Hilos enlazados

Capítulo 2: La muerte de Esteban.

3 años después.

Respiro el aire fresco de la playa. Las olas están calmadas, perfectas para nadar. Estoy de pie frente al mar, con los ojos cerrados y los brazos extendidos a los lados. Todo está en calma.

            - ¡Ayúdame, Mateo! –Ismael grita desesperado. Más allá de la playa.

Volteo para mirar desde donde me llama. Lo veo. Alguien lo sostiene, pero no puedo diferenciar si es hombre o mujer.

            -Ismael, espérame... –Intento correr, pero por alguna razón no puedo.

            -Mateo, por favor. ¡Ayúdame! –Cada vez se aleja más.

            -Espérame, hermano… Te lo suplico… –Mi cuerpo es pesado. Mi dolor mucho más.

            -Descubre la verdad, Mateo. –Desaparece. Un segundo después, se escucha un disparo.

Abro los ojos desesperadamente. Estoy empapado de sudor. Mi respiración es agitada.

Carajo. Fue un sueño, más bien una pesadilla. La misma puta pesadilla que tengo desde hace 3 años.

Me bajo de la cama, tratando de no despertar a Karol. Camino hacia el baño y me lavo la cara, luego abro el armario. Saco la ropa deportiva y me la pongo. Me siento en la cama para ponerme las zapatillas.

Karol empieza a moverse en la cama. Abre los ojos somnolienta.   

            -Perdón, no quería despertarte. –Termino de ponerme la zapatilla.

            -Tranquilo. Disfruta de tu trote. Te amo. –Dice mientras se acurruca.

            -Yo también te amo, señora Reátegui. –Le digo suavemente mientras me acerco a darle un beso en la frente.

Ella sonríe. Le encanta escuchar esa frase.

Salgo de la habitación y bajo las escaleras. Aún es temprano, sólo han despertado algunos empleados. Por lo que no hay mucho ruido en la casa. Salgo de la casa. Me pongo los auriculares y empiezo a trotar. La ruta es la misma de todos los días. Desde la finca hasta la mitad de la montaña, y luego de regreso. Es un camino largo, por lo que es muy cansado. Disfruto mi rutina.

La mañana es tranquila, apenas sale el sol. La vista es exquisita, toda una obra de arte. No se escuchan autos, ni siquiera a lo lejos. Es muy tranquilo.

Me detengo un momento y respiro hondo el aire puro que me rodea. Extiendo los brazos a los lados, la brisa fresca me acaricia. Siento una profunda tranquilidad, pero se ve interrumpida por una imagen que viene a mi cabeza.

Mi hermano Ismael. Recostado en el suelo con tres balazos en el pecho.

¿Será que Ismael trata de decirme algo? El pensamiento es desconcertante. Lo reprocho ante la idea de que es mi subconsciente recordándome el puto dolor que no he dejado de sentir todo este tiempo.

Mi hermano. Lo extraño demasiado.

La tristeza intenta invadirme, pero pongo resistencia y continúo con mi trote. Debo ser fuerte. Por mi hijo y mi esposa.

Llego al punto desde dónde regreso hacia la finca. El enorme árbol a un lado de la carretera es mi señal. Doy media vuelta y empiezo a trotar de vuelta. Respirando hondo el aire fresco, de vez en cuando. Calmando mi respiración y mis emociones. Debo llegar tranquilo a casa.

Despejo mi mente, dejando entrar la serenidad y nada más que la serenidad.

Llego a la propiedad. Las enormes puertas se abren al ver acercarme. Ingreso, una vez dentro, se cierran las puertas. Sebastián me abre la puerta para ingresar a la casa.

            -Buenos días, señor. –Saluda.

            -Hola, Sebastián. –Ingreso.

Camino hacia la cocina, esta vez hay un poco de ruido. Spike me intercepta al escuchar mis pasos. Mueve el rabito con todas las ganas del mundo, está demasiado feliz.

            -Hola, gordo. –Lo cargo entre brazos, mientras lo acaricio.

            -Amor, ¿Puedes despertar a Ismael, por favor? –Karol parece desde la cocina.

            -Claro. Me daré una ducha antes. –Pongo a Spike de vuelta en el suelo, quien sale corriendo hacia el jardín.

Subo las escaleras. Atravieso el pasillo e ingreso a mi habitación, me desvisto y me meto a la ducha. Me relajo bajo el chorro de agua continuo, mis músculos se relajan, mi respiración también.

Salgo de la habitación, ahora cambiado. Camino por el pasillo e ingreso a la habitación de Ismael. Las paredes de su habitación están pintadas por diferentes tonos de azules claros. Toda la habitación fue pintada por mí mismo. En una de las paredes, donde se encuentra con la cabecera de su cama, se encuentra un mural de él junto a Karol y a mí. Es algo del que estoy muy orgulloso, me costó mucho trabajo.

            -Ismael, hijo. Es hora de levantarse. –Me siento en su cama y le acaricio su rizado cabello.

Unos segundos después, abre sus hermosos ojos café, como los de Karol. Profundos como el mar.

            -Papá… –Su vocecita es cautivadora.

            -Vamos pequeñín. Mamá nos espera. –Le doy un beso en la frente y me pongo de pie para esperar a que se baje de la cama.

Él se revuelca en la cama, deshaciéndose de la pereza que lo tiene invadido. Me conmueve verlo así.

A mi hermano Ismael también le costaba trabajo salir de la cama. Y ante ese pensamiento unido al extraño sueño que tuve, soy incapaz de no ponerme triste. Sin importar cuántos años hayan pasado, aún no puedo sanar esa herida.

            -Vamos, papá. –Ismael me saca de mis pensamientos con su tierna voz. Está de pie en la cama, esperando a que lo cargue.

            -Primero, a cepillarse los dientes. –Lo tomo en brazos y lo llevo hasta su baño. Una vez dentro lo pongo de pie en los escalones de plástico que está frente al lavabo. Lo ayuda a alcanzar el lavabo.

Busco su cepillo de dientes suave y luego la pasta dental para niños.

            - Sabes cómo hacerlo, ¿verdad? –Le entrego el cepillito.

Él asienta con la cabeza tiernamente y mete el cepillo en la boca. Mientras yo lo observo a través de espejo, lavarse los dientes torpemente. No me molesta ni un poco, al contrario, me encanta verlo como aprender a hacer las cosas por sí mismo. Me enorgullece muchísimo.




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