

Martin tragó saliva. Miró a Amina, que bajó la mirada. Sabía que en cualquier momento la casa podía estar siendo escuchada. Todas las viviendas venían con el Sistema de Armonía Doméstica (SAD): un módulo de IA que "optimizaba" la espiritualidad del hogar y alertaba a las autoridades si detectaba frases contrarias al consenso comunitario.

—Muy bien, Zahra —respondió Martin con una sonrisa programada—. Siempre es bueno repetir lo que nos enseñan.

Vida cotidiana bajo el régimen:

Nombres regulados: Los hijos solo podían llevar nombres aprobados por el Libro de Nombres Armónicos, una base de datos con raíces árabes. Zahra tenía un hermano mayor llamado Omar, y otro bebé en camino que ya estaba preinscripto como Khalid. Cualquier intento de inscribir un nombre fuera de esa lista bloqueaba automáticamente el acceso al subsidio de nacimiento.

Vestimenta: Amina vestía el hijab smart, obligatorio para madres con hijos escolarizados. Este pañuelo digital mostraba frases de sabiduría coránica que se actualizaban por Bluetooth según la zona donde caminara. Si lo olvidaba, su hijo era suspendido de clases por "entorno doméstico inadecuado".

Educación: Zahra asistía al Centro de Formación para la Unidad Espiritual (CFUE), donde se enseñaba exclusivamente en árabe y francés simplificado. Había una sola canción autorizada para cantar en recreos:
"Somos Uno, venimos del mismo sol / Shukran por la paz, alhamdulillah."

Ocio: Las películas estaban filtradas por el Comité Visual de Rectitud. No existían los superhéroes occidentales. Las bibliotecas caseras debían ser registradas, y las visitas escolares incluían escaneos ambientales para detectar material "no alineado".

Una grieta emocional:

Esa noche, mientras Amina dormía con el bebé, Martin revisó su terminal vieja —un aparato clandestino con acceso al Internet B, una red paralela que apenas sobrevivía en algunas regiones. Encontró un PDF que contenía el poema "Liberté" de Paul Éluard.

Lo leyó en voz baja.

Zahra, despierta sin que él lo supiera, lo observaba desde el pasillo.

—Papá... ¿qué es "liberté"?

Martin sintió un escalofrío. Se giró.

—Una palabra vieja, mi amor. De esas que ya nadie dice. Como los cuentos de dragones.

—¿Eran de mentira?

Martin sonrió.
—No todos.

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