El silencio que siguió al despertar de Raven no fue humano. Ni siquiera natural.
Era un vacío. Un hueco que absorbía el sonido y lo escupía deformado.
Raven permanecía de pie, los pies descalzos sobre el suelo agrietado, la piel pálida bajo la luz temblorosa del refugio. Sus ojos, abiertos de par en par, no tenían el brillo habitual. Ningún reflejo de vida. Ningún rastro de emoción. Parecían una superficie helada… sin fondo.
Tharen fue el primero en moverse.
—Raven… —dijo con voz quebrada—. Ey… mírame.
Raven no volteó.
No lo escuchó.
O peor: lo escuchó, pero no reaccionó porque algo más estaba usando su cuerpo.
Kael dio dos pasos hacia adelante, la mano lista sobre el arma.
—No te acerques demasiado —advirtió—. No sabemos qué… o quién… está en control.
Aria, apoyada en la pared para no caer, observaba con preocupación creciente. Podía sentir los hilos de Raven como si fueran un torrente indomable. Antes eran brillantes, tensos, fuertes. Ahora estaban… partidos. Inestables. Ondulaban con un ritmo ajeno.
—Hay una presencia mezclada con él —susurró—. Muy profunda. Muy antigua. Y está tomando decisiones dentro de sus hilos…
Selia tragó saliva, nerviosa.
—¿Es… la misma energía oscura del sueño?
Tharen se agachó un poco, tratando de ver el rostro de Raven de frente.
—Raven… si puedes oírme… si estás ahí, mueve una mano. Una palabra. Lo que sea. Por favor.
Durante un instante, uno brevísimo, Raven pestañeó.
Tharen contuvo el aliento.
Pero el movimiento no era un gesto humano.
Fue como el parpadeo de una marioneta cuyo hilo se tensó de golpe.
Y entonces Raven habló.
Pero su voz no era suya.
—No lo toquen.
La frase salió con un eco que no pertenecía al mundo físico. Un eco que parecía venir de varios lugares a la vez, como si la voz se moviera entre distintos cuerpos antes de asentarse en Raven.
Kael desenfundó.
—¡Atrás! Eso no es Raven hablando.
Eldan observaba con una calma inquietante, casi interesado, como si estuviera viendo el desarrollo de un experimento que llevaba tiempo esperando.
—Interesante —murmuró con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Su resistencia es más fuerte de lo que imaginaba. Lo cual hace esto mucho más… útil.
Tharen se giró, furioso.
—¿Sabes qué es lo que está pasando? ¡Entonces ayúdalo!
Eldan cruzó las manos detrás de la espalda.
—Ayudar no siempre significa intervenir —respondió con demasiada calma—. Si corto ese hilo ahora, Raven perdería más que su conciencia.
Aria sintió una punzada profunda en el pecho. Algo no encajaba.
—Eldan… ¿qué sabes sobre lo que le está pasando?
Él sonrió levemente.
—Suficiente para saber que no es el final. Ni para Raven… ni para la persona que lo está usando.
Y entonces Raven, o lo que fuera dentro de él, dio un paso.
Los hilos del suelo se partieron donde su pie tocó, como si su presencia contaminara la energía alrededor. Aria retrocedió por puro instinto. Selia abrió un patrón defensivo. Kael levantó la espada.
Pero Tharen no se movió.
—Raven… —susurró—. Tú no harías esto. No me mirarías sin reconocerme. No… no te irías sin luchar.
El cuerpo de Raven giró lentamente hacia él, como si una fuerza invisible lo reposicionara. Y sus ojos, aun vacíos, parecieron fijarse en Tharen.
Por un segundo, las pupilas vibraron.
Algo intentó salir. Una chispa.
Un nombre.
Una emoción.
Un recuerdo.
Pero la sombra dentro de él lo aplastó de inmediato.
Una sonrisa que no pertenecía a Raven se dibujó en su rostro.
Y habló de nuevo, con esa voz doble, como si alguien susurrara desde el fondo del abismo:
—Él está conmigo.
Esa frase golpeó a Tharen como una lanza.
Aria sintió cómo los hilos alrededor temblaban desesperados.
Kael dio un paso adelante.
—¿Quién eres? —demandó—. ¡Di tu nombre!
Raven ladeó la cabeza, como si la pregunta le resultara irrelevante.
—No tiene sentido decírselo… —respondió la voz doble—. No sobrevivirán el tiempo suficiente para comprenderlo.
Y entonces los cristales lumínicos explotaron.
La luz se fragmentó en miles de destellos afilados que llenaron el refugio, forzando a Kael y Selia a cubrirse. Aria gritó cuando el impacto la obligó a retroceder. Eldan levantó una barrera mínima, solo para protegerse él mismo.
Tharen no se movió.
Ni siquiera cuando Raven —o lo que controlaba su cuerpo— extendió los dedos como si fuera a tocarle la frente.
Pero la mano se detuvo a milímetros de su piel.
Raven tembló.
Sus ojos cambiaron.
La sombra peleaba con él desde dentro.
Tharen lo vio.
—Raven… —susurró, con la voz quebrándose—. Tú puedes… luchar… tú puedes… pelear contra eso… quédate conmigo…
Los dedos de Raven temblaron más fuerte.
La sombra dentro de él rugió.
Un grito ahogado escapó de Raven por primera vez desde que despertó.
Y luego— La luz del refugio se apagó por completo silencio y oscuridad.
Y un latido que no pertenecía a nadie en la habitación.
Continuará…