Capítulo 43 — Sombras en el Camino

La luz de la torre quedó atrás cuando cruzaron el umbral. El aire exterior era más frío, menos denso que el interior cargado de conocimiento, pero no por ello más ligero. Kael avanzó unos pasos antes de detenerse, como si necesitara asegurarse de que realmente estaban saliendo.
Maelric fue el último en cruzar. Al apoyar el bastón en el suelo, las runas de la entrada se apagaron lentamente, una a una, hasta quedar reducidas a simples marcas talladas en la piedra.
—No regresaremos hasta tener respuestas claras —dijo el anciano—. El archivo ha hecho su parte. Ahora nos toca a nosotros movernos.
Lyren permaneció en la entrada, apretando la tableta contra su pecho. —Los hilos de la torre estarán atentos —añadió—. Si algo cambia con Aria… lo sabremos.
Kael lo miró con gratitud. —Confío en ti.
Lyren asintió con seriedad, muy distinta a su habitual entusiasmo. —Yo también en ustedes.
El sendero descendía entre colinas estrechas. La vegetación era más escasa que en los alrededores de Nharil, y el silencio no era natural: no había insectos, ni aves, ni viento perceptible. Solo el sonido de sus pasos.
—Este camino no responde a los hilos visibles —explicó Maelric mientras avanzaban—. Aquí, la magia se manifiesta solo cuando es necesaria.
Kael frunció el ceño. —¿Eso es bueno… o peligroso?
—Ambas cosas —respondió el maestro sin mirarlo—. Depende de quién camine sobre él.
Eldan caminaba ligeramente rezagado, atento al ritmo de ambos. No intervenía, no hacía preguntas innecesarias. Observaba cómo Kael reaccionaba a cada palabra de Maelric, cómo el anciano medía cada respuesta antes de hablar.
No lo guía con órdenes, pensó Eldan. Lo empuja a decidir solo. Interesante forma de control… o de respeto.
—El pueblo al que vamos —continuó Maelric— no pertenece a ningún círculo arcano. Allí viven personas que han sido tocadas por la magia sin buscarla.
Kael bajó la mirada. —Como Aria.
—Como muchos —corrigió Maelric—. Algunos sobreviven. Otros no. Y unos pocos… regresan distintos.
El camino se volvió más pedregoso. A lo lejos, pequeñas luces comenzaron a aparecer entre las sombras del terreno irregular.
—Llegaremos antes de que anochezca —dijo Maelric—. Y será mejor así.
—¿Por qué? —preguntó Kael.
El anciano tardó un momento en responder. —Porque de noche, la gente recuerda más de lo que quiere decir en voz alta.
Eldan inclinó apenas la cabeza.
Los recuerdos… siempre el punto débil.
Cuando entraron al pueblo, nadie los detuvo. No hubo guardias ni miradas hostiles, solo puertas cerradas y ventanas iluminadas con fuego tenue. El lugar no parecía pobre, pero sí marcado por el cansancio.
—Aquí nos quedaremos —dijo Maelric, señalando una casa modesta en el borde del camino—. No preguntes quién vive allí. Solo acepta lo que ofrezcan.
Golpeó una vez.
La puerta se abrió con cautela. Una mujer los observó desde el umbral. Su rostro mostraba una mezcla de alerta y resignación, como alguien acostumbrada a recibir malas noticias.
—Buenas noches —dijo Maelric con respeto—. Buscamos posada solo por esta noche.
La mujer los miró uno por uno. Sus ojos se detuvieron un instante más en Kael, quizá por su expresión agotada, quizá por algo más difícil de nombrar.
—Pueden pasar —respondió finalmente—. Mi nombre es Thalia.
No hubo explicaciones. No hubo preguntas.
Solo el gesto silencioso de alguien que sabía que negar refugio también tenía consecuencias.
Mientras entraban, Kael sintió el peso del día caer sobre él de golpe. La imagen de Aria, inmóvil, atrapada en ese sueño impuesto, regresó con fuerza.
Eldan cerró la puerta detrás de ellos, sin decir palabra.
Este lugar no es casual, pensó, observando a Thalia con atención medida. Nada lo es, cuando los hilos empiezan a cruzarse.
La noche descendió lentamente sobre el pueblo, y con ella, la sensación de que el verdadero conflicto aún no había comenzado.

Continuará…