El rugido que retumbó fuera del refugio abrió grietas en las paredes debilitadas.
La vibración recorrió el capullo que envolvía a Raven, haciéndolo reaccionar con un espasmo que heló la sangre de todos.
Tharen lo sujetó más fuerte, casi con desesperación.
—No… no reacciones ahora, por favor…
Kael tensó la mandíbula.
—¡Se acerca otra vez!
La criatura atravesó la línea de árboles con tal fuerza que arrancó las raíces y las lanzó hacia el aire. Era distinta a las anteriores. Mucho más grande. Más deforme. Más consciente.
Sus ojos no buscaban al grupo.
Buscaban solo a Raven.
El pecho de la bestia palpitaba con venas lumínicas negras, que se conectaban entre sí como cadenas vivas.
Cada pulso respondía al capullo de Raven…
como si algo dentro de él estuviera llamándola.
Selia retrocedió dos pasos.
—Eso… no es una criatura natural.
Eldan clavó los ojos en la bestia.
Y por un segundo, un destello de reconocimiento cruzó sus pupilas.
—No… no lo es —murmuró, como si recordara algo muy viejo—. Es un Devorahilos.
Kael giró hacia él de inmediato.
—¿Qué dijiste?
Eldan no respondió. O más bien… eligió no responder.
La criatura embistió.
El impacto derribó media pared del refugio, lanzando piedras y fragmentos hacia todos lados. Kael se interpuso para cubrir a Aria, aterrizada apenas unos segundos atrás en un intento desesperado de mantener el capullo estable.
Aria perdió el equilibrio; un dolor agudo atravesó su pecho.
Había forzado demasiado su magia.
Un hilo interno se le rompió.
—Kael… no puedo… —susurró, apoyándose en él antes de que sus piernas cedieran.
Él la sostuvo con fuerza.
—No uses más energía. Te está drenando por dentro.
Pero Aria intentó levantarse otra vez.
Quería, necesitaba proteger a Raven.
Ese esfuerzo fue suficiente para que su visión se tornara blanca.
Su respiración falló.
Y cayó de rodillas, sin aire.
—¡ARIA! —gritó Kael, atrapándola antes de que golpeara el suelo.
El Devorahilos ya había fijado su mirada en Tharen.
Tharen, aún sangrando por la herida del ataque anterior, tembló al sentir el peso de esa mirada.
El monstruo lo había elegido a él… o más bien, lo que él protegía.
Raven se agitó en sus brazos.
El capullo vibró peligrosamente, como si algo desde dentro raspara sus paredes.
Una luz blanca se filtró por las grietas.
Tharen tragó saliva, apretando más fuerte a Raven.
—No te lo llevarás… —murmuró, con los dientes apretados—. No vas a tocarlo.
La criatura abrió las fauces.
Una onda de hilos negros salió disparada hacia ellos.
Kael retrocedió con Aria.
Selia levantó un escudo de luz.
Y Tharen…
Tharen no tuvo dónde cubrirse.
Los hilos lo golpearon como látigos.
Su cuerpo chocó con la tierra.
La respiración se le escapó.
El hombro herido crujió con un sonido nauseabundo.
Raven cayó con él, aún protegido, pero cada golpe hacía temblar el capullo.
Tharen trató de levantarse una y otra vez.
Las piernas no respondían.
—No… —su voz se rompió—. No voy a… perderlo…
Selia gritó hacia Kael:
—¡Si esa cosa toca el capullo, el daño será irreversible!
Kael apretó la espada.
—¡Eldan! ¡Necesito que abras una brecha en su costado!
Eldan seguía observando al Devorahilos con una atención peligrosa.
Como si cada movimiento confirmara algo que solo él sabía.
Al fin levantó una mano.
—Su costado no sirve —dijo con calma—. Ataca la vena central. Allí donde las pulsaciones cambian de ritmo.
Kael no entendió cómo sabía eso.
Pero no tenía tiempo para preguntar.
Corrió directo hacia la criatura, que ya estaba preparando un segundo ataque.
Selia quedó atrapada entre dos paredes colapsadas con Eldan mientras reforzaba el escudo.
Las sombras del monstruo se filtraban por los huecos de la barrera, como dedos buscando desgarrarla.
Selia tembló, luchando por mantener el patrón de luz estable.
Eldan extendió una mano y reforzó el escudo…
pero lo hizo con un hilo oscuro.
Un hilo que no pertenecía a la magia de Lúmina.
Ni a ninguna magia que Selia reconociera.
El escudo vibró como si quisiera rechazarlos.
Selia lo miró horrorizada.
—Eldan… ¿qué estás usando?
Él la miró de reojo, sin dejar de sostener la barrera.
—Lo necesario.
Su pulso no era normal.
Sus ojos tampoco.
Selia sintió, por primera vez, que Eldan no era simplemente extraño.
Era peligroso.
Un nuevo rugido atravesó el refugio.
La criatura saltó hacia Tharen.
Él intentó cubrir a Raven con su propio cuerpo, aun sabiendo que no tenía fuerzas para resistir otro impacto.
El monstruo abrió la mandíbula.
Y justo entonces…
Raven, inconsciente, movió una mano.
Los hilos del capullo respondieron con un estallido de luz blanca.
El Devorahilos se detuvo en seco.
Como si algo invisible lo hubiera sujetado por el cuello.
Tharen miró ese destello, confundido, temblando.
—Raven… ¿tú…?
Pero Raven no despertó.
Su rostro seguía pálido.
Sus labios, entreabiertos en un susurro inaudible dentro del sueño.
Kael alcanzó el flanco de la criatura.
Levantó la espada.
Golpeó la vena luminosa central.
La bestia lanzó un chillido que estremeció los huesos de todos.
Eldan sonrió al escucharlo.
Leve.
Como quien observa una pieza moviéndose donde él esperaba.
Selia lo vio.
Y sintió un frío que no venía del monstruo.
La criatura se volvió loca, golpeando paredes y techo.
Tharen se arrastró, intentando alejar a Raven de su alcance.
Aria seguía inconsciente.
Kael luchaba por mantener a la bestia a raya.
La barrera de Selia vibraba al borde de romperse.
Los hilos del capullo de Raven se partían como vidrio a punto de estallar.
Y entonces…una segunda criatura apareció en el borde del bosque.
Más pequeña.Más ágil.
Con un símbolo marcado en el pecho.
Un símbolo que solo Eldan reconoció.
Él inhaló suavemente.
—Oh… ya veo. Liora…
Así que finalmente te decidiste.
Pero nadie lo escuchó.
Solo Selia vio la sombra de satisfacción cruzar su rostro.
Y el mundo se vino abajo en el instante en que la segunda criatura abrió los ojos.