Hilo de venganza

Capítulo 04

04.

El lugar es un completo caos.

Me levanto del suelo viendo a la gente correr de forma terrorífica. Los años en la milicia se fueron a la mierda con el sólo hecho de sentir el cañón de la rubia apuntando directamente hacia mí.

¿Sabe que estoy aquí? —entrecierro los ojos pensando apenas.

Alan se arrastra hasta recargar la espalda en la parte baja de su auto. Mike no tuvo que hacer uso de su arma porque apenas el objetivo cayó al suelo los verdugos fugaron dejando a todos al borde de la locura.

Me acerco a mi amigo que respira apresuradamente.

—Tienes que calmarte —me pongo en cuclillas— se han marchado.

—¡Jo! ¡Jo! —el grito de mi nombre me hace poner en pie.

—¡Estoy aquí! —le grito a Eliah, que trata de avanzar entre la multitud que corre hacia todas las direcciones sin un plan.

—¿Están bien? —mira a Alan que aún sigue preso del pánico— tenemos que irnos.

Asiento y le ayudo a levantar a Alan.

—¿Vienes con nosotros? —le pregunto a Mike.

Niega.

—Váyanse, debo llamar a alguien.

—De acuerdo.

Dejamos a Alan en el asiento trasero de su auto.

—¿Quién es? —pregunta Eliah.

—Nadie, vámonos.

***

CARRERAS ILEGALES DESATAN MUERTE EN CHELSEA.

Ese es en resumen el tema que ha acaparado los medios en los últimos días.

Sangre ha sido derramada en nuestra ciudad —habla la conductora— Aiko Minami, hijo de un reconocido empresario japonés fue asesinado de un disparo durante una de las carreras ilegales que amenazan nuestra ciudad. Al parecer, un enfrentamiento entre los competidores ocasionó una pelea que dejó sin vida al hijo del empresario. Aún se desconoce el nombre del verdugo que en un debate por el título “del más veloz”, ha dejado devastada a una familia.

¿De qué carajos están hablando?

Ante esto los ciudadanos nos seguimos preguntando: ¿Qué hacen nuestras autoridades al respecto? Para nadie es un secreto que estas carreras a muerte llevan desarrollándose desde hace mucho tiempo y que ningún dirigente se ha pronunciado sobre el tema…

—¿Es una lástima verdad? —La voz me distrae y dejo de mirar el televisor del restaurante.

—¿Qué quieres ahora?

Se sienta a mi lado y suelta un folder amarillo frente a mi café.

—Ábrelo —ordena señalando con el índice.

Halo el folder y al abrirlo lo primero que veo es una foto de una rubia algo corpulenta.

Giro hacia él.

—¿Cómo…?

—Fue la que te destruyó la moto ¿verdad? —observa la fotografía—. Su nombre es Helena Müller.

—¿Eso es alemán?

—Así es.

Leo la siguiente hoja, la de los antecedentes.

—¿Limpia?

Miro a Mike y medio sonríe.

—Estuvo involucrada en dos asesinatos —comenta mientras se acomoda en su sitio—, misteriosamente las únicas pruebas que eran unas grabaciones de cámaras de seguridad desaparecieron o se “dañaron” —dibuja las comillas con sus dedos—. También ha tenido acusaciones de peleas callejeras durante su adolescencia pero extrañamente nunca fue sancionada por eso.

—¿Sucedió igual con este último?

Asiente.

Observo cada detalle de las fichas. Antecedentes de Helena Müller de 25 años. Hay declaraciones de una que otra persona señalándole como posible criminal, pero ningún testimonio fue suficiente para llevarla a prisión.

—Quiero saber por qué me cuentas esto —levanto la carpeta.

Se encoge de hombros.

—Supuse que querías vengarte después de lo que le hizo a tu motocicleta.

—Si los videos de seguridad siempre desaparecen —pienso y me toco la frente con el índice— ¿cómo supiste que fue ella la que hizo trizas mi motocicleta?

Parece pensarlo.

—Tengo mis métodos —se le dibuja una leve sonrisa por lo bajo.

—¿Si tú viste que fue ella quien le disparó a Aiko por qué no lo dices? —suelto la carpeta sobre la mesa.

—El primer hombre que asesinó Helena fue Abel Soares, un empresario portugués de cincuenta y siete años —pasa a otra página del folder donde hay la foto de un hombre con bigote y papada—. La familia de Soares actuó inmediatamente y un detective siguió ese caso. Un mes más tarde la familia de Soares quedó en bancarrota y el detective estaba siendo velado.

—Y todo esto era por mi motocicleta ¿verdad? —regreso a mirarlo.

—Tengo el ligero presentimiento de que tú sabes algo que yo debería saber —suelta.

—Pierdes tu tiempo —devuelvo la mirada al folder sin observar nada en específico.

Le escucho reír ligeramente.




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