Hilo Rojo

1

Kathleen

Mientras mis ojos exploran el mundo fuera de la ventana me pregunto cuánto tiempo más tendré que estar encerrada.

Sé que esto no es un castigo, sé que estoy aquí para sanar y prepararme para poder regresar a mi vida normal, pero me parece injusto que yo tenga estar encerrada aquí mientras Devon...

Las imágenes que pasan por mi mente son horribles, tengo que abrazarme a mí misma y respirar profundo varias veces para evitar echarme a llorar.

Es obvio que no estoy lista para salir, es por eso que trato de convencerme de que esto es lo que realmente necesito.

En la clínica no se está tan mal de cualquier manera. La gente aquí dentro es amable conmigo, sobretodo los enfermeros, quienes no me presionan para hablar nunca si no quiero hacerlo.

Si, no importa que tenga que pasarme la mayoría del tiempo encerrada en mi habitación, recostada sobre una incómoda cama entreteniendome solamente contando hasta mil, aquí no se está tan mal.

Escucho unos golpes en el metal de la puerta y después veo aparecer la cabeza de Kurt, uno de los enfermeros, asomándose a la habitación.

  —¿Cómo está mi paciente favorita?—Kurt entra empujando un carrito de servicio color blanco, en la charola superior hay un plato con verduras hervidas que luce igual de apetitoso que un pedazo de carne con moho, a su lado, sin un mejor aspecto, hay una gelatina verde claro y un jugo transparentoso que, a pesar de llevar una etiqueta con la palabra manzana pegada en el frente, dudo mucho que realmente sepa a eso.

  —Si ésta es la comida de tu paciente favorita, no puedo imaginarme qué es lo que comen los pacientes que odias.

  —Vamos, no sabe mal—Kurt sonríe realmente feliz de que hoy esté con ánimos de hablar—, además el doctor dijo que tenías que empezar de a poco para saber si tu estómago iba a soportar los alimentos sólidos.

  —Y lo entiendo, pero ¿por qué la comida tiene que lucir tan...?

  —¿Saludable?

  —Poco apetitosa.

Kurt se ríe abiertamente de mi comentario haciendo que algunas arrugas aparezcan cerca de sus ojos grises.

Es la primera vez que me permito evaluarlo realmente y me doy cuenta de que es más joven de lo que creí, debe estar alrededor de los veintiocho años o algo así. Sus rizos rojizos están un poco desordenados sobre su cabeza, pero no son lo suficientemente largos como para llegar a caer por su frente.

  —¿Va todo bien?—pregunta cuando al fin nota que me he quedado observándolo más de la cuenta.

Aparto la mirada con una velocidad igual de rápida que alguien que siente el calor de un fósforo encendido apunto de hacer contacto con su piel.

  —Si, lo lamento, he pasado tanto tiempo lejos de la civilización que he olvidado cómo comportarme cerca de las personas.

Kurt niega divertido con la cabeza antes de agacharse para tener un mejor acceso a la charola inferior del carrito, la cual está llena de pastillas con frascos que varían de color según el tipo de medicina.

Toma dos frascos y saca una píldora de cada uno dejándolas caer en un contenedor de plástico transparente que pone junto al jugo.

  —Ya sabes qué hacer, Kath, hasta el fondo.

Arrugo la nariz tratando de que no se me note la desconfianza, pero fracasando rotundamente en el intento. Soy completamente consciente de que son solo los medicamentos normales que cualquiera tomaría después de una cirugía, aún así no puedo evitar pensar mal cada que tengo que tomarlos.

Abro el jugo con las manos temblorosas, sé que Kurt lo nota por la forma en la que sus labios se tuercen en una mueca, aunque mantiene sus pensamientos solo para él.

Tomo las pastillas de un solo trago y sin pensarlo demasiado porque si lo hiciera de otra manera, terminaría rechazandolas haciendo las cosas más complicadas.

  —La doctora Gabriellson vendrá más tarde—las palabras abandonan su boca con cautela, sus ojos estudian mi reacción, como si estuviera esperando que me pusiera a gritar o algo parecido.

  —Vale—murmuro concentrada en atrapar un trozo de zanahoria que no para de resbalarse de mi cuchara a causa de mi pulso.

  —Por eso eres mi paciente favorita, siempre puedo contar con que no me lanzaras la gelatina a la cabeza.

  —Yo no apostaría por ello—sonrío de lado divertida.

  —Te dejaré la charola, trata de terminarte todo, ¿si?

Asiento con la boca llena y Kurt sale de la habitación llevándose el carrito con él.

No hay fuerza humana que vaya hacerme tragar toda esta porquería, pero tampoco quiero morirme de hambre, así que escojo unas cuantas verduras y me como la mitad de la gelatina antes de alejar la charola lo más que puedo de mí.

La doctora Gabriellson llega una media hora después con su habitual bata blanca y su cabello negro trenzado sobre uno de sus hombros. En uno de sus brazos lleva su libreta de notas y su pluma dorada de siempre, en el otro lleva una maleta negra que parece algo pesada. Sus lentes de pasta gruesa se resbalan un poco por el puente de su nariz haciéndola lucir totalmente cómica.

  —No terminaste tu comida—comenta recargando la maleta sobre la pared junto a la puerta—, ¿falta de hambre?

  —No, simplemente no sabe bueno.

  —Tienes que comer, Kathleen, no queremos agregar desnutrición a tu expediente.

  —Intentaré terminarme todo mañana.

  —Eso dijiste ayer.

  —Bueno, pues si lo intenté.

Ella acomoda sus lentes y se sienta en la única silla que hay en la habitación, yo la observo desde la cama atentamente.

  —¿Has recordado algo más?—niego suavemente con la cabeza—, bueno, ¿podrías repetirme lo que sí recuerdas?

Es un ejercicio que hacemos cada semana. La doctora Gabriellson dice que es para comprobar que no cambie mi historia, porque eso significaría que algo va mal con mi memoria.



#2666 en Novela romántica
#887 en Chick lit

En el texto hay: misterio, accion, amor

Editado: 11.02.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.