Caleb
Mi madre cierra la puerta de la casa con un poco más de fuerza de la necesaria haciendo que cierre los ojos en un pobre intento de contener mis comentarios para mí mismo.
Puedo decir que funciona, pero no por cuánto tiempo podrá hacerlo.
—Van a volverme loca—se sienta en el sofá junto a mí masajeando su cabeza—, en Chicago al menos me trataban como a una persona normal, aquí parece que ni siquiera soy de la misma especie.
—Quieren intimidarte, fue lo mismo cuando llegamos a Chicago y encontraste la forma de manejarlos—mi mirada regresa al televisor.
Ni siquiera sé que demonios se supone que estaba viendo antes de que mi madre entrara tan abruptamente, pero parece ser un documental muy aburrido sobre algún animal extraño del océano.
Reviso mi celular, pero no hay nada.
Hace media hora que tendría que haber recibido algún mensaje para saber lo que tengo que hacer, sin embargo, mi bandeja de entrada sigue vacía.
—¿Por qué no ordenamos algo para comer? no creo poder cocinar algo decente, estoy demasiado cansada.
Asiento distraídamente mientras ella se levanta para buscar el teléfono de casa.
Mi celular vibra y me apresuro a revisarlo.
"Sé que no quieres que se sepa lo que sucedió en Chicago, pero para que desaparezca tienes que hacer bien tu trabajo.
Asegúrate de que cambié su versión de los hechos, convéncela de que lo que recuerda no es real"
Suspiro.
Técnicamente esto cuenta como chantaje y podría ir a la policía ahora mismo para acabar con esto, pero entonces me preguntarian sobre lo que pasó en Chicago.
Y no puedo hablar sobre eso porque no recuerdo lo que sucedió ese día.
Es irónico que la única persona que podría comprenderme, es la misma a la que tengo que engañar para poder vivir tranquilo.
Kathleen Church.
Casi no la reconocí cuando la ví esta mañana, ahora entiendo cuando la gente dice que la adolescencia puede hacer maravillas.
Además de las notorias ojeras debajo de sus ojos grises, no hay nada más que entorpezca sus facciones. Kath es muy bonita, demasiado como para pasar desapercibida, pero no lo suficiente para que no pueda caminar tranquilamente por los pasillos.
Cuando éramos pequeños estaba un poco enamorado de ella así que siempre intentaba huir porque me era demasiado vergonzoso admitirlo.
La única que alguna vez lo supo fue Christina, y cuando se lo dije... todo fue caos.
Teníamos dieciséis y yo estaba apunto de mudarme a Chicago. Christina me confesó que sentía algo por mí y cuando le dije que no podía corresponderla sus ojos se llenaron de lágrimas.
Ahí supe que la había perdido.
Ver a Kathleen de nuevo hizo que algo dentro de mí se sintiera renovado, las personas a su alrededor no siempre son conscientes de eso, pero tiene la capacidad de levantarle el ánimo a cualquiera.
Ella siempre fue más lista que las demás personas, algunas veces me hacía sentir que era incluso más inteligente que yo.
"¿Y si no quiero hacerlo?"
Mientras oprimo la tecla de enviar sé que me estoy arriesgado demasiado, pero de pronto siento que lo que piden es demasiado y no puedo hacerlo.
No a Kathleen.
"Todo el mundo lo sabrá, nos encargaremos de eso"
Lo pienso un segundo.
Kathleen pudo morir en ese accidente y a ese idiota ni siquiera le importó. No soy un gran fanático de la moralidad, pero aún tengo algunos valores en mí y me parece injusto que Devon Eads haya pasado el verano en California tomando el sol mientras Kathleen estaba encerrada en una clínica de sanación mental por su culpa.
"Pues que lo sepan, no voy a hacerlo"
No hay respuesta después de eso. Creo que acabo de condenarme, lo curioso es que siempre pensé que cuando al fin lo hiciera sería un poco más... dramático.
Escucho la voz de mi madre desde la cocina y algo llama mi atención. No está ordenando algo, está hablando con alguien, y por la familiaridad de su tono de voz, sé exactamente con quién.
—Ahí estaremos, muchas gracias—me pongo de pie enseguida y voy hasta ahí—, eran los Church, quieren que cenemos con ellos hoy—deja salir el aire de sus pulmones y revisa el reloj de pulso en su muñeca—, tenemos veinte minutos, sabes que suelen ser muy puntuales con esas cosas.
La veo dirigirse a su bolso para sacar las llaves del auto y después la sigo hasta el vehículo.
Esta es una buena oportunidad para hablar con Kathleen. Creo que debo decirle lo que los Eads están planeando, al menos así estará preparada para el inicio de esta guerra.
Mi cerebro me recuerda que Christina estará ahí también y en automático siento que no es buena idea, pero es demasiado tarde, porque mamá toma el atajo hasta la casa de los Church y en menos de diez minutos estamos frente a su pórtico.
Lyle Holt abre la puerta.
Él también ha sufrido algunos cambios, pero mi repulsión por él sigue demasiado latente en mi pecho como para hacer algún cumplido sobre su apariencia.
Aún recuerdo que Lyle solía estar detrás de Kathleen todo el tiempo igual que un perrito faldero, era realmente molesto.
Y no son los celos hablando por mí.
—Hola, bienvenidos, los señores Church están sirviendo los platos, así que me ofrecí a abrir la puerta—sonríe de forma amigable logrando que quiera romperle su estúpida cara de niño bueno—, es un gusto tenerlos de vuelta en Mirfield, de verdad.
Se hace un lado para que podamos pasar.
Le dirijo mi mejor mirada de fastidiado mientras sigo a mi madre hasta el comedor.
—¡Christina!—la mencionada mira a mi madre con la sonrisa más radiante que he visto en mucho tiempo—, estás hermosa—la abraza y su atención enseguida cae en la otra persona en la habitación—, ¡Kathleen!—ella sonríe en respuesta luciendo más natural y definitivamente más bonita—, ha pasado tanto tiempo, siento que son personas completamente diferentes.