El viento volvió a recorrer el claro muchos años después.
No arrancó hojas ni levantó polvo. Solo pasó, como quien saluda.
Kael estaba sentado sobre una roca baja, observando a un grupo de niños que intentaban imitar torpemente antiguos movimientos de tejido con ramitas y cuerdas. Reía más de lo que corregía.
—No así —dijo al fin—. Si tensas demasiado, se rompe. Escucha primero.
—¿Como hiciste con el mundo? —preguntó una niña, muy seria.
Kael se quedó en silencio un segundo… y luego sonrió. —Algo así.
Aria apareció detrás de él, con una mano apoyada en su hombro y la otra sosteniendo un pequeño rollo de tela bordada con símbolos nuevos, no antiguos. Símbolos nacidos después de la caída del vacío.
—Te buscan en la casa —dijo—. Lyren llegó esta mañana.
Kael alzó una ceja. —¿Con un libro?
—Con varios —respondió Aria, divertida—. Y ninguno quiere quedarse quieto.
Caminaron juntos de regreso, sin prisa.
El hogar que habían construido no era grande, pero estaba lleno. De risas. De visitas constantes. De historias que no pedían ser escritas para existir.
Lyren estaba sentado junto a la mesa, rodeado de pergaminos abiertos. Al verlos, alzó la vista con una sonrisa cansada.
—Sigo intentando entenderlo —dijo—. El mundo sin un vacío central. Sin un destino ausente.
Maelric, más encorvado pero con la mirada igual de afilada, respondió desde la ventana: —Tal vez no está hecho para entenderse. Solo para vivirse.
Raven y Tharen llegaron esa misma tarde.
Ya no se presentaban como viajeros, sino como guardianes de rutas. Donde iban, ayudaban a reparar hilos menores: disputas, miedos, silencios que necesitaban voz.
—Selia escribió —dijo Raven, entregando una carta.
Aria la leyó en voz alta:
He conocido lugares donde nadie sabe quién fui. Y personas que me ven sin expectativas. No huyo. Camino. Y estoy bien.
El silencio que siguió fue cálido.
No nostálgico.
Agradecido.
Esa noche, bajo un cielo despejado, Kael y Aria se quedaron despiertos más tiempo que el resto. Acostados sobre la hierba, miraban las constelaciones nuevas: aquellas que solo aparecieron después de que el mundo sanó.
—¿Crees que Eldan…? —comenzó Kael, y se detuvo.
Aria negó con suavidad. —No lo siento ya —dijo—. Y eso está bien.
Kael tomó su mano. —Entonces lo logramos.
Aria giró el rostro hacia él y sonrió. —No. Vivimos.
El viento volvió a pasar entre ellos, sin arrastrar recuerdos rotos, sin llamar a nadie desde el vacío.
Los hilos seguían ahí.
Pero ya no ataban.
Acompañaban.
Fin.
Notas de autor:
Muchas gracias a mis lectores por seguir la historia, no quería acabar tan pronto pero ya estamos aquí, espero que les haya gustado tanto como a mi la historia , agradezco los comentarios y sigan apoyando con seguir HILOS DEL DESTINO💜.