La oscuridad se cerró sobre Raven como un manto espeso y pesado, pero no era la inconsciencia vacía del dolor: era un espacio moldeado, tejido, dirigido por una voluntad ajena. Cuando abrió los ojos, no despertó al refugio, ni al campo de batalla, ni a las voces conocidas de su grupo. En su lugar, encontró un paisaje imposible: una extensión infinita de agua negra, tan lisa que parecía vidrio, con un cielo del mismo color extendiéndose sobre él sin una sola estrella. El silencio era absoluto, casi antinatural, como si incluso el tiempo estuviera reteniendo el aliento.
Raven avanzó un paso, sintiendo cómo la superficie líquida se ondulaba apenas bajo sus pies, aunque no llegaba a mojarlo. Su cuerpo era pesado como piedra, sus hilos internos tensos, vibrando de una forma errática que lo hacía sentir mareado. No comprendía dónde estaba ni por qué su mente parecía más viva que su cuerpo. Apenas murmuró un “¿qué está pasando?” cuando unos pasos suaves sonaron detrás de él, rompiendo el silencio sin romper el eco líquido que lo envolvía.
Liora apareció como si hubiera estado ahí todo el tiempo, su figura deformándose ligeramente al salir del borde del campo visual, como si no perteneciera al lugar pero aún así pudiera dominarlo. No tenía la apariencia que mostraba en el mundo físico; aquí, su forma parecía tallada con fragmentos de recuerdos, brillos blancos y sombras densas que se entrelazaban, como si fuera un álbum roto que intentaba formar un solo rostro. Su sonrisa era suave, dulce incluso, pero algo en ella carecía de calor humano.
—Me alegra que hayas despertado por fin, Raven —dijo con una voz que resonó como si llegara desde dentro de su mente.
Él retrocedió, sintiendo una presión en el pecho, como si alguien tirara de sus hilos desde dentro. No entendía, no recordaba haber llamado a Liora. Ni siquiera recordaba haber entrado a ese lugar.
—¿Qué hiciste? —preguntó con la voz apenas firme—. ¿Qué es este lugar?
En lugar de responder, Liora levantó la mano y, al instante, el mundo se transformó alrededor de ellos con una fluidez irreal. El agua negra desapareció. El cielo oscuro se rasgó como papel quemado. Y el paisaje se convirtió en el bosque de Lúmina, brillante, vivo, igual al que Raven recordaba de su infancia: los árboles gigantescos filtrando la luz dorada, los insectos brillantes revoloteando entre los arbustos, el sonido de las hojas movidas por el viento. Todo era perfecto. Demasiado perfecto. Sus ojos se abrieron más al ver, a unos metros, la figura diminuta de él mismo, corriendo con una sonrisa brillante, persiguiendo a una mujer de cabello oscuro y risa dulce: su madre.
El corazón de Raven se comprimió como si una mano invisible lo hubiera apretado desde dentro. No había visto esa imagen desde que era un niño pequeño. Jamás la había compartido con nadie. Ese recuerdo era suyo, privado, algo que había mantenido enterrado en lo más profundo de sí mismo. Y, sin embargo, allí estaba, proyectado como una escena teatral manipulada por alguien con control total.
Liora se acercó a la imagen de su madre, la miró con una curiosidad casi científica, y entonces, con un gesto mínimo, la tocó. La figura femenina se detuvo. Dejó de reír. Lentamente giró el rostro hacia Raven, y los ojos cálidos y amorosos que él recordaba se tornaron de un negro absoluto, vacío, como pozos sin fondo. La sonrisa dulce se distorsionó en una mueca rígida, antinatural, como si la memoria hubiera sido retorcida desde adentro.
Raven sintió que el aire se le atascaba en los pulmones. Dio un paso atrás, tembloroso.
—¿Por qué haces esto? ¡Detente!
Liora lo miró con una calma perturbadora, como si su sufrimiento fuera simplemente un dato que quería observar. Se acercó a él sin romper el bosque ilusorio, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, le puso la mano en el pecho. Una corriente de energía oscura se deslizó por su cuerpo como veneno frío.
—Quiero que entiendas —susurró con una delicadeza escalofriante— que lo que más temes no es perder a nadie… sino que nadie pueda sostenerte cuando finalmente caigas. Siempre has estado solo, Raven. Lo sabes. Y ellos… —sus ojos brillaron con una malicia casi afectuosa— ellos jamás podrán comprender lo que llevas dentro. Lo que te consume. Lo que te rompe sin que lo muestres.
La presión en los hilos internos de Raven aumentó. Algo tiraba de él hacia una oscuridad sin forma, como si quisiera arrancárselo todo desde dentro. Intentó apartarse, pero Liora siguió, moviéndose como si su cuerpo no obedeciera las leyes del espacio.
—No tienes que pelear —susurró cerca de su oído—. Solo déjate caer. Déjame sostenerte. Déjame entrar. Yo puedo darte paz, Raven. Ellos no.
La ilusión del bosque comenzó a vibrar, a deformarse, a volverse borrosa, como si estuviera a punto de cerrarse sobre él para siempre. La mente de Raven se ahogaba entre recuerdos manipulados, emociones distorsionadas, y la voz envolvente de Liora que lo llamaba a rendirse. Sus rodillas temblaron. Sus ojos se nublaron. Y entonces, como un rayo abriéndose paso en la oscuridad, un grito desgarró la estructura entera del sueño.
—¡¡RAVEN!!
Su nombre resonó con una fuerza tal que rompió el bosque falso como si hubiera sido hecho de cristal frágil. La voz no era un llamado simple. Era un grito quebrado, lleno de desesperación, dolor, miedo y una desesperada necesidad de no perderlo. Una voz que conocía. Una voz que nunca había sonado tan rota.
La de Tharen.
El mundo ilusorio tembló violentamente, las sombras en el borde se abrieron como un desgarrón y, en medio del colapso, Raven sintió algo cálido cruzar la oscuridad: lágrimas. No suyas. De él. Tharen llorando, llamándolo, suplicándole que volviera.
Liora se tensó. Por primera vez, su expresión mostró una grieta.
—No… él no puede tocarte aquí —susurró con un temblor casi imperceptible.
Pero el hilo emocional que atravesaba la oscuridad lo contradecía.
Tharen volvió a gritar su nombre, esta vez con la voz rota por el pánico.
Ese grito fue suficiente para arrancar a Raven del agarre de Liora, aunque no del todo. Aún debilitado, aún atrapado entre dos fuerzas, sintió su cuerpo querer regresar, aun cuando la oscuridad aún trataba de arrastrarlo hacia atrás.
Y con un forcejeo interno que le quemó los hilos, Raven abrió los ojos en el mundo real.
Débil. Sudoroso. Confundido. Pero despierto.
Y lo primero que vio fue a Tharen arrodillado sobre él, con lágrimas cayéndole por el rostro mientras lo sostenía como si tuviera miedo de que desapareciera.
Las manos de Tharen temblaban cuando lo tomó del rostro.
—Raven… —dijo con la voz quebrada— no vuelvas a hacerme esto… por favor…
Y Raven apenas pudo susurrar algo antes de que el cansancio lo arrastrara de nuevo, pero esta vez sin caer en la oscuridad manipulada de Liora.