La noche había caído sobre Lúmina como un manto de cristales rotos. El cielo, aún inestable tras la restauración, brillaba con fragmentos de luz suspendidos entre nubes rasgadas, como si el firmamento tratara de recordar cómo se veía antes de que la Fuente reescribiera su propio corazón.
Las calles, normalmente vivas con los tonos cálidos de los hilos visibles, parecían apagadas. No en ausencia de luz, sino en espíritu. Algo había cambiado. Algo respiraba entre los muros de piedra luminosa y los tejados impregnados de magia.
Y Aria lo sentía.
No con los ojos.
No con los hilos.
Con el pecho.
Una punzada, un susurro invisible que no provenía del mundo, sino de dentro de ella.
El eco de una alteración. Raven se adelantó unos pasos mientras analizaba el aire con sus sentidos híbridos. Su figura recortada por el resplandor violáceo de los faroles parecía la de un depredador en territorio desconocido. Cada sombra la hacía tensarse. Cada vibración la hacía girar la cabeza con desconfianza.
—El aire está extraño… —murmuró—. Como si una fuerza estuviera respirando donde no debería.
Kael, a un par de metros detrás, no respondía. Sus ojos plateados analizaban los hilos de la ciudad, algo que Aria apenas comprendía todavía: la manera en que su percepción mezclada entre humano, guardián y renacido lo hacía ver más de lo que cualquiera podía soportar sin quebrarse.
Y él estaba viendo demasiado.
Demasiado y no suficiente.
Aria lo observó. Había tensión en su mandíbula, firmeza en sus hombros; pero más allá de su postura y su aura siempre imponente, Kael parecía cansado. No físicamente… sino emocionalmente. Como si estuviera intentando sujetar algo que se le escapaba entre los dedos.
Ella lo llamó en voz baja:
—Kael…
Él la escuchó, pero tardó en reaccionar. Sus ojos siguieron un hilo que se retorcía sobre los edificios, como una serpiente espectral escapando de su agarre.
—Ese hilo… —susurró él finalmente.
Su voz estaba vacía, rota por dentro.
Raven frunció el ceño.
—¿Qué tiene? No veo ninguna corrupción.
—No es corrupción —dijo Aria, sintiendo cómo el aire se volvía pesado a su alrededor—. Es… otra cosa.
Era oscuro, sí, pero no con el tipo de oscuridad que ella había enfrentado antes.
No era hostil.
No era viva.
No era nada.
Era un hilo sin destino.
Un hilo que nunca debió existir.
Kael lo siguió con la mirada, como si tratara de descifrar un enigma demasiado antiguo, demasiado doloroso para pronunciarlo. Su aura plateada se agitó, revelando una inquietud profunda.
—Ese hilo… —repitió con voz baja—. No sigue ninguna ley de la Fuente. No pertenece a nadie. Ni siquiera responde al tejido del mundo.
Aria dio un paso hacia él.
Su mano tembló, pero la extendió.
Kael tomó su palma sin necesidad de que ella se lo pidiera.
Al hacerlo, los hilos entre ambos vibraron, más tensos que de costumbre.
Raven habló con voz casi inaudible:
—Esa cosa… no debería existir. ¿Quién podría crear algo así?
Aria tragó saliva. El nombre se formó en su mente, como un dolor antiguo despertando.
Pero no lo dijo.
No todavía.
Porque una parte de ella lo sabía desde el momento en que el hilo apareció.
Desde el instante en que su corazón comenzó a doler sin explicación alguna.
Eldan.
El único capaz de alterar el destino sin ser visto.
El único que había sobrevivido a la restauración de la Fuente sin que su hilo se quebrara.
El único que caminaba entre sombras que ni Aria ni Kael podían tocar.
El único que siempre había estado un paso adelante.
El viento sopló con más fuerza, arrastrando chispas de luz por las calles desiertas. Las farolas titilaron como si temieran ser apagadas por una mano invisible.
Aria apretó la mano de Kael.
—No estamos solos —murmuró.
Kael cerró los ojos.
Y cuando los abrió, no había duda en ellos.
Ni miedo.
Ni confusión.
Había reconocimiento.
—No —dijo, con la voz firme como una sentencia—. No desde hace tiempo.
Aria sintió cómo su corazón se curvaba en un nudo.
No era terror.
No era siquiera sorpresa.
Era traición.
Una traición que aún no entendía.
Raven se tensó, como si todo su cuerpo estuviera listo para atacar.
—¿Quién está jugando con los hilos? Dímelo ya.
Aria respiró hondo, mirando el hilo oscuro elevarse hasta perderse en el cielo fragmentado.
Y con un susurro que apenas logró pronunciar…
—Eldan.
El nombre cayó pesado sobre la ciudad.
Los hilos del mundo vibraron.
Una sombra en algún lugar de Lúmina sonrió.
Y el destino comenzó a retorcerse.
Continuará…