El callejón quedó envuelto en un silencio pesado, interrumpido solo por el goteo de la lluvia que caía desde los techos oxidados de Lúmina. Aria intentaba recuperar el aliento mientras sus hilos, aún vibrando por la adrenalina, se enredaban en sus dedos, formando destellos dorados y plateados que iluminaban la humedad de las paredes.
Kael observaba los restos de la criatura desintegrada, la mirada dura, el ceño fruncido. Sus manos aún chispeaban con la energía que había utilizado para crear la barrera, y la respiración se le entrecortaba por la tensión acumulada.
—No deberías poder hacer eso —dijo finalmente, su voz baja y grave, como un cuchillo que corta el aire—. No solo por el Consejo… sino por la magnitud de lo que puedes provocar.
Aria apartó la vista, sintiendo cómo el hilo entre ellos vibraba suavemente, un recordatorio silencioso de que Kael sentía lo mismo que ella, aunque ninguno se atreviera a nombrarlo.
—Tampoco tú deberías ver los hilos —respondió, su voz un susurro que apenas atravesó la distancia entre ellos—. Esto… esto no es normal.
Kael entrecerró los ojos, analizando cada movimiento de Aria. Sabía lo que significaba que alguien pudiera manipular los hilos: una herejía que podía desestabilizar la ciudad, o incluso romper el Velo. Y sin embargo, ahí estaba, su corazón latiendo más rápido, su mente confusa por la conexión inesperada con aquella chica que debía capturar.
—¿Quién eres? —preguntó él, tratando de mantener la compostura, aunque su voz traicionaba una inquietud que no podía ocultar.
—Nadie que quieras conocer —respondió Aria, tensa, los ojos evitando los suyos mientras sus dedos manipulaban los hilos, sintiendo cada pulso de energía a su alrededor.
Kael dio un paso adelante y colocó su barrera frente a la salida del callejón, bloqueando su camino.
—Las criaturas no deberían estar atacando aquí —dijo con voz baja—. Algo está cortando vínculos. Tú puedes verlo, ¿verdad?
Aria asintió, su corazón latiendo con fuerza. La lluvia sobre su capucha parecía tamborilear a su ritmo, cada gota un recordatorio de la urgencia.
—El Consejo me busca. Puedo ver los hilos… y puedo alterarlos.
Kael permaneció inmóvil, procesando la información. Manipular vínculos era una herejía peligrosa, y cualquier paso en falso podía matarla.
—Si te encuentran —dijo con voz baja, casi un murmullo—, no sobrevivirás.
Aria lo miró, sintiendo un miedo que no había sentido desde que descubrió su poder, mezclado con algo nuevo: la sensación de que ese hombre a su lado podría ser más que un enemigo.
—¿Me entregarás? —preguntó, la voz temblando apenas, un hilo de esperanza y desafío entrelazados.
El hilo entre ellos vibró suavemente, como si su destino estuviera protestando ante la posibilidad de separarlos.
—No esta noche —dijo Kael, firme, aunque sus ojos reflejaban algo que ni él mismo podía nombrar.
Un estruendo sacudió la avenida cercana. Aria sintió decenas de hilos rompiéndose al mismo tiempo: cada ruptura era un latido de desesperación que la obligó a tambalearse. Kael la sostuvo con firmeza, su calor transmitiéndole seguridad y fuerza.
—Necesito tu ayuda —dijo él, sus ojos buscando los de ella, implorando una confianza que todavía no se había ganado.
Aria dudó, sintiendo la atracción de ese hilo recién nacido, pero también el miedo a perderlo todo. Finalmente, exhaló un suspiro tembloroso.
—Está bien… después de esto desapareceré.
—Primero sobrevivamos —respondió Kael, y por un instante, su tono se suavizó, un susurro compartido entre los ecos del callejón.
Desde un tejado cercano, una figura cubierta por una capa oscura observaba la escena, los ojos brillando con intención.
—La Tejedora ha despertado —susurró—. El Velo comenzará a romperse muy pronto.
El viento arrastró las palabras hasta Aria y Kael, aunque ninguno pudo comprenderlas del todo. Lo único que sabían era que el peligro estaba más cerca de lo que jamás habían imaginado, y que sus vidas, de algún modo, acababan de entrelazarse para siempre.