"Hilos del Destino: Lúmina Bajo el Velo"

Capítulo 51 — Donde el Hilo No Se Corta del Todo ( pausa activa)

El viento estalló entre ellos.
Kael fue el primero en moverse.
No lanzó hilos; lanzó su cuerpo hacia adelante, cerrando la distancia antes de que Eldan pudiera reorganizar el flujo. El choque fue seco. Eldan bloqueó con el antebrazo, reforzado por un entramado de recuerdos comprimidos, pero retrocedió dos pasos al sentir el peso real del ataque.
—Aprendiste a pelear con rabia —dijo Eldan, girando sobre sí mismo—. Eso te vuelve predecible.
Respondió con un barrido de hilos en espiral. Kael se agachó justo a tiempo; la energía le arrancó fragmentos del suelo y los lanzó como metralla luminosa. Uno le rozó el hombro, quemando.
Kael gruñó y respondió al instante.
Extendió ambas manos y ancló los hilos al terreno, no para atacar, sino para romper el ritmo. Eldan frunció el ceño apenas un segundo: el espacio entre ellos se volvió inestable, como si el mundo dudara a quién obedecer.
—Sigues copiando —escupió Kael—. Pero no entiendes cuándo dejar de hacerlo.
Saltó.
El impacto los lanzó rodando. Eldan logró incorporarse primero y descargó un golpe directo al pecho de Kael, amplificado por recuerdos ajenos: guerras, pérdidas, decisiones que no eran suyas. Kael salió despedido contra una roca.
Respiró con dificultad.
No pensó.
Se levantó.
—No usas lo que sientes —dijo Kael, limpiándose la sangre del labio—. Usas lo que robas.
Eldan alzó ambas manos.
El aire se llenó de patrones conocidos. Demasiado conocidos.
Maelric, aún arrodillado, abrió los ojos con horror.
—¡Kael, no! —advirtió—. Ese tejido…
Pero Kael ya lo había visto.
Eldan estaba usando el mismo patrón raíz que había sostenido la maldición de Aria.
—Te observé durante años —dijo Eldan con calma peligrosa—. Sabía que este día llegaría.
Kael cerró los puños.
—Entonces mira bien cómo termina.
Avanzó sin hilos.
Solo cuerpo, impulso y voluntad.
El primer golpe quebró la concentración de Eldan. El segundo rompió el patrón. El tercero fue acompañado por un estallido de energía pura que Kael liberó desde el vínculo recién sellado con Aria: no memoria, no culpa, sino presencia viva.
Eldan gritó al perder el control.
El entramado se volvió inestable, colapsando sobre sí mismo.
—¡Kael, aléjate! —gritó Maelric.
Demasiado tarde.
La explosión fue blanca.
Cuando la luz se disipó, el suelo estaba marcado por un cráter irregular. Los hilos se deshilachaban, cayendo como ceniza luminosa.
Kael permanecía de pie, tambaleante.
—Eldan… —murmuró.
No hubo respuesta.
No cuerpo.
No rastro.
Solo hilos rotos… y silencio.
Kael cayó de rodillas, exhausto.
—Se acabó —dijo, con voz quebrada—. Ya está.
Maelric se acercó lentamente.
No celebró.
—No —respondió—. Pero tú sobreviviste. Eso basta… por ahora.

El regreso no fue triunfal.
No hubo palabras heroicas ni alivio inmediato cuando Kael y Maelric cruzaron el umbral de la casa protegida por hilos antiguos. El aire seguía siendo el mismo, la luz igual de suave, pero algo se había desplazado en el equilibrio invisible que sostenía a todos.
Aria estaba despierta.
No sentada, no fuerte todavía, pero con los ojos abiertos y la mirada clara, como si hubiera regresado de un lugar demasiado profundo para ser llamado sueño. Selia fue la primera en notarlo. No por los hilos —que seguían vibrando con cautela— sino por la forma en que Aria respiraba: ya no como alguien que espera, sino como alguien que escucha.
—Kael… —murmuró Aria apenas lo vio.
Él no respondió de inmediato. Se acercó despacio, como si temiera que un movimiento brusco pudiera devolverla al silencio. Se arrodilló junto a ella, sin tocarla aún.
—Estoy aquí —dijo al fin.
Aria cerró los ojos un segundo. No para dormir. Para comprobar que era real.
Selia dio un paso atrás, dejando espacio. Raven y Tharen permanecieron cerca de la pared, unidos por una cercanía nueva, silenciosa, que no necesitaba explicarse. Ambos sentían la tensión en el ambiente, algo que no pertenecía solo al cansancio.
Maelric se mantuvo de pie, apoyado en su bastón, observando a Kael con una atención que iba más allá de lo evidente.
Porque lo veía.
No como una herida abierta, ni como una falla clara… sino como una fractura interna, una leve desalineación en los hilos que Kael creía controlar. No era debilidad. Era el rastro de algo que había tocado y que no le pertenecía del todo.
—La maldición se ha roto —dijo Maelric finalmente, con voz grave—. Pero no sin dejar marca.
Aria abrió los ojos de nuevo, esta vez buscando a Kael.
—Hay… espacios —susurró—. En mis recuerdos. No están vacíos… están esperando.
Kael apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
Selia frunció el ceño. Ella también lo había sentido. No en Aria… sino en otro lugar.
—Los hilos de Eldan… —comenzó, dudando—. Cuando desaparecieron… no se cortaron.
El silencio cayó con peso.
Kael se puso de pie lentamente.
—Me traicionó —dijo, sin dureza, sin énfasis—. Eso es lo único que importa.
Selia lo miró, sorprendida no por la acusación, sino por la certeza con la que fue dicha. Durante un instante quiso decir algo, defender una versión distinta, pero Maelric habló antes.
—Los sentimientos nublan la lectura —dijo sin crueldad—. Y tú lo sabes, Selia. Lo que viste no fue una despedida… fue una retirada.
Selia bajó la mirada, los dedos tensos.
—Entonces no está muerto —murmuró.
—No como creemos entender la muerte —respondió Maelric.
Aria cerró los ojos de nuevo. Esta vez, una sombra cruzó su expresión.
—Él… me mira a veces —dijo—. No como antes. Como si no supiera desde dónde.
Raven sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Tharen entrelazó sus dedos con los de él sin pensarlo.
—No está aquí —dijo Kael con firmeza—. Y no volverá.
Pero incluso mientras lo decía, algo dentro de él respondió.
No una voz.
Un eco.



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En el texto hay: romance, drama, aventura

Editado: 21.12.2025

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