El mundo se quebró con un sonido que no era ruido, sino ruptura.
La hondonada entera tembló cuando los hilos perdieron cohesión. No se deshicieron: se retorcieron, chocaron entre sí, como serpientes ciegas buscando un nuevo orden. El aire se volvió pesado, espeso, y Kael sintió cómo el peso de esa magia lo empujaba al suelo.
Cayó de rodillas, jadeando.
—Aria… —susurró, llevándose la mano al pecho.
No fue una palabra al azar. Fue una certeza. Algo había tirado de él desde muy lejos… y había respondido.
Maelric retrocedió un paso, clavando el bastón en la tierra antes de perder el equilibrio. Las runas del bastón parpadearon con violencia, algunas apagándose por completo. Por primera vez, el anciano mostró el desgaste real del combate.
Eldan permanecía en pie.
Inmóvil.
Observando.
—Así que ese era tu objetivo —dijo Maelric con voz grave, alzando la vista hacia él—. No romper el hechizo… sino forzarme a mostrar el límite.
Eldan bajó lentamente la mano. Los hilos que había replicado se disiparon con un chasquido seco, como si el mundo rechazara su permanencia prolongada.
—No hay otra forma de aprender —respondió—. Los límites no se explican. Se empujan.
—Te advertí —replicó Maelric—. Y aun así seguiste.
—Porque aún sigo aquí —contestó Eldan con calma—. Y tú también.
Liora, apoyada contra una de las rocas, soltó una risa rota, amarga. Su forma era inestable, como si cada segundo allí le costara mantenerse entera.
—Qué escena tan… humana —murmuró—. El maestro, el discípulo y el precio que nadie quiere pagar.
Maelric giró apenas el rostro hacia ella.
—Cállate.
La palabra no fue gritada. Fue ordenada.
Los hilos alrededor de Liora vibraron, presionándola contra la piedra. Ella soltó un gemido ahogado, no de dolor físico, sino de resistencia interna.
—No puedes destruir lo que no creaste —escupió ella—. Y no puedes salvarla sin mirar lo que realmente la ata.
Kael se obligó a ponerse de pie. Las piernas le temblaban, pero la claridad en su mente era brutal.
—Lo sé —dijo con voz ronca—. Y ya lo vi.
Maelric lo miró de inmediato.
—Kael…
—No es su culpa —continuó él, sin apartar la mirada de Liora—. Ni siquiera es la tuya. Aria no está atrapada por miedo ni por debilidad.
Liora entrecerró los ojos.
—Entonces dilo —susurró—. Atrévete.
Kael respiró hondo.
—Está sosteniendo un recuerdo que no le pertenece.
El silencio cayó como un golpe.
Maelric cerró los ojos un segundo, largo. Cuando los abrió, ya lo sabía.
—Un ancla heredada… —murmuró—. Un pacto roto que se transfirió en lugar de desaparecer.
Liora dejó caer la cabeza hacia atrás, exhalando.
—Al fin lo entienden.
—¿Quién lo hizo? —exigió Kael, avanzando un paso—. ¿Quién puso eso en ella?
Liora lo miró directamente.
—Alguien que amaba demasiado… y eligió mal. Como tú harías.
Kael apretó los puños.
—No la usaría como sacrificio.
—Nadie lo cree al principio —respondió ella—. Hasta que el mundo exige algo a cambio.
Eldan observaba la escena en silencio, pero sus ojos no se apartaban de Maelric. No de Kael. No de Liora.
—Entonces romper el hechizo no bastará —dijo finalmente—. Porque si lo hacemos mal… ella se perderá por completo.
Maelric asintió, con gravedad absoluta.
—Habrá que devolver el recuerdo a su origen.
Kael sintió el frío recorrerle la espalda.
—¿Eso la despertará?
—La liberará —respondió Maelric—. Pero el costo…
—No lo pagará ella —interrumpió Liora, incorporándose con dificultad—. Ni yo.
Su mirada se desplazó, lenta, calculada.
—El precio siempre encuentra a alguien más dispuesto… o engañado.
Por un instante, los ojos de Eldan y Maelric se cruzaron.
Nada se dijeron.
Pero ambos entendieron que ese equilibrio frágil ya no existía.
El suelo volvió a temblar. Esta vez, no por el choque de poderes, sino por algo que cedía a la distancia.
En la casa protegida por los hilos antiguos, Selia se quedó rígida.
—No… —susurró.
Se inclinó sobre Aria con urgencia.
Los dedos de la joven se movieron de nuevo.
No uno.
Dos.
Luego, un tercero.
Raven se levantó de golpe.
—¿Lo viste?
Tharen ya estaba a su lado, el corazón latiéndole con fuerza.
—Sí… —respondió—. Aria está luchando.
La respiración de Aria se volvió irregular, profunda, como si el sueño ya no pudiera contenerla del todo. Un hilo de luz tembló sobre su pecho, distinto a todos los anteriores.
Selia apretó los labios, conteniendo la emoción.
—Kael… —susurró—. Sea lo que sea que estés haciendo… no te detengas ahora.
Muy lejos de allí, en la hondonada rota, Kael alzó la mirada.
—Díganme qué hacer —dijo, sin rodeos—. Díganme qué debo enfrentar… y lo haré.
Maelric apoyó el bastón con fuerza.
—Entonces prepárate —dijo—. Porque para salvarla…
Liora sonrió, débil, peligrosa.
—Tendrás que romper algo que nunca debió existir.
Y esta vez, el mundo no prometía recomponerse después.