El apartamento donde se habían refugiado era oscuro, húmedo y lleno de muebles rotos y cajas apiladas. La lluvia golpeaba los cristales con fuerza, creando un ritmo irregular que hacía que el corazón de Aria latiera más rápido. Kael estaba frente a la ventana, con los hombros tensos, los puños apretados y la mirada fija en la calle, donde las sombras de los guardianes se acercaban lentamente.
—No lucharemos —dijo Kael, la voz baja pero firme, mientras levantaba su barrera de energía que chispeaba azul—. Déjenme hablar con el Archon.
El primero de los guardianes avanzó con paso decidido, la luz de su arma arcana iluminando el techo bajo de la habitación.
—Órdenes directas —dijo con voz firme—. Kael Rennor, estás acusado de traición.
El hilo entre Aria y Kael vibró con intensidad, reflejando su miedo y la conexión emocional que los unía más allá de la magia. Aria sabía que si intervenía, se expondría al Consejo, pero no podía permitir que lastimaran a Kael.
—No puedo dejarlos llevártelo —susurró, y sus manos comenzaron a brillar con hilos dorados que emergían y se enredaban alrededor de los guardianes.
Los hilos no eran simples cuerdas de luz: cada uno absorbía fragmentos de sus emociones, tensión y miedo, atándolos suavemente sin causarles daño. Los guardianes forcejearon, liberando ráfagas de energía que hicieron vibrar las paredes y levantaron polvo y pedazos de escombros del suelo.
Kael, aún sosteniendo su barrera, miró a Aria con desesperación y mezcla de orgullo y temor:
—Aria, no. Si atacas al Consejo, serás marcada de por vida.
—Ya lo estoy —contestó ella, con voz firme, mientras su corazón latía con fuerza—. No pienso perderte.
El hilo entre ambos brilló con una intensidad cálida y pulsante, iluminando la habitación y reflejando cada charco de agua que se filtraba desde las grietas de las paredes. Kael se acercó, sus manos temblando apenas al tocar los dedos de Aria.
—Entonces tenemos que descubrir quién está detrás de todo esto… antes de que ellos nos encuentren —dijo, y en sus ojos brillaba un fuego que mezclaba miedo, amor y determinación.
Un golpe seco resonó en la puerta, seguido de un zumbido eléctrico que indicaba que más guardianes se acercaban. Aria respiró hondo y entrelazó sus hilos con la energía de Kael, creando un escudo combinado que bloqueó la entrada y expandió la luz por toda la habitación.
—No durará mucho —murmuró Kael, mientras sus manos se movían con precisión, reforzando la barrera—. Tendremos que salir, y rápido.
—¿A dónde? —preguntó Aria, su respiración aún agitada, mientras sentía cómo el hilo entre ellos vibraba con urgencia.
—A un lugar donde podamos pensar… y planear nuestro siguiente movimiento —respondió Kael, girando para buscar rutas de escape por la ciudad. Su mirada se suavizó por un instante cuando encontró los ojos de Aria. Un hilo dorado y plateado se tensó entre ellos, reflejando un vínculo que iba más allá de la misión o la magia—. No te soltaré.
La lluvia golpeaba las ventanas con fuerza mientras los guardianes afuera comenzaban a reagruparse. Cada sombra proyectada en la calle parecía un aviso de peligro. Aria y Kael sabían que la única forma de sobrevivir era moverse juntos, confiar en su vínculo y enfrentarse a cualquier cosa que viniera.
—Prepárate —dijo Kael, mientras abría una ventana lateral y saltaba hacia el callejón—. No sé cuánto tiempo podremos mantenerlos a raya.
Aria lo siguió, los hilos dorados y plateados formando un torbellino que iluminaba su caída y protegía sus cuerpos de la humedad y el peligro. La ciudad estaba viva y amenazante, pero por primera vez, Aria sintió que no estaba sola.