La luz era tan intensa que, por un instante, Aria pensó que había muerto. Flotaba en un espacio sin forma, sin sonido… solo un océano de brillo dorado que pulsaba como un corazón inmenso. Su cuerpo parecía ligero, casi inexistente; cada parte de ella se sentía hecha de hilos luminosos suspendidos en una calma infinita. El silencio era tan perfecto que resultaba inquietante.
Luego, poco a poco, comenzó a sentirlo: calor. Un calor humano, real, familiar.
—Aria… —la voz atravesó la luz como una caricia—. Aria, vuelve…
La energía se sostuvo, vibró, y el mundo comenzó a reconstruirse a su alrededor. El horizonte de luz se plegó como pétalos, revelando un prado lumínico, un cielo teñido de colores imposibles y un río de energía pura serpenteando cerca. Abrió los ojos del todo.
Kael estaba arrodillado a su lado. Pero no era el Kael que ella recordaba momentos antes de caer. No el hombre que sangraba, que se desmoronaba en sus brazos mientras la Fuente absorbía su vida para salvarla. Este Kael… brillaba. Literalmente. Una suave aura plateada rodeaba su cuerpo, fundiéndose con el paisaje. Su piel tenía un matiz cálido, y sus ojos—antes oscuros, intensos, atormentados—ahora destellaban en tonalidades de azul y plata, como si reflejaran la Fuente Lúmina misma.
—Despierta, mi Tejedora —susurró Kael, con la voz quebrada entre alivio y emoción pura. Sus manos temblaban ligeramente mientras rozaban su mejilla—. Estoy aquí. Estoy contigo.
Aria llevó una mano a su rostro. Estaba caliente, vivo… real. Una oleada de emoción la golpeó con fuerza: alivio, incredulidad, amor. Y luego, miedo.
—Kael, tú… moriste. Te vi… —su voz se rompió en un sollozo—. Te vi desaparecer entre los hilos.
Kael sonrió, una sonrisa suave, casi nueva en él.
—Morí… un instante —admitió, apoyando su frente contra la de ella—. Pero la Fuente tenía otros planes. Nuestro vínculo tenía otros planes.
Aria cerró los ojos, dejando que una lágrima cayera. Los hilos emocionales entre ellos vibraron con más fuerza que nunca, envolviéndolos en una danza de oro y plata que flotaba alrededor de sus manos entrelazadas.
—Creí haberte perdido… —susurró ella, su voz temblorosa.
—Nunca. No mientras tú me recuerdes. No mientras nuestros hilos sigan existiendo —Kael tomó sus manos—. Me trajiste de vuelta. O… nos trajimos mutuamente.
Aria lo observó con detenimiento, sintiendo cómo su corazón se desbordaba. Kael ya no era solo un Guardián. No era humano… ni completamente mágico. Era algo intermedio, algo único. Algo que nunca había existido antes.
Cuando finalmente lograron ponerse de pie, el paisaje comenzó a cambiar de nuevo, envolviéndolos en una transición de luz. El prado luminoso se difuminó, transformándose en la imagen familiar—y profundamente distinta—de Lúmina. La ciudad respiraba. Eso fue lo primero que Aria sintió. Los edificios parecían vibrar con energía suave, las calles estaban cubiertas de reflejos mágicos flotando como motas de polvo brillante. Las luces de neón dejaron de ser solo tecnología; ahora eran hilos vivos que bailaban con la magia renovada.
Y sobre todo… los hilos. Estaban en todas partes, visibles incluso para las personas comunes. Hilos rosa pálido entre una pareja que reía mientras salía de un café. Hilos azul profundo entre una madre y su hijo. Hilos verdes, dorados, plateados… miles, decenas de miles, entrelazándose en un tapiz vibrante que ascendía hacia el cielo. Aria contuvo el aliento, sintiendo cómo su pecho se llenaba de esperanza.
—El mundo… puede verlos —dijo con asombro.
—Ya no hay Velo —explicó Kael a su lado—. No como antes. Lo que separaba la magia del mundo humano se transformó. Ahora fluye de manera natural. Como siempre debió ser.
El Consejo Arcano… Las criaturas del Velo… La corrupción… Todo había sido purificado, absorbido y reescrito por la Fuente.
Kael entrelazó sus dedos con los de ella.
—Lúmina no necesitaba ocultarse. Necesitaba sanar.
Aria respiró hondo. La energía del aire era dulce, suave, casi musical. Cada paso parecía resonar con una luz propia.
Pero incluso entre la luz, había sombras. Edificios destruidos por la batalla. Calles marcadas por el caos. Gente reunida, llorando por los que no regresaron. Aria sintió un nudo en el estómago.
—Deberíamos ayudarlos —murmuró—. Curar sus hilos… aliviar el dolor…
Kael la tomó del hombro.
—Lo haremos.
—¿Cuándo?
—Juntos. No tendrás que cargar con todo tú sola nunca más.
Aria levantó la mirada. Las pupilas de Kael brillaban con una ternura que la desarmó.
—Te amo —susurró ella sin pensarlo, sin contenerlo más.
Kael la miró como si esas palabras fueran la Fuente misma.
—Aria… —tomó su rostro entre sus manos—. Te amo desde mucho antes de entender lo que sentía. Desde el primer hilo. Desde el primer latido.
Se besaron. Fue un beso largo, profundo, lleno de emoción cruda. Los hilos a su alrededor estallaron en un resplandor cálido, envolviéndolos en un capullo de luz. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Solo ellos. Solo ese vínculo. Solo ese destino elegido.
Cuando se separaron, Aria vio venir un grupo de personas. No guardianes. No soldados. Civiles. Habitantes de Lúmina.
—Eres la Tejedora —dijo una niña con los ojos muy abiertos—. ¿Puedes ayudar a mi mamá? Está triste porque no encuentra a mi papá.
Aria se arrodilló para mirarla a la altura de los ojos.
—Haré todo lo que pueda.
La niña asintió, agarrando la mano de su madre. Kael observó la escena, con un brillo orgulloso en su expresión.
—El mundo te necesita, Aria.
—Nos necesita —corrigió ella—. Esto… este nuevo Lúmina… lo reconstruiremos juntos.
Kael entrelazó su mano con la de ella. Y los hilos vibraron, respondiendo a su promesa.
Al caer la noche, la ciudad estaba transformada en un mosaico de luces flotantes. La gente encendía pequeños orbes mágicos para recordar a los caídos, mientras celebraban la renovación del mundo. Aria y Kael se encontraron en la azotea más alta de la ciudad, donde podían ver todo Lúmina desplegado ante ellos como un océano brillante.
—¿Sabes qué es lo que más me asombra? —dijo ella.
—¿Qué?
—Que los hilos… no solo conectan personas. Conectan decisiones. Conectan futuros. Conectan mundos enteros.
Kael apoyó su frente contra la de ella.
—Y el nuestro… apenas comienza.
Aria sonrió, dejando que el viento le acariciara el rostro. Por primera vez en mucho tiempo, el mundo parecía lleno de posibilidades. Por primera vez… no había miedo. Solo luz. Solo magia. Solo amor.
Y así, bajo un cielo renacido, Aria Delwyn escribió el último registro de su travesía:
“Los hilos del destino no nos ataron. Nos eligieron.”