La noche había caído sobre Lúmina como un manto espeso. El cielo, antes vibrante tras la restauración, ahora estaba cubierto por nubes rasgadas y oscuras, reflejando solo fragmentos de luz de los hilos que aún vibraban en las calles. Los edificios resplandecían con un brillo tenue, pero había algo en la ciudad que hacía que cada sombra pareciera respirar por sí misma. Las farolas flotantes parpadeaban con lentitud, como si dudaran en iluminar lo suficiente para no revelar lo que se escondía entre los callejones.
Aria avanzaba con cautela, su corazón latiendo con fuerza. Los hilos del mundo a su alrededor vibraban de manera irregular, como si sintieran miedo. Cada calle parecía diferente, como si los ecos de la ciudad misma contaran historias de advertencia. Cada paso que daba sobre las calles translúcidas hacía que un estremecimiento recorriera su espalda. Sabía que algo había cambiado, algo más profundo que los hilos descontrolados de la noche anterior.
Kael caminaba a su lado, tenso y silencioso. Su aura plateada se agitaba con destellos irregulares, y aunque su rostro mostraba calma, Aria percibía la inquietud que intentaba ocultar. Por primera vez desde su renacimiento, Kael parecía vulnerable, consciente de que la ciudad estaba siendo observada por algo que ninguno de los dos podía controlar.
—Aria —dijo finalmente, en un susurro grave—. Hay grietas en los hilos de la ciudad. Lugares donde la gente se comporta de manera extraña, donde los recuerdos se sienten distorsionados, donde los hilos tiemblan sin causa aparente.
Ella asintió, sintiendo el peso de sus palabras. Podía percibir esas grietas, pequeñas pero profundas, donde la armonía de Lúmina comenzaba a ceder. No eran físicas, no podían tocarse, pero podían sentirse. Eran desgarros invisibles en el tejido de la ciudad y, lo peor, algo los estaba alimentando desde algún lugar desconocido.
Raven apareció desde un callejón lateral, con las sombras acentuando la tensión de su postura. Su mirada era más seria que nunca, sus ojos reflejaban la misma preocupación que Aria sentía.
—Los registros de la ciudad muestran patrones extraños —dijo—. La gente asegura escuchar voces en calles vacías, ver figuras que no deberían estar ahí, sentir que alguien los observa desde las sombras. Algunos hilos se mueven sin razón aparente.
Kael cerró los ojos un momento, absorbiendo cada dato.
—Eso no es normal —dijo finalmente—. No es magia residual ni alteración común de hilos. Esto es… otra cosa.
Aria sabía lo que él estaba pensando, aunque ninguno de los dos lo dijera en voz alta. Eldan.
No había señales visibles de él, no había confrontación, ni amenaza directa, ni daño físico. Pero su influencia estaba ahí, filtrada entre los hilos, moviéndose con precisión y cautela. Nadie podía detectarla completamente, pero todos podían sentir la perturbación que causaba.
Kael respiró hondo y continuó:
—No es un hilo aislado. Eldan está manipulando un destino completo, uno que no pertenece a nadie y que nunca debió existir.
Aria sintió que el aire se volvía más pesado, que los hilos a su alrededor se tensaban y temblaban. Un destino huérfano podía absorber otros destinos, deshacer decisiones, borrar recuerdos, alterar vidas. Lo más inquietante era que Eldan lo había hecho sin dejar rastros. Nada parecía alterado y nadie había resultado herido. Eso era lo que lo hacía aterrador: podía mover el mundo desde las sombras, sin que nadie pudiera detenerlo.
Raven permaneció en silencio, absorbiendo la magnitud de la amenaza. Ni Aria ni Kael podían enfrentarlo directamente, solo percibirlo y anticipar sus movimientos. Cada paso que daban por la ciudad parecía retorcer los hilos de la realidad, y cada decisión era vital.
Aria apretó la mano de Kael. La ciudad misma parecía contener la respiración junto con ellos. Los hilos vibraban con inquietud, las sombras se alargaban y los faroles titilaban como si supieran que algo oscuro se movía más allá de la percepción de los humanos.
Y en algún lugar, oculto entre los pliegues de Lúmina, Eldan los observaba. No como enemigo declarado, ni como aliado. Solo los observaba, midiendo, probando, moviendo hilos invisibles con un propósito que ninguno de ellos podía comprender.
La incertidumbre era más aterradora que cualquier enfrentamiento directo. Aria y Kael lo sabían: no podían atacar lo que no podían ver. Solo podían prepararse, vigilar cada signo, cada vibración, cada hilo.
Aria respiró profundo, intentando calmar la tensión que le quemaba los pulmones. No había certezas, no había aliados claros. Solo la ciudad, los hilos y un enemigo cuya verdadera intención seguía siendo un enigma.
Y mientras la noche envolvía Lúmina con su manto oscuro, los hilos de la ciudad temblaron de manera inquietante. La sombra de Eldan se movía entre ellos, invisible, silenciosa, y el destino de todos parecía depender de un hilo que aún nadie podía tocar.
Continuará…