La torre central del Consejo Arcano se alzaba como un faro de autoridad sobre Lúmina, sus muros de cristal y metal reluciendo bajo la lluvia que comenzaba de nuevo. Desde allí, los Archones observaban la ciudad como si cada calle, cada sombra, estuviera bajo su control. Pero algo estaba cambiando. Las criaturas oscuras habían aparecido con frecuencia inusual, y los informes de hilos rotos llegaban sin cesar.
—Una Tejedora ha intervenido —dijo el Archon Varyn, la voz resonando en la sala de deliberaciones—. El Velo se ha debilitado. El equilibrio peligra.
—¿Y Kael Rennor? —preguntó una consejera, la mirada dura y calculadora—. Lo enviamos a capturarla.
Varyn entrecerró los ojos, la tensión reflejada en cada línea de su rostro.
—No ha informado de su misión. Eso solo significa dos cosas: ha fallado… o ha elegido protegerla.
El silencio se volvió insoportable, como si la misma sala contuviera la respiración de todos los presentes.
—En ambos casos, debemos actuar —sentenció otra voz, firme, sin lugar a dudas.
Mientras tanto, en los suburbios de la ciudad, Aria y Kael descansaban en un pequeño apartamento abandonado, su refugio temporal. Las paredes húmedas y los muebles viejos eran apenas un refugio, pero allí podían respirar sin que los hilos de la ciudad los estrangularan.
—Dijiste que los hilos oscuros no deberían existir —dijo Kael, apoyado en la ventana, observando los charcos iluminados por los neones—.
Aria asintió, los dedos jugando inconscientemente con un hilo dorado que vibraba entre sus manos.
—Los hilos reflejan emociones humanas —explicó—. La oscuridad pura no nace del corazón… a menos que alguien esté manipulando los vínculos.
Kael frunció el ceño.
—¿Crees que alguien está creando esas criaturas?
—No solo eso —dijo Aria, girándose hacia él—. Intentan romper el Velo.
Él apretó los puños, la tensión recorriéndole cada músculo.
—El Consejo sospecha de ti. No tardarán en rastrearnos.
Aria lo miró, la mirada firme pero cargada de temor:
—Puedo irme. No tienes que cargar con esto.
Kael la sujetó del brazo, sus ojos buscando los de ella con intensidad.
—No voy a dejar que te enfrentes a esto sola.
El silencio que siguió estuvo cargado de emociones que ninguno se atrevía a nombrar. El hilo entre ellos vibró suavemente, casi como un susurro de lo que podría ser. Pero la calma no duró. Un golpe seco sacudió la puerta, y una voz autoritaria retumbó:
—Kael Rennor. Por orden del Consejo Arcano, entrégate.
Kael se tensó, y Aria sintió que los hilos entre ellos se agitaban, reflejando su miedo y su determinación.
—Aria… corre —dijo él, pero ella negó con firmeza.
—No te dejaré —contestó, los ojos brillando de decisión y temor a la vez.
La puerta explotó, astillas volando por el aire y la luz de la tormenta iluminando la escena.