La energía de Lúmina se agitaba como un corazón recién despertado. La ciudad, ahora consciente de sus propios hilos, exhalaba un resplandor dorado que iluminaba cada callejón, cada torre y cada sombra. Los edificios antiguos parecían rejuvenecer, como si la magia hubiera tejido sobre sus paredes nuevas capas de vida. Las calles empedradas vibraban con murmullos que no pertenecían a voces humanas: era la resonancia de cientos, miles de hilos cruzándose entre sí.
Aria avanzaba con paso decidido, pero dentro de ella un torbellino de dudas giraba en silencio. El fenómeno de los hilos descontrolados crecía. A medida que el día avanzaba, los colores se intensificaban, como si la ciudad misma estuviera tratando de hablar con ellos… o advertirles de algo.
El aire estaba cargado con una electricidad suave pero constante. Los árboles que rodeaban la plaza se mecían sin viento alguno; sus hojas brillaban con tonos jade y esmeralda, teñidas por la magia que fluía desde el corazón mismo de Lúmina.
La joven recién llegada —la chica de los hilos plateados y dorados desbocados— seguía temblando, con la respiración acelerada, mientras intentaba mantener las manos juntas como si así pudiera contener la tormenta que brotaba de su cuerpo.
Aria la observaba con atención.
Su nombre era Narelle.
Y aunque nadie la conocía, sus hilos tenían una potencia que rivalizaba con la de cualquier Guardián.
Kael se aproximó lentamente, el resplandor de sus propios hilos contrastando con los de ella. Su voz fue grave, más solemne de lo habitual.
—Necesitas mantener la calma. Si tu corazón se acelera, tus hilos se expanden. Respira despacio. No estás sola aquí —dijo, con una calma que contrastaba con la tensión del ambiente.
Narelle negó con la cabeza, su cabello moviéndose como si una brisa invisible lo agitara.
—No entienden… —murmuró, con voz quebrada—. No es que no pueda controlarlos. Es que mis hilos… están despertando algo más. Algo que no debería despertar.
Una ráfaga de luz dorada estalló desde sus manos, golpeando el suelo con un sonido seco. Las piedras se agrietaron como si hubieran recibido un impacto físico, y los hilos cercanos se contrajeron como criaturas sensibles huyendo del peligro.
Aria no se movió. Su voz se mantuvo firme, incluso cuando el suelo vibró bajo sus pies.
—Entonces enséñanos. Si lo que llevas dentro te asusta, lo entenderemos juntos. No tienes que cargarlo sola —dijo, acercándose un paso más.
El ambiente cambió.
La luz de la ciudad se intensificó, ondulando como un mar vivo. Las sombras se plegaron como si escucharan, como si esperaran su siguiente movimiento.
Selia llegó corriendo desde el otro extremo de la plaza, con las esferas azuladas girando violentamente a su alrededor. Cada una destellaba de forma irregular, como si la misma ciudad estuviera perdiendo el ritmo.
—Aria, Kael —gritó, con el rostro tenso—. Hay más personas manifestando hilos inestables. Y no solo eso… Maelric siente un pulso mágico desde el bosque exterior. Uno que no había sentido desde hace décadas.
Eldan apareció detrás, apoyándose ligeramente en su bastón, respirando con dificultad.
—Esto no es un simple despertar —dijo, hundiendo la mirada en Narelle—. Esto… es una llamada.
Aria frunció el ceño.
Una llamada.
La palabra vibró en su mente como un eco antiguo.
Narelle dio un paso atrás, sus hilos reaccionando con desesperación.
—¡No! No digan eso… ¡No es una llamada! Es una advertencia. Una… una ruptura —sus ojos se llenaron de lágrimas, no de miedo, sino de una profunda pena—. Los hilos del destino no deberían temblar así. No a menos que algo esté tratando de atravesarlos.
Un silencio pesado cayó sobre todos, como un manto que apagó incluso la luz del aire.
Kael observó a su alrededor. Los ciudadanos avanzaban entre sus propios hilos, algunos con expresiones de maravilla, otros con terror. Las vibraciones se intensificaban, y cada pequeño destello parecía anunciar algo invisible acechando en los límites.
—Aria —dijo Kael, con la voz más baja pero cargada de un peso inquietante—. Si hay algo intentando romper los hilos del destino… no sabemos qué tan profundo puede llegar. O qué puede despertar.
Aria sintió un escalofrío recorrerle la columna.
No era miedo, sino una conciencia repentina de la magnitud de lo que enfrentaban.
Miró a Narelle. La joven respiraba con dificultad, pero la expresión en su rostro había cambiado. Ya no era solo desesperación: había una determinación severa, como alguien que había cargado con un secreto demasiado grande durante demasiado tiempo.
—Si viene algo desde afuera… —dijo ella, alzando la vista—. Entonces deben saberlo antes de que sea tarde. La ruptura no es nueva. No es reciente. Comenzó hace años… cuando uno de ustedes alteró su propio hilo.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, vibrando como una cuerda tensada a punto de romperse.
Aria sintió la sangre helarse.
Kael abrió los ojos con incredulidad.
Selia dejó caer una de sus esferas, que se apagó al tocar el suelo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Aria lentamente, con un tono que ocultaba su creciente ansiedad—. ¿Quién alteró qué hilo?
Narelle tragó saliva, temblando.
Sus hilos se tensaron.
El aire se iluminó.
—Uno de ustedes cambió su destino para salvar una vida —susurró—. Y esa alteración… inició la grieta.
El silencio que siguió fue más fuerte que cualquier explosión.
La ciudad entera pareció contener el aliento.
Aria retrocedió un paso, sin querer, como si el peso de esas palabras hubiera golpeado directamente su pecho.
Kael apretó los puños.
Eldan cerró los ojos lentamente.
Selia dejó escapar un susurro apenas audible.
—Entonces… la ruptura está entre nosotros.
Una vibración recorrió la ciudad, mucho más fuerte que antes. Los hilos temblaron como cuerdas en una tormenta. Una sombra cruzó el cielo, no una figura, sino una distorsión, un parpadeo que no pertenecía a este mundo.
Aria miró hacia arriba.
Y por primera vez… sintió miedo de verdad.