El primer signo no fue una aparición.
Fue un error.
Un hilo se anudó donde no debía.
Selia lo sintió al amanecer, cuando intentó ajustar el entramado exterior de la casa. El hilo no respondió a su gesto habitual; se tensó, vibró… y adoptó una forma que ella no había tejido.
—No… —susurró, retrocediendo un paso.
El hilo no se rompió.
La reconoció.
Raven y Tharen estaban cerca, sentados uno junto al otro. Tharen fue el primero en levantarse.
—Selia, ¿qué pasa?
Ella no respondió de inmediato. Tenía los ojos fijos en el aire, donde una silueta incompleta comenzaba a insinuarse. No era un cuerpo. Era una ausencia con contorno, sostenida por fragmentos de memoria: una postura conocida, un gesto que había visto cientos de veces.
—Eso no es posible… —murmuró Raven.
La forma giró apenas.
—Selia… —dijo una voz rota, como si no recordara cómo sonar.
Selia sintió que el mundo se le venía abajo.
—Eldan… —susurró—. No. Tú…
La silueta tembló. Partes de ella se deshicieron, como si la palabra hubiera sido demasiado pesada.
—No estoy completo —respondió—. Pero tampoco estoy perdido.
Kael sintió la presión antes de verlo.
El aire se volvió denso, como si algo invisible empujara contra su pecho. Al girarse, lo vio: el eco de Eldan, sostenido por hilos que no nacían de él, sino de los demás.
—Así que volviste —dijo Kael, con la voz dura.
La forma de Eldan se contrajo.
—No vine por ti —respondió—. Pero tú… eres un ancla poderosa.
Maelric apareció detrás de Kael, el bastón vibrando con advertencia.
—No te acerques más —ordenó—. No tienes derecho a forma.
—Derecho… —repitió Eldan, casi riendo—. El vacío no pide permiso.
Selia dio un paso adelante, temblando. —¿Por qué… por qué así?
Eldan giró hacia ella. Por un instante, su silueta fue más clara.
—Porque tú me recuerdas —dijo—. Y mientras alguien lo haga… no desaparezco.
Kael dio un paso al frente. —Entonces aléjate de ella.
Eldan lo miró. —¿Ves? Incluso tu odio me sostiene.
Kael apretó los puños.
Continuará....